Los hermanos Karamázov. Федор Достоевский. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782377937080
Скачать книгу
a los ojos de todos.

      –¡Se creían que me había marchado! ¡Pues aquí me tienen! —gritó, y sus palabras resonaron en toda la sala.

      Por un momento todos lo miraron fijamente, sin decir nada, hasta que, de pronto, sintieron que algo iba a ocurrir en ese mismo instante: algo indeseable, disparatado, algo que iba a acarrear inevitablemente un escándalo. Piotr Aleksándrovich, que estaba de un humor excelente, se puso de inmediato hecho una furia. Todo lo que se había calmado y sosegado en su corazón resucitó y se alzó de golpe.

      –¡No, no estoy dispuesto a tolerarlo! —gritó—. No puedo… ¡no puedo, de ninguna manera!

      La sangre se le subía a la cabeza. Se atropellaba al hablar, pero no estaba ya en condiciones de reparar en las cosas que decía, y cogió su sombrero.

      –¿Cómo que no puede? —gritó Fiódor Pávlovich—. ¿Qué es eso que no puede «de ninguna manera»? ¿Puedo pasar o no, su reverencia? ¿Acepta a este comensal?

      –Se lo ruego de todo corazón —respondió el higúmeno—. ¡Señores! —añadió de pronto—. Me permito pedirles con toda el alma que, dejando a un lado sus ocasionales querellas, se reúnan en amor y concordia fraterna en este pacífico ágape, al tiempo que elevan sus oraciones al Señor…

      –No, no, es imposible —gritó, fuera de sí, Piotr Aleksándrovich.

      –Pues si para Piotr Aleksándrovich es imposible, también lo es para mí, y no voy a quedarme. He venido con esta idea: pienso ir a todas partes con Piotr Aleksándrovich; que usted se marcha, Piotr Aleksándrovich, yo también me marcho; que se queda, yo también me quedo. Con eso de la concordia fraterna le ha hecho usted una buena faena, padre higúmeno: ¡no me reconoce como pariente! ¿A que sí, Von Sohn? Aquí tenemos a Von Sohn. Muy buenas, Von Sohn.

      –¿Es… a mí? —balbuceó perplejo el terrateniente Maksímov.

      –Pues claro que es a ti —gritó Fiódor Pávlovich—. ¿A quién si no? ¡No iba a ser el padre higúmeno Von Sohn!

      –Pues yo tampoco soy Von Sohn; yo soy Maksímov.

      –No, tú eres Von Sohn. ¿Sabe su reverencia qué es eso de Von Sohn? Hubo un proceso criminal: lo asesinaron en una casa de fornicación (creo que es así como llaman ustedes a esos sitios)… lo asesinaron y lo desvalijaron y, a pesar de su edad respetable, lo metieron en una caja, la cerraron bien cerrada, y de San Petersburgo la facturaron a Moscú, en el vagón del equipaje, con su número correspondiente. Y, mientras claveteaban la tapa, aquellas depravadas bailarinas cantaban canciones y tocaban el gusli[65], quiero decir, el fortepiano. Pues éste de aquí es el mismísimo Von Sohn. Ha resucitado de entre los muertos, ¿no es verdad, Von Sohn?

      –Pero ¿qué es esto? ¿Qué es esto? —se oyeron unas voces en el grupo de hieromonjes.

      –¡Vámonos! —gritó Piotr Aleksándrovich, dirigiéndose a Kalgánov.

      –¡No, señores! ¡Permítanme! —intervino Fiódor Pávlovich, en tono estridente, avanzando un paso más hacia el interior de la estancia—. Permítanme también a mí acabar. Allí, en la celda, me han difamado, diciendo que he actuado sin respeto, especialmente por haber hablado, a voz en grito, de gobios. Piotr Aleksándrovich Miúsov, pariente mío, es partidario de que en las palabras haya plus de noblesse que de sincérité, mientras que yo, por el contrario, prefiero en mis palabras plus de sincérité que de noblesse, y ¡al diablo la noblesse! ¿A que sí, Von Sohn? Permita, padre higúmeno; yo, por más que sea un bufón y que me presente como un bufón, soy un caballero de honor y quiero explicarme. Sí, señor; yo soy un caballero de honor, mientras que en Piotr Aleksándrovich solo hay amor propio reprimido, y nada más. Si he venido aquí hace un rato, ha sido, posiblemente, con intención de ver y de explicarme. Tengo aquí a mi hijo Alekséi, que busca su salvación; yo soy su padre: debo preocuparme y me preocupo por su porvenir. He estado escuchando y haciendo mi papel, observando todo con discreción; ahora quiero ofrecerles el último acto de la representación. ¿Cómo actuamos nosotros? Entre nosotros, lo que cae ya no se vuelve a levantar. Lo que ha caído no va a volver a levantarse jamás. ¡Pues no! Yo quiero levantarme. Santos padres, estoy indignado con ustedes. La confesión es un gran sacramento; yo lo respeto y estoy dispuesto a humillarme ante él. Pero resulta que allí, en la celda, todos caen de rodillas y se confiesan en voz alta. ¿Desde cuándo es lícito confesarse de ese modo? La confesión auricular fue establecida por los Padres de la Iglesia: solo en ese caso es un sacramento la confesión; es así desde muy antiguo. Si no, ¿cómo voy a ponerme a explicar yo, por ejemplo, delante de todo el mundo, que si esto o que si lo otro?… Bueno, ya me entienden, que si esto, que si lo otro… ¡Menudo escándalo! No, padres; aquí, entre ustedes, a lo mejor se siente uno arrastrado hacia los flagelantes[66]… Yo, a las primeras de cambio, pienso escribir al Sínodo[67], y a mi hijo Alekséi me lo voy a llevar a casa…

      Aquí una nota bene: Fiódor Pávlovich había oído campanas y no sabía dónde. En otro tiempo se habían difundido maliciosos rumores (en relación no solo con nuestro monasterio, sino también con otros en los que existía igualmente la institución del stárchestvo), que habían llegado a oídos del obispo, según los cuales los startsy eran objeto de una consideración excesiva, en detrimento de la preeminencia del higúmeno; por ejemplo, se acusaba a los startsy de hacer un uso indebido del sacramento de la confesión y otras cosas por el estilo. Eran acusaciones sin ningún sentido, que se habían desvanecido por sí mismas a su debido tiempo, tanto entre nosotros como en otros lugares. Pero el estúpido diablo, que se había apoderado de Fiódor Pávlovich y, dueño de sus nervios, lo llevaba cada vez más lejos hacia un abismo oprobioso, le sopló al oído aquella vieja acusación de la que él mismo no entendía una sola palabra. Ni siquiera fue capaz de formularla correctamente, habida cuenta de que en la celda del stárets nadie se había arrodillado ni se había puesto a confesarse en voz alta, por lo que Fiódor Pávlovich no pudo haber visto nada semejante, y hablaba guiándose únicamente por viejos rumores y chismorreos que le habían venido, mal que bien, a la memoria. Pero, una vez soltada aquella estupidez, cayó en la cuenta de que había dicho algo sin pies ni cabeza, y de inmediato sintió la necesidad de demostrar a sus interlocutores y, lo que es peor, de demostrarse a sí mismo que lo dicho no era ninguna tontería. Y, aunque sabía de sobra que con cada palabra no haría sino añadir un nuevo disparate, y aún mayor, a los anteriores, se lanzó cuesta abajo, incapaz ya de contenerse.

      –¡Cuánta infamia! —gritó Piotr Aleksándrovich.

      –Disculpe —dijo de pronto el higúmeno—. Se dijo en otro tiempo: «Y han empezado a hablar de mí, y han dicho muchas cosas, algunas de ellas malas. Mas yo, habiendo oído todo eso, me he dicho: ésta es la medicina de Jesús, el cual me la ha enviado para sanar la vanidad de mi alma». ¡Por eso mismo, también nosotros le damos humildemente las gracias, estimado huésped!

      E hizo una profunda reverencia ante Fiódor Pávlovich.

      –¡Bah! ¡Mojigatería y frases viejas! ¡Frases viejas y gestos viejos! ¡La vieja mentira y el formalismo de las reverencias hasta el suelo! ¡Ya conocemos estas reverencias! «Un beso en los labios y un puñal en el corazón», como en Los bandidos de Schiller. No me gusta, padres, la falsedad; ¡quiero la verdad! Pero la verdad no está en los gobios, ¡eso ya lo he dicho bien alto! Padres monjes, ¿para qué ayunan? ¿Cómo esperan recibir a cambio una recompensa en el cielo? ¡Por una recompensa así también yo ayunaría! No, monje santo, lo que tienes que hacer es practicar la virtud en esta vida, ser útil a la sociedad en lugar de encerrarte en un monasterio con la comida asegurada y no esperar la recompensa allí arriba: ya verás cómo así cuesta un poco más. Como ve, padre higúmeno, yo también soy capaz de hablar bien. ¿Qué tienen preparado por aquí? —Se acercó a la mesa—. Oporto añejo de la Factory[68], un médoc embotellado de los hermanos Yeliséiev[69]… ¡caray con los padres! Esto no se parece en nada a los gobios. ¡Hay que ver qué botellitas han preparado los padres!


<p>65</p>

Instrumento de cuerda tradicional ruso.

<p>66</p>

Los flagelantes (en ruso, jlysty) eran una secta cismática rusa, de la que hay noticias desde mediados del siglo XVII; se hicieron famosos por sus sesiones de trance colectivo, a base de cánticos y danzas frenéticas, que en ocasiones (al decir de sus enemigos) degeneraban en prácticas orgiásticas.

<p>67</p>

El Santísimo Sínodo, instituido por el zar Pedro I el Grande (1672-1725) en 1721, fue el órgano superior de la Iglesia ortodoxa rusa hasta la restauración del Patriarcado en 1918.

<p>68</p>

Creada en 1727, la Factory House de Oporto agrupaba a los exportadores ingleses de vino de oporto, y controló de manera absoluta el comercio de este producto hasta 1756, cuando el marqués de Pombal decidió acabar con el monopolio británico. Desde finales del siglo XVIII pasó a ser esencialmente un selecto club social, reservado en principio a los miembros de las compañías británicas elaboradoras de oporto, pero siguió influyendo poderosamente en el comercio internacional de este vino.

<p>69</p>

Los hermanos Yeliséiev, con espectaculares tiendas en Moscú y San Petersburgo, estaban entre los principales comerciantes de productos alimenticios en Rusia.