Los hermanos Karamázov. Федор Достоевский. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782377937080
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¿No le habrán dado una paliza al higúmeno? O, a lo mejor, se han llevado ellos la paliza… ¡Les estaría bien empleado!…

      Las exclamaciones de Rakitin no eran en vano. Efectivamente, se había armado un escándalo, inaudito e inesperado. Todo había obedecido a «una inspiración».

      VIII. El escándalo

      Cuando Miúsov e Iván Fiódorovich entraban a ver al higúmeno, Piotr Aleksándrovich, hombre en verdad correcto y fino, no tardó en experimentar, a su modo, un delicado proceso: se avergonzó de haberse enfadado. Sentía en su fuero interno que, en el fondo, tendría que haberse limitado a despreciar al miserable de Fiódor Pávlovich, conservando la sangre fría en la celda del stárets, en vez de perder los estribos como los había perdido. «Los monjes, al menos, no tienen ninguna culpa de lo ocurrido —se dijo, de pronto, al llegar al porche del higúmeno— y, dado que estoy en compañía de gente respetable (por lo visto, el padre Nikolái, el higúmeno, pertenece también a la nobleza), ¿por qué no ser amable, atento y cortés?… No pienso discutir, al contrario, procuraré decir amén a todo, encandilarlos con mi amabilidad y… y… así podré demostrarles que yo no voy de la mano de ese Esopo[63], de ese payaso, de ese Pierrot, y que he metido la pata, igual que todos ellos…»

      En lo referente a las talas en el bosque y los derechos de pesca que eran objeto de litigio (ni él mismo sabía dónde era todo aquello), decidió cedérselos definitivamente, de una vez por todas, ese mismo día —sobre todo, porque era cosa de muy poco valor—, y poner fin a todos sus pleitos con el monasterio.

      Se reafirmó en sus buenos propósitos cuando hizo su aparición en el comedor el padre higúmeno. Propiamente, no era un comedor, pues el higúmeno solo disponía de dos habitaciones en el edificio, si bien es cierto que eran notablemente más amplias y cómodas que las del stárets. Con todo, el mobiliario de los cuartos tampoco se distinguía por ser particularmente confortable: los muebles eran de caoba, tapizados en cuero, siguiendo la moda de los años veinte; las tablas del piso ni siquiera estaban pintadas. Sin embargo, todo relucía por su limpieza y en las ventanas había muchas flores valiosas; pero el principal lujo en ese momento, como es natural, consistía en la mesa —hablando, también en este aspecto, en términos relativos— primorosamente servida: el mantel estaba limpio; la vajilla, resplandeciente; había tres variedades de pan, magníficamente horneado, dos botellas de vino, otras dos botellas del excelente hidromiel del monasterio y una gran jarra de cristal con kvas[64], igualmente del monasterio, famoso en toda la comarca. No había ni una gota de vodka. Más tarde, Rakitin contaría que se había preparado para la ocasión una comida compuesta por cinco platos: había sopa de esturión con empanadillas de pescado; después un pescado hervido, magníficamente preparado, según una receta propia; a continuación, filetes de salmón, helado y compota y, por último, una especie de jalea que recordaba al manjar blanco. Todo esto se lo había olido Rakitin, quien, sin poder contenerse, se había asomado expresamente a la cocina del higúmeno, donde también tenía sus contactos. Los tenía en todas partes, y sabía tirarles de la lengua. Era de corazón inquieto y envidioso. Era muy consciente de sus notables aptitudes, pero, en su presunción, las exageraba precipitadamente. Estaba convencido de que llegaría a ser una personalidad destacada en su género, pero a Aliosha, que se sentía muy ligado a él, le dolía que su amigo Rakitin fuera insincero y se negara a reconocerlo; al contrario, sabiendo que jamás robaría dinero, aunque estuviera bien a la vista, se consideraba, decididamente, el hombre más honrado del mundo. En ese terreno, ni Aliosha ni nadie tenían nada que hacer.

      Rakitin no tenía categoría para que lo invitaran a la comida; en cambio, acudieron como invitados el padre Iósif y el padre Paísi, y con ellos otro hieromonje más. Ya estaban en el comedor esperando al higúmeno cuando entraron Piotr Aleksándrovich, Kalgánov e Iván Fiódorovich. También estaba esperando, un tanto apartado, el terrateniente Maksímov. Para recibir a sus invitados, el padre higúmeno se adelantó hasta el centro de la estancia. Era un anciano alto, enjuto, pero todavía fuerte, moreno, con abundantes canas, de rostro alargado, grave y apagado. Saludó con una inclinación, sin decir nada, a sus invitados, los cuales, en esta ocasión, sí se acercaron a pedirle su bendición. Miúsov estuvo a punto incluso de arriesgarse a besarle la mano, pero el higúmeno la retiró a tiempo, y no hubo tal beso. Por el contrario, Iván Fiódorovich y Kalgánov pudieron esta vez completar el ritual, mediante un sencillo y popular chasquido de labios en la mano.

      –Debemos disculparnos, abiertamente, ante su reverencia —empezó Piotr Aleksándrovich, sonriendo con amabilidad, aunque en un tono grave y respetuoso—; debemos disculparnos por acudir sin uno de sus invitados, Fiódor Pávlovich, que había venido con nosotros; se ha visto obligado a ausentarse de su ágape, y no sin motivo. En la celda del reverendo padre Zosima, dejándose llevar por sus impulsos en el curso de una deplorable disputa familiar con su hijo, ha pronunciado algunas palabras completamente inoportunas… dicho de otro modo, completamente indecorosas… de lo cual, al parecer —miró a los hieromonjes—, su reverencia ya está al corriente. Razón por la cual, consciente de su culpa y sinceramente arrepentido, ha experimentado una vergüenza insuperable y nos ha pedido, a su hijo Iván Fiódorovich y a mí mismo, que le manifestemos su más sincero pesar, su desconsuelo y su arrepentimiento… En una palabra, espera y desea poder repararlo todo más adelante, y ahora, solicitando su bendición, le ruega que olvide lo ocurrido…

      Miúsov calló. Una vez pronunciadas las últimas palabras de su tirada, se sintió muy satisfecho consigo mismo, tanto que no quedó en su alma ni rastro de su reciente irritación. Volvía a amar a la humanidad, sinceramente y sin reservas. El higúmeno, que le había escuchado con gravedad, inclinó levemente la cabeza y dijo en respuesta:

      –Lamento vivamente su ausencia. Acaso, a raíz del ágape habría podido llegar a apreciarnos, al igual que nosotros a él. Les ruego, señores, que se sienten a la mesa.

      Se situó ante el icono y empezó a rezar en alta voz. Todos agacharon respetuosamente la cabeza, e incluso el terrateniente Maksímov se hizo notar, juntando las palmas de las manos en señal de singular devoción.

      Y justo en ese momento Fiódor Pávlovich hizo su última gansada. Hay que tener presente que en verdad había deseado marcharse y que en verdad era consciente, después de su vergonzosa conducta en la celda del stárets, de la imposibilidad de asistir, como si tal cosa, a la comida del higúmeno. No es que estuviese demasiado avergonzado ni que se considerase culpable de lo ocurrido, si es que no pasaba todo lo contrario; pero, en cualquier caso, sentía que su presencia en la comida no sería oportuna. Pero, en cuanto le acercaron al porche el traqueteante vehículo, y a punto ya de montarse en él, Fiódor Pávlovich se detuvo de repente. Le vinieron a la cabeza las palabras que había pronunciado en presencia del stárets: «Cada vez que entro en un sitio, me da la sensación de que yo soy más canalla que nadie y de que todo el mundo me toma por un bufón»; «venga, vamos a hacer el bufón; no tengo miedo de vuestra opinión, porque todos, todos sin excepción, sois más necios y más canallas que yo». Le entraron ganas de vengar en los demás sus propias vilezas. Recordó entonces, en ese sentido, cómo una vez, hacía tiempo, le habían preguntado: «¿Por qué odia usted tanto a esa persona?». A lo cual había respondido, en un arrebato de bufa desvergüenza: «Pues mire: la verdad es que a mí no me ha hecho nada; en cambio, yo le he hecho una canallada de lo más indecente, y, nada más hacérsela, he empezado a odiarlo». Al recordar aquellas palabras, sonrió silenciosa y maliciosamente, en una rápida reflexión. Los ojos le centellearon y hasta los labios le empezaron a temblar. «Ya que he empezado, habrá que terminar», decidió de pronto. Su más recóndita sensación en esos momentos podría ser descrita con las siguientes palabras: «Ya es demasiado tarde para pensar en una rehabilitación; así pues, voy a ir a escupirles sin recato: ¡si es que no me da ninguna vergüenza, no hay más!». Ordenó al cochero que esperara y regresó al monasterio a buen paso, derecho a la residencia del higúmeno. Aún no sabía muy bien lo que iba a hacer, pero sí sabía que ya no era dueño de sí y que solo necesitaba un ligero empujón para alcanzar, en un abrir y cerrar de ojos, el límite de la infamia; eso sí, no pensaba en ningún caso llegar al crimen ni incurrir en un despropósito por el que pudieran llevarlo a juicio.


<p>63</p>

En distintos momentos de la obra se identifica a Fiódor Pávlovich Karamázov con la figura de Esopo, y ocasionalmente con la de Pierrot; comparte con estos personajes su origen humilde, su exacerbada sensualidad y su carácter grosero, violento y bufonesco.

<p>64</p>

Bebida rusa de muy baja graduación, obtenida de la fermentación de pan de centeno y frutas.