Los hermanos Karamázov. Федор Достоевский. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782377937080
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de paso, toda fuerza viva capaz de prolongar la vida en la tierra. Es más, en tal caso ya nada sería inmoral, todo estaría permitido, hasta la antropofagia. Pero eso no es todo: acabó afirmando que, para cada individuo, como, por ejemplo, para cualquiera de nosotros ahora, que no creyese en Dios ni en su propia inmortalidad, la ley moral de la naturaleza habría de cambiarse de inmediato en un sentido diametralmente opuesto al de la ley anterior, al de la ley religiosa, y que el egoísmo, llegando incluso al crimen, no solo debería ser permitido, sino que habría que aceptarlo como la salida inevitable, la más razonable y poco menos que la más noble para cualquiera que estuviera en esa situación. A partir de esta paradoja pueden juzgar, señores, todo aquello que nuestro querido Iván Fiódorovich, individuo excéntrico y amante de las paradojas, ha tenido a bien proclamar y acaso se proponga seguir proclamando.

      –Permítame —exclamó de pronto, inesperadamente, Dmitri Fiódorovich—, no sé si lo he entendido bien: «El crimen no solo debería ser permitido, sino que habría que aceptarlo como la salida inevitable y la más razonable para la situación de cualquier ateo». ¿No es así?

      –Exactamente —dijo el padre Paísi.

      –Lo tendré presente.

      Dicho lo cual, Dmitri Fiódorovich se calló tan repentinamente como había terciado en la conversación. Todos lo miraron con curiosidad.

      –¿De verdad está usted tan seguro de las consecuencias de que la gente pierda la fe en la inmortalidad del alma? —preguntó el stárets a Iván Fiódorovich.

      –Sí, es lo que he afirmado. No hay virtud si no hay inmortalidad.

      –Dichoso usted si así lo cree, ¡si no es muy desdichado ya!

      –¿Por qué desdichado? —Iván Fiódorovich sonrió.

      –Porque, con toda probabilidad, no cree usted ni en la inmortalidad de su alma ni, tampoco, en lo que ha escrito acerca de la Iglesia y de la cuestión eclesiástica.

      –¡Quizá esté usted en lo cierto!… Pero, en todo caso, no lo he dicho en broma… —reconoció Iván Fiódorovich de una forma extraña, ruborizándose de pronto.

      –No lo ha dicho en broma, eso es verdad. Esa idea aún no ha quedado resuelta en su fuero interno y le atormenta el corazón. Pero incluso al mártir le gusta a veces recrearse en su desesperación, como si disfrutara sintiéndose desesperado. Por el momento, también usted se recrea en su desesperación: con artículos de periódico, con discusiones mundanas, no creyendo en su propia dialéctica y riéndose de sí mismo, con dolor de su corazón… Usted no ha resuelto aún esa cuestión, de ahí su profunda amargura, pues requiere ineludiblemente una solución…

      –Pero ¿tendría solución en mi caso? ¿Una solución positiva? —siguió preguntando extrañamente Iván Fiódorovich, sin dejar de mirar al stárets con una sonrisa inexplicable.

      –Si no admite una solución positiva, tampoco tendrá, en ningún caso, una solución negativa: usted es consciente de esa propiedad de su corazón. De ahí su tormento. Pero agradezca al Creador que le haya dado un corazón elevado, capaz de atormentarse con semejante tribulación, de «poner la mira en las cosas de arriba y buscar las cosas de arriba, pues nuestra ciudadanía está en los cielos».[53] Quiera Dios que su corazón encuentre la respuesta estando usted aún en la tierra, y ¡que el Señor bendiga sus caminos!

      El stárets levantó la mano, y ya se disponía, desde su sitio, a persignar a Iván Fiódorovich. Pero éste se levantó de pronto, se acercó a él, recibió su bendición y, después de besarle la mano, volvió a su sitio en silencio. Su aspecto era firme y serio. Esta acción, así como toda la conversación anterior con el stárets, que nadie se habría esperado de Iván Fiódorovich, sorprendió a todos los presentes por lo que tenía de enigmática e incluso de solemne, de modo que todos se quedaron callados por un momento, y en la cara de Aliosha se reflejó su pavor. Pero Miúsov, de buenas a primeras, se encogió de hombros, y en ese mismo instante Fiódor Pávlovich se puso de pie de un salto.

      –¡Santísimo y divino stárets! —exclamó, señalando a Iván Fiódorovich—. ¡Éste es mi hijo, carne de mi carne, amadísima carne mía! Es mi reverentísimo, por así decir, Karl Moor, mientras que el hijo que acaba de llegar, Dmitri Fiódorovich, contra el que busco en usted justicia, es el irreverentísimo Franz Moor, ambos de Los bandidos, de Schiller; en cuanto a mí, en este caso, yo debo ser ya el Regierender Graf von Moor.[54] ¡Júzguenos y sálvenos! No solo necesitamos sus oraciones, sino también sus profecías.

      –Déjese de hablar como un yuródivy y no empiece a ofender a los suyos —contestó el stárets con voz débil, exhausta. Se iba fatigando visiblemente a medida que pasaba el tiempo y saltaba a la vista que estaba quedándose sin fuerzas.

      –¡Es la indigna comedia que ya presentía de camino hacia aquí! —exclamó indignado Dmitri Fiódorovich, levantándose también de su asiento—. Disculpe, reverendo padre —se dirigió al stárets—, soy un hombre sin instrucción y ni siquiera sé qué tratamiento debo darle, pero le han engañado, y ha sido usted demasiado bueno al permitir que nos reuniéramos aquí. Lo único que busca mi padre es un escándalo, él sabrá por qué. Él siempre sabe lo que se trae entre manos. Aunque me parece que ya sé lo que pretende…

      –¡Todos me acusan, todos! —gritó a su vez Fiódor Pávlovich—. Hasta Piotr Aleksándrovich me acusa. ¡Me ha acusado, Piotr Aleksándrovich, me ha acusado! —dijo, volviéndose de pronto hacia Miúsov, aunque éste no tenía ninguna intención de interrumpirle—. Me acusan de haberme guardado en una bota el dinero de mis hijos y de habérmelo quedado todo, hasta el último rublo; pero, permítame, ¿para qué están los tribunales? ¡Ya le calcularán allí, Dmitri Fiódorovich, con sus propios recibos, cartas y contratos, cuánto tenía, cuánto ha gastado y cuánto le queda! ¿Por qué se abstiene Piotr Aleksándrovich de emitir un juicio? Dmitri Fiódorovich no es un extraño para él. Resulta que todos están contra mí, pero es Dmitri Fiódorovich, en resumidas cuentas, el que me debe dinero a mí, y no una cantidad cualquiera, sino varios miles de rublos, y tengo documentos que así lo prueban. ¡Toda la ciudad habla sin recato de sus juergas! Y donde estuvo antes sirviendo en el ejército pagaba hasta mil y dos mil rublos por seducir a honestas doncellas; eso, Dmitri Fiódorovich, lo sé con todo lujo de detalles, hasta los más secretos, y lo demostraré… Santísimo padre, créame: conquistó a la más noble de las doncellas, de una casa distinguida, con recursos, la hija de su antiguo jefe, un valiente coronel con una trayectoria intachable, que llevaba al cuello la Orden de Santa Ana coronada de espadas; comprometió a aquella muchacha pidiéndole la mano, y ahora esa joven, su novia, que se ha quedado huérfana, está en nuestra ciudad, y él, a la vista de ella, frecuenta a una seductora local. Y, aunque esta seductora ha vivido unida, por así decir, en matrimonio civil[55] a un hombre respetable, tiene un carácter independiente, es una fortaleza inexpugnable para todos, igual que una esposa legítima, pues es una mujer virtuosa… ¡Sí, santos padres, es una mujer virtuosa! Pero Dmitri Fiódorovich pretende abrir esa fortaleza con una llave de oro, y por eso ahora se envalentona conmigo y quiere arrebatarme el dinero; ya lleva despilfarrados miles de rublos con esa seductora. Por eso, no hace más que pedir dinero a todas horas, y ¿a quién creen que se lo pide, por cierto? ¿Lo digo o no lo digo, Mitia?

      –¡A callar! —gritó Dmitri Fiódorovich—. Espere a que yo me vaya; no se atreva, en mi presencia, a mancillar el nombre de una nobilísima doncella… El mero hecho de que se atreva usted a nombrarla ya es una vergüenza para ella. ¡No lo consiento!

      Se sofocaba.

      –¡Mitia! ¡Mitia! —exclamó, con los nervios a flor de piel, esforzándose por verter alguna lágrima, Fiódor Pávlovich—. Y la bendición paterna, ¿qué? Si te maldigo, ¿qué pasaría entonces?

      –¡Desvergonzado y farsante! —rugió enfurecido Dmitri Fiódorovich.

      –¡Se lo dice a su padre, a su padre! ¿Qué no hará con los demás? Imagínense, señores: vive en esta ciudad un hombre pobre, pero respetable, un


<p>53</p>

Combinación de distintos pasajes de las epístolas de san Pablo, concretamente de Colosenses, 3, 1-2 y de Filipenses, 3, 20.

<p>54</p>

El drama Los bandidos (1781), del poeta alemán Friedrich von Schiller (1759-1805), centrado en el conflicto entre los hermanos Karl y Franz Moor, hijos del conde Maximilian von Moor, ejerció una gran influencia en la formación moral y literaria de Dostoievski, quien lo vio representado en Moscú con diez años de edad.

<p>55</p>

Se trata de una expresión eufemística, empleada comúnmente en la época para referirse a las relaciones matrimoniales «de hecho», pues el matrimonio civil no se estableció en Rusia hasta diciembre de 1918.