Las operaciones de renovación y transformación urbana de Barcelona, iniciadas en los años ochenta pero acicateadas por la realización de los juegos olímpicos de 1992, se convirtieron en un paradigma y en algo singular dentro del urbanismo, al punto de hablarse del “modelo Barcelona”, el cual fue exportado, imitado, seguido o referenciado por otras ciudades del mundo, especialmente en Latinoamérica. Dos virtudes fundamentales se le señalan a este modelo: por un lado, el buen diseño y la calidad urbana de sus espacios públicos, y, por otro, la capacidad de aprovechar un evento de la magnitud de los juegos como instrumento estratégico para la renovación y la recuperación de muchos espacios de la ciudad. Pero un proyecto que comenzó en una escala menor barrial, que pretendía configurar espacios y nuevas centralidades para la ciudad, con la recuperación del tejido urbano para el ciudadano, terminó en el urbanismo y la arquitectura espectáculo para el turismo internacional posterior a los olímpicos. Allí no faltaron los arquitectos del star-system, como el japonés Arata Isozaki, el italiano Vittorio Gregotti, el norteamericano Richard Meier y los españoles Rafael Calatrava y Ricardo Bofill, en la época de los olímpicos, a los que se sumarían, luego de probado el éxito de la fórmula, el inglés Norman Foster, el francés Jean Nouvel, el norteamericano Frank O. Gehry, la iraní Zaha Hadid, el portugués Álvaro Siza y el español Rafael Moneo, entre otros.
Con el proceso que vivió Barcelona, las piezas arquitectónicas gestuales, espectaculares y casi escultóricas, las esculturas propiamente dichas también monumentales, las plazas y parques de pisos duros, y las grandes superficies pavimentadas, con su diseño refinado o estrambótico, quedaron como referente definitivo para arquitectos, urbanistas y administradores de aquellas ciudades que no quisieran quedarse atrás en la carrera por un mundo global.
La importancia adquirida por Barcelona fue tal en el mundo de la arquitectura y el urbanismo, que no en vano se realizó allí el XIX Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), en octubre de 1996, el cual marcó una impronta en la manera de percibir e intervenir la ciudad, como también en el nuevo lenguaje que se habría de utilizar para referirse a la arquitectura en las ciudades. Desde entonces se vienen utilizando conceptos como mutaciones, flujos, habitaciones, terrain vauge (“terreno baldío”) y contenedores; cinco principios como respuesta de la arquitectura a la ciudad contemporánea, que ya no tenía una estructura física, ni centralizada ni concentrada, pero sí intensamente interconectada, por lo cual, según lo expresado por Ignasi de Solá-Morales, no podía ser pensada con los conceptos y métodos propios de la ciudad haussmaniana6 del siglo xix, o de la metrópolis centroeuropea de principios del siglo xx.7
Para ese momento de los noventa, se trataba de dejar atrás el modelo orgánico-evolutivo, del cambio paulatino y controlado de la ciudad, para asumir una visión genetista de la mutación, un cambio o causa que generara una drástica transformación del todo; para ello los arquitectos encabezados por De Solá-Morales plantearon en el documento final del congreso la necesidad de elaborar una arquitectura que facilitara el tránsito y el intercambio entre redes y la multiplicidad de flujos; de proveer sitios de habitación retomando experiencias alternativas de racionalización, tecnología blanda, planificación ligera, diseño a través de componentes que permitieran aportar valores de racionalidad, economía y gusto; y de darle la importancia que merecían los espacios comerciales, como los lugares de intercambio y consumo que eran, en la denominada por ellos nueva ritualidad contemporánea, mediante el uso y la proyección de contenedores cerrados con la máxima artificialidad, con medios variables, múltiples y efímeros, los que podían ser desde un shopping-mall hasta un parque temático, pasando por un museo, un teatro o un estadio. De igual manera, postularon la necesidad de utilizar terrenos baldíos, improductivos, indeterminados y sin límites —zonas industriales o de ferrocarriles, áreas de antigua violencia o edificios deteriorados—, para reciclarlos, pero manteniendo su valor de vacío y ausencia. Todo un manifiesto y decálogo que hizo carrera y llegaría hasta nuestra arquitectura urbana, como se verá más adelante.
En el caso de las ciudades latinoamericanas, la dinámica de la globalización ha girado fundamentalmente en torno a la recepción de capitales y al consumo, y no a la producción. Tal situación se evidencia en el fuerte impacto que han tenido en la transformación urbana los shopping centers, los súper e hipermercados, los centros de espectáculos, los parques temáticos y la oferta de vivienda para sectores medio-alto y alto —buena parte para extranjeros—, entre otros. Basta señalar el caso de Puerto Madero en Buenos Aires, un proyecto de renovación urbana en el antiguo puerto de la ciudad, que, entre 1991 y 2001, convirtió los antiguos edificios ubicados sobre el dique en oficinas, restaurantes, apartamentos, hoteles y sedes universitarias, y las zonas aledañas en edificios y torres para oficinas y apartamentos. Lo mismo se puede decir del antiguo sector del Mercado del Abasto, en la misma ciudad, convertido en un shopping center, con los alrededores inmediatos transformados para la oferta de la industria cultural y de servicios.
Latinoamérica tampoco ha escapado a la fiebre monumentalista y del imaginario de poder capitalista que se simboliza en el rascacielos. Si bien los de las ciudades de la región no son los edificios más altos del mundo, algunos de ellos sí compiten por ocupar un lugar dentro del ranking mundial, como la Torre Mayor, con 320 metros de altura, en Ciudad de México, construida entre 1999 y 2003;8 o los que están en proceso de construcción, como los Faros de Panamá, con sus 346 metros, en la capital de este país; la Gran Torre Costanera de Santiago de Chile, con 300 metros, o el propuesto faro del proyecto Aves María en Sabaneta, en el sur del Valle de Aburrá, en Colombia, con 315 metros.
En la ciudad latinoamericana en general, y en la colombiana en particular, esta mundialización ha tenido su influencia. Ella favorece a largo plazo el predominio de los flujos sobre los lugares y las privatizaciones a expensas de la vida pública, al igual que privilegia la separación, la fragmentación o el abandono.9 En lo local, los flujos de capitales utilizados en especulaciones inmobiliarias, con grandes posibilidades rentistas, en zonas de valor histórico, patrimonial y paisajístico, han determinado el predominio de lo privado, lo que ha generado grandes guetos dentro de los recintos urbanos. Uno de los casos sobresalientes es Ciudad de Panamá, donde el fenómeno de las torres de oficinas y apartamentos en la zona bancaria y el centro de la ciudad, extendido hacia Punta Pacífica, Punta Paitilla y Costa del Este, ha determinado una rápida y acelerada transformación del paisaje urbano y natural, que ha acudido a la demolición y el deterioro del patrimonio y a negar la memoria y la misma ciudad.
Igual fenómeno especulativo ha tomado como lugar de densa intervención la ciudad de Cartagena de Indias, que, pese a haber sido declarada patrimonio de la humanidad, se ha visto asaltada por los corsarios del mercado inmobiliario. Por fuera de la ciudad amurallada, principalmente en el sector de Bocagrande, Castillo Grande y El Laguito, y ahora extendiendo sus tentáculos hacia los barrios Manga —en la bahía—, El Cabrero y Crespo, se quieren implementar medianas o altas torres de acero y vidrio, como la fallida torre de La Escollera, que pretendía erguirse hasta los 206 metros de altura, para formar un nuevo perfil urbano que asfixia y niega la ciudad histórica dentro del recinto amurallado, pero aprovecha el valor y la imagen patrimonial de aquella como si fuera un atributo de los proyectos en sí. Las mismas inmobiliarias y empresas constructoras que han saturado y densificado la ciudad, arrasan áreas de manglares, privatizan playas y demandan costosas obras de infraestructura vial y de servicios, que la ciudad termina pagando a altos costos en detrimento de la gran mayoría de habitantes, quienes carecen de tales servicios. Incluso, bajo el patrocinio del mismo gobierno, se han definido áreas para que los promotores inmobiliarios construyan viviendas para compradores