Ciudad y arquitectura urbana en Colombia, 1980-2017
2.a edición
Luis Fernando González Escobar
Editorial Universidad de Antioquia®
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ISBN: 978-958-714-877-0
ISBNe: 978-958-714-878-7
Primera edición: junio de 2010
Segunda edición: marzo de 2019
Imágenes de cubierta: UVA La Imaginación, Medellín. Fotografías de Sergio Gómez; cortesía de Colectivo 720
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Introducción
En materia de arquitectura y urbanismo tenemos precisamente lo que nos merecemos, lo cual nos permite identificarnos plenamente con las formas construidas en todo el territorio nacional. Esa arquitectura es un fiel e implacable reflejo de nuestras aspiraciones, de nuestros sueños y de nuestras derrotas y frustraciones.
Germán Téllez
Hasta hace unos años, la imagen de Colombia en el exterior era la de un país caótico, entregado a una perpetua orgía de sangre, tomado por bandas criminales, sicarios, narcotraficantes, paramilitares y guerrilleros. Cualquier información que salía en la prensa sobre el país estaba necesaria e ineludiblemente relacionada con algunos de esos actores. Cuando se daba espacio a las ciudades, se describían como escenarios de confrontación entre las bandas sicariales que ejercían control territorial sobre la mayor parte de ellas. Las imágenes de los paisajes urbanos estaban dominadas por la marginalidad, ya fuera central o periférica. Había un regodeo estético que rayaba en la pornomiseria.
La ciudad formal no era visualizada; su negación era, en parte, obvia, pues el conflicto urbano, de cierta manera generalizado en el país, acaparaba la atención. Solo en los círculos cerrados de la academia y los gremios profesionales afines, se discutía sobre la importancia de su arquitectura y su urbanismo. Pero tales discusiones poco trascendían, tenían un efecto limitado o apenas permeaban las políticas urbanas; si bien se presentaban proyectos importantes, estos quedaban a medio camino, en los planos de los diseñadores o en las oficinas de los administradores. En algunas ocasiones, la preocupación por la arquitectura que se construía en Colombia trascendía las fronteras, como sucedió en la exposición Architectures Colombiennes, presentada en el Centro Georges Pompidou de París en 1980, que estuvo más centrada en la obra y personalidad de unos pocos arquitectos, especialmente de Rogelio Salmona y su relación con la arquitectura bogotana, que en una mirada amplia e incluyente de la producción nacional.
Un panorama muy diferente se presenta desde el primer decenio del siglo xxi, pues se ha volcado la mirada sobre los sucesos positivos que ocurren en algunas ciudades. Un índice notable del cambio en términos urbanos y arquitectónicos, si se quiere un punto de quiebre, se presentó en noviembre del 2006, cuando en la X Muestra de Arquitectura de la Bienal de Venecia (Italia), uno de los eventos de mayor trascendencia a escala mundial, Bogotá ganó el premio El León de Oro en la categoría Ciudades: Arquitectura y Sociedad, superando a otras quince metrópolis del mundo.1 Los organizadores del evento y los jurados del premio resaltaron la manera en que la clase dirigente de la ciudad capital de Colombia había logrado transformar el espacio urbano con seriedad, inteligencia y creatividad; también resaltaron cómo las innovaciones en el transporte, la creación de mayores espacios públicos y la destinación de más recursos para los ciudadanos, habían generado procesos de inclusión social, cambios positivos en la percepción de los pobladores y un mayor optimismo frente al futuro. Bogotá era presentada como ejemplo y ofrecía una clara “señal de esperanza para otras ciudades, por ricas o pobres que fueran”.2
Pero este no es un hecho aislado en la buena imagen de las ciudades colombianas, pues grandes medios de comunicación de diversos países han destacado lo que ha sucedido en Medellín entre los años 2005 y 2017. El periódico The New York Times, por ejemplo, en julio del 2007, resaltaba la labor realizada por el alcalde de entonces en términos de obras de infraestructura construidas en la ciudad y del mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes. Mientras que en el concurso de ciudades innovadoras del mundo que promueven The Wall Street Journal y Citigroup, le fue otorgado el primer galardón a Medellín en el 2013, compitiendo con Tel Aviv y Nueva York. Una valoración positiva que continuaría en el 2016 con la adjudicación del premio Lee Kuan Yew, que se promueve en Singapur, para exaltar las transformaciones urbanas, en este caso considerando el paso de una ciudad violenta a una incluyente a partir de diversas obras. Aparecía, así, una relación entre la construcción de esas obras con la disminución de los índices de criminalidad y la proyección económica y cultural de la ciudad en el continente americano. De hecho, Medellín es cada vez más visitada por misiones internacionales, grupos de planificadores, administradores locales y políticos que querían y quieren conocer de primera mano su nueva cara; además se ha convertido en escenario de actividades académicas que buscan entender qué ocurrió en aquella ciudad, considerada una de las más violentas del mundo, para que en tan corto tiempo se produjera una transformación tan notable.
Estos dos centros urbanos, Bogotá y Medellín, no solo se convirtieron en modelos y ejemplos a seguir para otras ciudades del mundo, sino también en referentes obligados para buena parte de las ciudades de Colombia, que comenzaron a plantear, adaptar y adoptar la manera de intervenir en sus propios recintos urbanos. En los casos de ambas ciudades siempre se han destacado los aspectos político, social, cultural y económico, así como la interrelación de todos ellos con las intervenciones urbanísticas y arquitectónicas. Los nuevos espacios públicos y las diversas y significativas arquitecturas son ampliamente resaltados, no como una consecuencia de los cambios socioculturales, sino como un factor desencadenante de estos.
Pero no todas las ciudades de Colombia han seguido con fidelidad “el modelo”; se han inspirado en lo realizado en Bogotá y Medellín para asumir sus propuestas desde una perspectiva más propia, acorde con sus realidades geográficas y ambientales, y teniendo en cuenta las necesidades locales, los costos y las características urbanas, así como las particulares búsquedas formales y espaciales de los arquitectos proyectistas de cada ciudad. Pero, en suma, la mayor parte de las capitales departamentales ha avanzado en propuestas de transformación de los entornos urbanos.
Es relevante que a partir del 2010 ciudades de la costa Caribe colombiana, especialmente Barranquilla y Montería, asumieran un papel más protagónico en términos de sus transformaciones urbanas y el desarrollo de proyectos urbanísticos y arquitectónicos destacados, promovidos por las administraciones públicas, como una manera de cambiar el estado de deterioro o decadencia, o como alternativa de desarrollo económico. Un esfuerzo en tal sentido se puede percibir en estos últimos años en ciudades como Cali, al occidente del país, o Bucaramanga, en el oriente, donde también se hicieron modificaciones.
A pesar de los cambios logrados en muchas ciudades, la violencia, aunque temporalmente haya disminuido, no se ha ido de allí. La conflictividad urbana sigue latente, pese al nuevo escenario definido por las negociaciones con el grupo guerrillero de las farc —Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia—, las cuales se adelantaron