6 El plan de intervención urbana realizado por el barón Georges-Eugène Haussmann en París entre 1852 y 1870, durante el gobierno de Napoleón III, implicó la transformación de buena parte de la ciudad medieval, con demoliciones de barriadas que dieron paso a enormes avenidas radiales convergentes hacia plazas, con grandes perspectivas y nueva arquitectura. En él no solo se resaltó la operación inmobiliaria, sino también la higiene y la fluidez de la circulación vehicular, lo cual fue puesto en práctica en otras ciudades de Europa en la segunda mitad del siglo xix, y su proyección llegó, de alguna manera, a Latinoamérica.
7 De Solá-Morales, Ignasi, Presentes y futuros. La arquitectura en las ciudades, Collegi d’Arquitectes de Catalunya, Centre de Cultura Contemporània, Barcelona, 1996, p. 11.
8 Este edificio es obra del canadiense Paul Reichmann.
9 Mongin, Olivier, op. cit., p. 167.
10 Un cluster es el conjunto de empresas e instituciones interconectadas alrededor de usos finales comunes para competir.
11 “Comentario”, en: Sánchez G., Alba Lucía (editora), Procesos urbanos contemporáneos, Fundación Alejandro Ángel Escobar, Bogotá, 1995, p. 23.
De las ciudades históricasa las ciudades de los pot: la arquitectura urbana, de los centros a las periferias
Frente a la tendencia de las megalópolis, metrópolis y ciudades globales, que expanden sus límites demográficos y territoriales, periferizan sus centros, fragmentan el espacio y están dominadas por los flujos y las relaciones en red, se mantiene la ciudad convencional con su centralidad y sus lugares de encuentro e intercambio. El centro como lugar de referencia, de identidad y sedimento histórico es un atributo de las ciudades compactas. Precisamente el regreso a las ciudades compactas, y con ellas al centro de la ciudad, se ha reclamado en muchas partes del mundo, en contravía del planteamiento globalizador de la postciudad, pero no por un asunto de nostalgia, sino de realidad ambiental, funcional, cultural o histórica. Pero mucho antes de que las nuevas tendencias de urbanización marcaran el regreso a esa “ciudad construida”, para aprovechar sus ventajas comparativas y la buena dotación de infraestructuras de servicios y vías, en Colombia se había planteado el valor y la importancia de su recuperación, aunque desde diferentes perspectivas de acuerdo con el pensamiento vigente en el momento que se hicieron las distintas propuestas.
Los planteamientos y búsquedas iniciales, dominados por una visión historicista y patrimonial, pretendían la preservación de centros históricos, específicamente de aquellos de origen colonial. Así, la Ley 163 de 1959, que declara zonas históricas las ciudades de Tunja, Cartagena, Mompox, Popayán, Guaduas, Pasto y Santa Marta, incluye los sectores antiguos de estas junto a los de Santa Fe de Antioquia, Mariquita, Cartago, Villa de Leyva, Cali, Cerrito y Buga. En esta ley expresamente se señalaba que tales sectores abarcaban “las calles, plazas, plazoletas, murallas, inmuebles, incluidas casas y construcciones históricas en los ejidos, muebles, etc., ubicadas en el perímetro que tenían estas poblaciones durante los siglos xvi, xvii y xviii”. En 1963, a esta legislación se sumaron Marinilla y Rionegro en Antioquia, Pamplona en Norte de Santander, y Girón, San Gil y Socorro en Santander, también bajo la presunción de que eran recintos coloniales.
A partir de esta declaratoria, cada población seguiría un proceso con desigual fortuna, pues la mayoría de ellas fue presa de la furia transformadora, ya por las demoliciones sistemáticas que les hicieron perder su carácter total o parcialmente —son los casos de Cali, Cartago, Cerrito y Mariquita—, ya por la falsificación de su arquitectura histórica, con un equivocado ennoblecimiento o con el maquillaje de arquitecturas modestas —como sucedió en Popayán, Girón o Villa de Leyva—, siguiendo lo cual a casas antiguas elementales les fueron sobrepuestas, con cierta monumentalidad, portadas, balcones y camerinos, todos elementos arquitectónicos inventados, pues originalmente no eran parte de las edificaciones.
En el caso de Popayán, hay que señalar que el terremoto del 30 de marzo de 1983 afectó la ciudad, y el programa de reconstrucción implicó la intervención de buena parte de arquitecturas institucionales y religiosas de carácter monumental, como sucedió con la Ermita de Jesús, la iglesia de San José, la iglesia y claustro de Santo Domingo, el claustro de La Encarnación, el Museo Arquidiocesano, la alcaldía y la Cámara de Comercio del Cauca, entre otros edificios representativos, con la participación de los arquitectos Germán Téllez, Juan Manuel Caicedo, Hugo Martínez, Jaime Salcedo y Tomás Castrillón, por mencionar solo algunos. Mientras tanto, la arquitectura doméstica generó un estilo que buscaba emparentarse con las formalidades externas de lo preexistente, lo que terminó por configurar una abigarrada y cursi arquitectura bautizada de manera despectiva como “estilo Popayán”.
Independientemente de este hecho fortuito y catastrófico, en la época de los ochenta se mantuvo el interés por los denominados centros históricos, con una visión patrimonialista y de conservación. En Cartagena, se realizó, en octubre de 1986, el primer Foro Internacional de Patrimonio Arquitectónico, y entre los conceptos emitidos se planteó “otro aspecto muy nuevo y muy propio de nuestro proceso actual de urbanización. Se trata de la conservación y revitalización de los centros históricos de nuestras ciudades”.1 Esto reafirmaba y potenciaba el proceso que se venía dando con las más importantes y variadas intervenciones —aunque no suficientes—, que se hicieron en ciudades como Tunja y Cartagena y, en alguna medida, Pasto y Mompox. Es necesario señalar que en esta época predominaba la idea de restauración arquitectónica, es decir, de construir y conservar edificios individuales dentro del conjunto urbano, pero no articulándolos con proyectos que intervinieran el espacio público y la calle como elementos estructurantes.
En Tunja se adelantó un intenso programa de restauraciones en los años ochenta. Monasterios, templos y claustros como los de San Agustín, Santo Domingo, San Ignacio, Santa Clara La Real, Santa Bárbara y San Laureano, y casas como la del fundador de la ciudad, don Juan de Vargas, fueron restaurados entre 1980 y 1986 por equipos encabezados por los arquitectos Carlos Arbeláez Camacho, Jaime Salcedo, Alberto Corradine y Álvaro Barrera. La catedral de Tunja fue otro proyecto especial de restauración adelantado entre 1983 y 1986, con la dirección del arquitecto Daniel Restrepo y la construcción del arquitecto Leopoldo Combariza. En todos estos proyectos tuvo que ver la Fundación para la Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural Colombiano del Banco de la República, creada en 1979, que también participó de otros procesos en Popayán, Cartagena, Bogotá, Pamplona, Villa de Leyva y Monguí.
Asimismo, la labor realizada dentro del centro histórico de Guadalajara en Buga, entre finales de los ochenta y principios de los noventa, fue importante y de cierta manera singular, debido a la escala de la intervención y a las características de las obras dentro de una estructura urbana colonial. En Buga se adelantaron actividades de restauración en diferentes edificaciones, como el Hostal del Regidor,2 el Hotel Guadalajara, el Teatro Municipal, el Palacio de Justicia Manuel Antonio Sanclemente,3 Los Portales,4 el Puente del Regidor y el templo de San Francisco; casi todas, con excepción de la última, son obras de finales del siglo xix y principios del xx. La intervención en Buga tiene valor arquitectónico, pues sobre un antiguo asentamiento, por iniciativa de un grupo de arquitectos inicialmente congregados en el denominado “Corrillo de Panduro”, se valoraron construcciones más recientes, además de edificaciones institucionales y religiosas de carácter comercial, pero puestas al servicio de la ciudad.
Otro tanto se puede decir del caso de San Juan de Pasto, donde el Conjunto Histórico La Milagrosa fue pionero en las intervenciones,