Esta educación miliciana implicaba no solo el entrenamiento físico sino también la formación moral en las virtudes.
Expresábase el ideal del valor militar a través del ejercicio o adiestramiento, la askesis, cuyo objetivo era la adquisición de las cuatro virtudes cardinales: la prudencia, la templanza, la fortaleza y la obediencia. Toda su vida pública, en efecto, había de caracterizarse por una obediencia elevada al rango de virtud primordial.18
Homero representa la tendencia educativa aristocrática; más democrático y defensor del trabajo es el poeta Hesíodo.19 En el libro Teogonía, compuesto por algún discípulo de Hesíodo, se nos presenta la genealogía de los dioses. Esta obra hace un reajuste al modo de entender los dioses en las obras homéricas.
Para Hesíodo, Zeus es el dios supremamente justo, que humilla a los soberbios y ensalza a los humildes y al cual se dirige para que ilumine a los jueces en su litigio con su hermano Perses, derrochador y perezoso. Antes bien, exhorta a su hermano a reconciliarse con él sin proceso, pues al lado de la tradicional diosa Discordia (Eris maligna) que engendra la injusticia y la discordia, hay —según Hesíodo— una ‘Eris benigna’ que no promueve la lucha sino la emulación en el trabajo; que es la única forma positiva de contienda o competencia, el camino que con fatiga y sudor conduce al hombre hacia el bienestar.20
Hesíodo, con su alto ideal de justicia, se dirige a la población campesina y trabajadora de Beocia. El pensamiento surgido en las colonias griegas del Asia Menor tendía hacia la igualdad de los ciudadanos ante la ley (isonomía), base de la democracia, y este pensamiento ya está en Hesíodo. La concepción de Hesíodo es pesimista: presenta a la sociedad como una historia de decadencia: edad de oro, de plata, de cobre, de los metales y del hierro. Entre las edades de los metales interpone la de los héroes, los cuales son cantados por los rapsodas.
Es el mejor de todos el que por sí solo comprende todas las cosas; es noble asimismo el que obedece al que aconseja bien; pero el que ni comprende por sí mismo ni lo que escucha a otro retiene en su mente, es un hombre inútil.21
Otro poeta que se ocupó de la educación en Grecia fue Píndaro.22 A diferencia de Hesíodo, Píndaro es, como Homero, aristocrático. Consideraba que “el que es de buena cepa nunca se desmiente”, y que la virtud verdadera no es aprendida sino innata (tema sobre el que volverán Sócrates y Platón). El pensamiento ético de Píndaro, “Llega a ser el que eres”, se inspira también en esa idea: si se es alguien, se trata de actualizar ese ser que se tiene como semilla fecunda.
La gloria tiene su pleno valor [areté]
Cuando es innata. Quien sólo posee
lo que es aprendido, es hombre indeciso,
jamás avanza con pie certero.
Sólo cata con inmaduro espíritu
Mil cosas altas.23
La educación en la retórica
y la sofística
Los sofistas, como Gorgias de Leontini,24 Protágoras de Abdera25 o Hipias de Elis,26 eran maestros de retórica. Aunque dirigían la educación a los políticos, la tendencia de los sofistas era, en general, más democrática que en la educación anterior (de carácter aristocrático), e incluso mucho más democrática que la educación platónica, que estaba orientada solo a las clases gobernantes. Los sofistas educaban en virtudes que pueden ser enseñadas, como el arte de hablar bien (elocuencia), el arte de escribir bien (gramática), el arte de razonar bien (dialéctica) y el arte del lenguaje métrico (rítmico), o sea, la poesía. La educación de los dirigentes políticos se fundaba en las artes del lenguaje que se acaban de mencionar, pero especialmente en la elocuencia, de ahí la importancia concedida al estudio de la retórica. Enseñar la virtud era entonces educar en la elocuencia.
Sócrates y Platón se oponen a los sofistas y plantean la cuestión de si la virtud puede ser enseñada (los diálogos Menón y Protágoras son un ejemplo de esa inquietud).27 Jaeger nos recuerda que:
El antagonismo espiritual de ambos métodos de educación sólo puede hallar unidad en el concepto superior de educación espiritual. Ambas formas de enseñanza han sobrevivido hasta los días presentes, más en la forma de un compromiso que en su nuda unilateralidad.28
Este antagonismo se dio entre la educación inspirada en la filosofía (sobre todo en la de Sócrates, Platón, Aristóteles y los estoicos) y una educación retórica inspirada en los sofistas y rétores29 (en Grecia, representada especialmente por Isócrates, y en Roma, por Cicerón y Quintiliano). En la Antigüedad, como aclara Jaeger, la educación inspirada en la retórica fue la que triunfó, y la volveremos a ver ampliamente desarrollada en el Renacimiento. Ambas formas de educación persiguen la formación espiritual, la areté humana, pero en los sofistas y su educación retórica “el espíritu no es considerado desde el punto de vista puramente intelectual, formal o de contenido, sino en relación con sus condiciones sociales”.30 Este aspecto social no es otra cosa que la orientación política que le dan los sofistas; se trata de la areté política. La importancia de los sofistas en la educación griega es tal que Jaeger los considera “los creadores de la formación espiritual y del arte educador que conduce a ella”.31 Hay, pues, en los sofistas, por vez primera, una teoría de la educación; ellos son los “fundadores de la ciencia de la educación”.32
Para los sofistas la educación es un arte (techné). El arte político, como lo concibe Protágoras, es la auténtica educación y el nexo comunitario necesario para la civilización; la educación va, pues, por encima de la técnica (en la acepción moderna del término). En este sentido, dice Jaeger, el humanismo separa el saber y el poder (técnico). La formación política es la educación general (y según esto, la esencia de la paideia de los sofistas es política). El humanismo griego concibe la educación como formación; de hecho, el término “formar” se encuentra explícito en Platón. “En este sentido el humanismo es una creación esencial de los griegos”,33 y es entre los sofistas donde, históricamente, se da por primera vez el humanismo. La educación anterior a la sofística no se distinguía de la religión, pero con el humanismo se presenta una ruptura en esta tradición. Recordemos el aforismo de Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, y de las que no son en cuanto que no son”.34
Los griegos denominan paideia (término que alude a la más alta areté humana) a todas las formas de creación espiritual y al legado entero de la tradición. La paideia es, pues, lo que en Roma se denominará “cultura” o humanitas y lo que los alemanes llamarán Bildung (formación). Lo más importante para los sofistas era la educación.
En un tiempo en que se disolvían todas las formas tradicionales de la existencia, tomaron conciencia, y se la dieron a su pueblo, de que la educación humana era la gran tarea histórica que les había sido asignada. Con ello descubrieron el punto central en torno al cual se realiza toda evolución y del cual debe partir toda estructuración consciente de la vida.35
Los sofistas se apoyaron en el concepto de naturaleza humana. Este concepto, nos recuerda Jaeger, se desarrolla originalmente en la medicina griega y es adoptado tanto por el historiador Tucídides como por los sofistas. En efecto, la educación se orienta hacia la totalidad del ser y hacia lo universal de la naturaleza humana. La naturaleza nos da unas aptitudes, unas capacidades, una “materia”, y la educación va dando forma y cultivo a esa naturaleza. Jaeger, pensando en lo que fue la paideia griega, nos dice que el ideal de la educación humana es la culminación de la cultura, entendida esta en su sentido más amplio.36
Los sofistas no defendieron nunca la estatalización de la educación, pero sí estaban muy conscientes del papel que el Estado debe cumplir en este sentido. Su “concepción del derecho y de la legislación del Estado presupone la aceptación del influjo sistemático del Estado sobre la educación de los ciudadanos”.37 Y en la filosofía de Platón, es el Estado el que educa a las dos clases superiores (los guardianes y los sabios-regentes). En la realidad histórica, solo en la ciudad-estado de Esparta existía una educación organizada por el Estado.38
Según