Por todo lo anterior no es casual que los filósofos se hayan detenido en el estudio de los principios epistemológicos, lógicos, éticos y estéticos de la actividad educativa de los seres humanos. Así, Platón, en La República y Las leyes, presta gran atención al tema de la educación; Aristóteles se interesa en la comunicación de los principios éticos a las nuevas generaciones, como parte esencial de la vida ciudadana (la vida de la polis); Cicerón y Quintiliano en Roma se ocuparon de la educación del hombre elocuente, que para ellos era el ideal educativo; San Agustín, ya bajo el cristianismo, estudió cómo puede formarse al ser humano en los principios de la doctrina cristiana; los humanistas del Renacimiento dieron un impulso decisivo a la educación como autoformación, y así la lista de filósofos que se ocupan de la educación puede continuarse hasta el presente.
Con frecuencia, las filosofías de la educación de los grandes filósofos son aplicaciones cuasi-deductivas de los principios filosóficos que ellos sustentan; tal es el caso de Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás de Aquino, Kant o Hegel. Esto, sin embargo, no necesariamente tiene que ser así. Herbart desarrolló toda su filosofía en función de la pedagogía. Dewey consideró que la filosofía es la filosofía de la educación, es decir, que toda la filosofía gira en torno a los problemas de la educación. Paulo Freire también dedica toda su reflexión y praxis a la educación.
No todos los problemas que en uno u otro momento de la historia de la filosofía de la educación se consideraron pertinentes siguen siéndolo para la filosofía. La principal razón es que muchos temas han pasado a formar parte de alguna ciencia determinada, y no hay razón para que la filosofía “llueva sobre mojado”. Así, el debate entre platónicos y aristotélicos acerca de si hay ideas innatas o no es un problema de la psicología. La teoría del aprendizaje se ha desarrollado mucho en la ciencia psicológica, y está de más que la filosofía vuelva sobre ello. Lo que sí puede suceder es que las dos posiciones (innatismo y empirismo) vuelvan a reflejarse en las teorías psicológicas, por científicas que ellas sean. Asimismo, el tema del desarrollo de la personalidad pertenece a la ciencia psicológica, y la filosofía puede dejar sus intuiciones para un desarrollo más sistemático en dicha ciencia. En cambio, la ética y la epistemología siguen siendo fortalezas de la filosofía.22
La presente obra elabora en forma histórica lo que ha sido y es la filosofía de la educación en el pensamiento occidental. Se centra exclusivamente en el pensamiento filosófico educativo, y no en las instituciones en las que han tomado cuerpo los procesos educativos. Esto último es más bien tarea de la historia de la educación, como lo muestra claramente esa excelente obra que constituyen los tres volúmenes de la Historia de la educación occidental de James Bowen. Mi libro se escribe desde una filosofía de la educación en la tardomodernidad porque, aunque cubre la historia occidental del pensamiento filosófico-educativo, esta historia viene iluminada desde los nuevos planteamientos que en la tardomodernidad se han hecho. Por ejemplo, he tenido muy en cuenta las filosofías de Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Jacques Derrida, Lev Vigotski, Edgar Morin, etc. Estas teorías no solo iluminan el presente, sino que además permiten una mirada teórica hacia el pasado del pensamiento occidental y contribuyen a pensarlo de forma nueva. Otra característica de esta obra es su atención a los pensadores latinoamericanos de la educación: el venezolano Simón Rodríguez, el puertorriqueño Eugenio María de Hostos, el cubano José Martí, el brasilero Paulo Freire, etc. Finalmente, pero no menos importante, el hecho de que la exposición sea histórica no implica que no haya una toma de posición de parte mía acerca de los temas y problemas que en esta obra se tratan. La filosofía es siempre una toma de posición, todo lo racional y razonable que se quiera, pero el compromiso es ineludible.
1 Daniel Boorstin, Los descubridores, Barcelona, Crítica, 1987, p. 504.
2 “El 19 de julio de 1799, se descubre la llamada piedra de Rosetta. […] En ella se contiene el texto de un decreto de Ptolomeo V en tres versiones: jeroglífica, demótica y griega. Desde ese momento las investigaciones disponen por lo tanto de la lengua que estos textos, por entonces aún incomprensibles, transcriben”. Louis-Jean Calvet, Historia de la escritura. De Mesopotamia hasta nuestros días, Buenos Aires, 2007, p. 94.
3 André Leroi-Gourhan, Le geste et le parole, París, Albin Michel, 1964, p. 253.
4 Ibíd., pp. 252-253.
5 D. Boorstin, Óp. cit., p. 505.
6 Ibíd, p. 506.
7 Ibíd.
8 Stanley Bonner, La educación romana, Barcelona, Herder, 1984, p. 60.
9 Mario Alighiero Manacorda, Historia de la educación, México, Siglo XXI, 1987, vol. I, p. 75.
10 Iván Illich, En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al Didascalicon, de Hugo de San Víctor, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 17.
11 Ibíd, pp. 25-26.
12 Esteban Tollinchi, La metamorfosis de Roma, Río Piedras, Editorial de la UPR, 1998, p. 177.
13 James Bowen, Historia de la educación occidental, 4.ª ed., Barcelona, Herder, 2001, vol. I, p. 338.
14 Immanuel Kant, Pedagogía, Madrid, Akal, 2003, p. 45.
15 Jacinto Ordóñez, Introducción a la pedagogía, San José de Costa Rica, Universidad Estatal a Distancia, 2004, p. 308.
16 Olga Lucía Zuluaga, Pedagogía e historia, Bogotá, Siglo del Hombre, 1999, p. 51.
17 Ibíd, p. 14.
18 J. Bowen, Óp. cit., p. 15.
19 Diógenes Laercio, Vida de los más ilustres filósofos griegos, Madrid, Orbis, 1987, p. 103.
20 Aristóteles, Metafísica, 981b.