Como hemos podido comprobar, la educación que Platón promueve no es democrática (como sí lo es la de los sofistas y los rétores). Se centra principalmente en los guardianes (gobernantes y auxiliares) y es una educación doctrinaria, en donde el Estado establece lo verdadero y lo falso, lo correcto y lo incorrecto de lo que debe ser enseñado. Se trata de una educación en la que el Estado implanta una férrea normativa sobre lo que debe enseñarse en poesía, música, danza, teología, matemáticas y astronomía. La filosofía de una verdad única sobre la realidad, con el agravante de estar establecida desde el Estado, conduce inevitablemente al absolutismo político. En Platón aquello era solo una idea (un ideal, para él), pero la historia humana ha conocido ejemplos reales fatídicos, tales como la inquisición o los campos de exterminio. El ideal de Platón es una ortopedia del alma y del cuerpo, que busca moldear el alma, como nos dice explícitamente varias veces; y los moldeadores del alma y el cuerpo son los guardianes y la clase gobernante. Platón dedica los esfuerzos de la educación a los futuros guardianes, aristocracia de vieja data. En relación con su posición sobre la participación de los ciudadanos en asuntos de política, el mejor texto lo encontramos en Protágoras:
Así es, Sócrates, y por eso los atenienses y otras gentes, cuando se trata de la excelencia arquitectónica o de algún tema profesional, opinan que sólo unos pocos deben asistir a la decisión, y si alguno que está al margen de estos pocos da su consejo, no se lo aceptan, como tú dices. Y es razonable, digo yo. Pero cuando se meten en una discusión sobre la excelencia política, que hay que tratar enteramente con justicia y moderación, naturalmente aceptan a cualquier persona, como que es el deber de todo el mundo en particular de esta excelencia; de lo contrario, no existirían ciudades. Esa, Sócrates, es la razón de esto.
Para que no creas sufrir engaño respecto de que, en realidad, todos los hombres creen que cualquiera participa en la justicia y de la virtud política en general, acepta este nuevo argumento. En las otras excelencias, como tú dices, por ejemplo: en caso de que uno afirme ser buen flautista o destacar por algún otro arte cualquiera, en el que no es experto, o se burlan de él o se irritan, y sus familiares van a ése y le reprenden como a un alocado.
En cambio, en la justicia y en la restante virtud política, si saben que alguno es injusto y éste, él por su propia cuenta, habla con sinceridad en contra de la mayoría, lo que en el otro terreno se juzgaba sensatez, decir la verdad, ahora se considera locura, y afirman que delira el que no aparenta la justicia. De modo que parece necesario que nadie deje de participar de ella en alguna medida, bajo pena de dejar de existir entre los humanos.
Respecto de que a cualquier persona aceptan razonablemente como consejero sobre esta virtud por creer que todo el mundo participa de ella, eso digo. Y en cuanto a que creen que ésa no se da por naturaleza ni con carácter espontáneo, sino que es enseñable y que se obtiene del ejercicio, en quien la obtiene, esto intentaré mostrártelo ahora.82
Platón, como hemos dicho, no defendió la democracia; pero en el argumento de Protágoras, este último se muestra democrático porque admite que, diferente a lo que ocurre en las profesiones donde el juicio depende del experto, en la política todos los ciudadanos tienen capacidad de intervenir.
La escuela de Isócrates
Hemos descrito la idea de la educación sobre el fundamento de la oratoria en los sofistas. Con Isócrates83 tenemos un nuevo capítulo de este tipo de educación. Aristóteles elogia la oratoria de Isócrates; Nietzsche, por su parte, dice de él que “es el maestro más grande de la elocuencia [pues] considera el discurso como la causa de toda formación, incluyendo la moral”.84 Y Marrou confirma esta apreciación: “Isócrates fue el maestro por excelencia de aquella cultura oratoria y educación literaria llamadas a imponerse como caracteres dominantes en la tradición clásica”.85 Desde este punto de vista, la educación tiende al ideal del buen orador, ideal que va a dominar hasta el final de la cultura antigua, en la cual la educación estaba dirigida al ser humano “completo”, es decir, compuesto por cuerpo y alma. La base de la educación propuesta por Isócrates comenzaba con la gramática, la cual se estudiaba a través de los poetas clásicos. Se comentaba a Homero y Hesíodo, aunque Isócrates criticaba algunas formas de comentario que se usaban. También se estudiaba la historia, “el conocimiento del pasado, los hechos”, y para ello se acudía a los textos de Heródoto y Tucídides. Se promovía también las matemáticas, y la enseñanza superior se dedicaba a la oratoria.
La retórica de Isócrates (para quien la elocuencia es el ideal bien logrado) no es irresponsable. “No es indiferente al punto de vista moral”.86 De hecho, tiene un alcance cívico y patriótico: “Nosotros llamamos griegos a quienes tienen en común con nosotros la cultura, más bien que a los que tienen la misma sangre”, decía Isócrates.87 La cultura, como el bien superior, es el ideal de este educador. Se trata de “un ideal magnífico de valor universal pues este lenguaje, logos, como ya lo sabemos, es el verbo, que hace del hombre un Hombre, del griego un ser civilizado”.88 El lenguaje es también el medio por el cual los seres humanos pueden comprenderse; es por eso que “Isócrates da por sentado que toda educación espiritual superior se basa en desarrollar la capacidad de los hombres para comprenderse mutuamente”.89
Con Isócrates, pues, la retórica adquiere un carácter ético; su ideal no es solo el buen orador, sino que este se constituya en un ser humano completo (idea que volveremos a encontrar en la educación retórica romana de Cicerón y Quintiliano). “Una palabra veraz, conforme a la ley y justa, es la imagen de un alma buena”, afirma Isócrates.90 El constante ideal griego de la unidad entre la belleza y el bien está también presente en la educación tal como Isócrates la defiende y la practica. “Su mejor recompensa es la de que sus discípulos alcancen la kalokagathía91 y lleguen a ser personalidades plenamente desarrolladas en lo moral y en lo espiritual, dignas de ser honradas por sus conciudadanos”.92
El ser humano cultivado es el que tiene la capacidad de acertar en la mejor solución; no se trata ya de la ciencia (episteme) ideal de la educación que favorecía Platón, sino que, con la solución adecuada a la justa oportunidad (kairós), de lo que se trata es de defender no una ciencia de certezas, sino la opinión (doxa) justa. Para Marrou, antes de Isócrates la ciencia (episteme) era inaccesible; pero el saber de Isócrates es mucho más realista y, por ende, viable:
No se trata de remontarse al cielo de las ideas ni de hacer malabarismos verbales sobre la base de paradojas; la conducta en la vida no exigía ideas sorprendentes o novedosas, sino buen sentido probado, el buen sentido de la tradición.93
La elocuencia estuvo siempre en la base de la educación griega. Nietzsche nos dice:
La más inmoderada presunción de ser capaz de hacerlo todo, como retóricos y estilistas, corre por toda la Antigüedad de una manera incomprensible para nosotros. Ellos controlan la “opinión sobre las cosas” y, en consecuencia, el efecto de las cosas sobre los hombres; y ellos lo saben. Para ello es ciertamente necesario que la humanidad misma sea educada retóricamente.94
Tan importante es la retórica para la educación antigua, que Nietzsche la pone como una diferencia entre los antiguos y los modernos: “una de las principales diferencias entre los antiguos y los modernos es el extraordinario desarrollo de la retórica; en nuestra época este arte es objeto de un general desprecio”.95 Sin embargo, el mismo Nietzsche valora muy en alto la retórica, y toda su comprensión del lenguaje está dada desde ella: “Esa ‘fuerza’ que Aristóteles llama retórica, es la esencia misma del lenguaje”.96
La educación de la mujer
en Grecia
La condición de la mujer en Grecia durante la democracia fue de sujeción. No era tenida en cuenta para los cargos públicos, y su educación era muy precaria. Su función principal se limitaba a la familia: la maternidad y la crianza de los hijos. Pero también era así en la sociedad patriarcal descrita por Homero. “Penélope, la fiel mujer-de-casa de Odiseo, [...] servía de modelo a las jóvenes esposas. Bastaba para una mujer saber llevar la casa y cuidar