Filosofía de la educación. Carlos Rojas Osorio. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carlos Rojas Osorio
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587149432
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—afirma Todorov— podemos suponer que esta distinción es propia de Agustín. Está basada en la noción de proyecto y está orientada psicológicamente hacia la comunicación. [...]. Agustín integra dos clases de signos que habían permanecido separados: el símbolo de Aristóteles y de los estoicos se convierte en un ‘signo natural’; el símbolo de Aristóteles, y la combinación de un significante y un significado en los estoicos llegan a ser los signos intencionales.26

      Para entender correctamente la interpretación de Todorov, es necesario fijarse en el hecho de que Agustín no utiliza explícitamente los términos “signos voluntarios o intencionales”; más bien ello se deduce de la definición de signo natural, pues Agustín dice que en ellos no interviene el deseo o la voluntad: “Los signos naturales son aquellos que, sin intención de significar, hacen que se conozca mediante ellos otra cosa fuera de lo que en sí son. Como el humo que es señal de fuego”.27 Para lo que Todorov denomina “signos intencionales” Agustín utiliza el término latino data, que nuestro traductor vierte unas veces por “instituido” y otras por “convencional”. La expresión agustiniana es, en la traducción de fray Balbino Martín, así:

      Los signos convencionales son los que mutuamente se dan todos los vivientes para manifestar, en cuanto es posible, los movimientos del alma como son las sensaciones y los pensamientos.28

      La expresión data es, pues, interpretada por Todorov como una clase de signos que manifiestan una intención significativa.

      A estos importantes señalamientos de Todorov es necesario agregar que Agustín está exponiendo las reglas básicas de la hermenéutica bíblica, pero en esta es de especial importancia la intención significativa. Y es por esto por lo que el obispo introduce este aspecto de intencionalidad o voluntariedad en el proceso de significación del lenguaje. Es más, Agustín señala que la expresión lograda por el hagiógrafo puede ser inconsciente para él, pero que lo que verdaderamente importa es la intención de su divino inspirador.

      San Agustín cree que los hagiógrafos obran movidos por un oculto instinto que a veces padece la mente humana. Agustín refiere el sentido de los textos a Dios, y le importa menos lo que entendió el hagiógrafo.29

      Esta división de los signos en la cual se destaca el sentido intencional es, pues, propia de la hermenéutica. En cambio, como vimos, Agustín utiliza otra división que es propia de la retórica antigua. Se trata de la clasificación en signos propios y metafóricos. Todorov advierte que Agustín define los signos propios en el mismo sentido que los intencionales. Los signos traslaticios siguen siendo intencionales, pero cumplen una función adicional. Nótese que el cambio de sentido por el cual se define la metáfora o el sentido traslaticio pertenece a la semántica de la retórica, y es un cambio de significación de las palabras dentro de la lengua. El sentido intencional, en cambio, pertenece a la hermenéutica y tiene una significación mucho más subjetiva pero agregada a la significación objetiva de la lengua. “Con San Agustín la definición de traslaticio es nueva, no se refiere sólo al cambio de significado, sino a una palabra que designa un objeto que a su vez porta ya un significado”.30 La palabra “león” tiene ya un significado en la lengua, pero cuando se aplica al evangelista Marcos adquiere un nuevo significado, esta vez metafórico. Recuérdese que Paul Ricoeur define el símbolo por el poder del doble sentido.

      En estas consideraciones agustinianas hay que ver un viraje fundamental, pues pasamos de una comprensión del lenguaje desde la retórica tal como se da en el mundo grecorromano, a una comprensión del lenguaje desde la hermenéutica. La retórica es la comprensión del lenguaje propia de la democracia griega y la república romana. Allí las consideraciones acerca del lenguaje están ambientadas políticamente; mientras que la hermenéutica del lenguaje se desarrolla como una necesidad del cristianismo de interpretar rectamente la Biblia. Todorov lo resume categóricamente: “La hermenéutica ha absorbido a la retórica”.31 Ya Nietzsche había visto el papel fundamental que cumple la retórica en el mundo antiguo: “Sólo con la forma política de la democracia comienza la excesiva valoración del discurso, convirtiéndose ahora en el mayor instrumento de poder inter pares”.32 También señala Nietzsche que con el advenimiento del cristianismo la retórica queda subordinada a los fines de la predicación religiosa: “La efectividad de la predicación cristiana puede deducirse de ese elemento”.33 Agustín no rechaza totalmente la retórica, sino que la subordina a la doctrina cristiana. La elocuencia sirve para defender tanto lo verdadero como lo falso. Como escribe James Murphy:

      San Agustín toma, pues, posición en el gran debate sobre el uso que la nueva sociedad cristiana debe hacer de la sapientia mundi. Declara que el arte de la elocuencia debe usarse activamente, y no rechazarlo porque esté manchado de paganismo.34

      Tanto la predicación del evangelio como la enseñanza de la doctrina cristiana requieren de la elocuencia. No basta conocer la “materia”, es necesario saberla comunicar.

      En la interpretación, Agustín distingue cuatro sentidos: el sentido histórico, el etiológico, el analógico y el alegórico. El sentido histórico es el que se atiene al significado usual de las palabras. El sentido etiológico es el que evoca la causa del evento en cuestión. El sentido analógico es el que utiliza un texto para aplicarlo a otro, y el alegórico es lo mismo que el metafórico. Todorov explica que para Agustín, en realidad, todo sentido que no sea histórico (o literal) es alegórico. Agustín difiere de Filón de Alejandría, para quien todo sentido, en los textos del Antiguo Testamento es alegórico. A veces Agustín invoca otras clasificaciones del sentido, como cuando habla del sentido profético, anagógico (místico) y tropológico. Agustín encontraba dificultad en los textos de la Escritura, y solo cuando se asume que es más importante el espíritu que la letra, entonces entra en plena lucidez para entenderla. La interpretación alegórica le hizo comprender que el Antiguo Testamento es figura del Nuevo, que aquel es propio de lo carnal y este figura de lo espiritual. Este significado de “alegoría” se denominará después “tipología”. Para comprender el sentido alegórico, Agustín recomienda recurrir al estudio de los tropos o figuras de la retórica.

      Gramática y verdad

      En el diálogo Soliloquios, San Agustín se centra en el problema de la verdad, y es interesante percatarse de que no solo plantea la cuestión desde un punto de vista lógico y epistemológico sino que problematiza la verdad de la gramática. La gramática de la que habla es la disciplina que con este nombre se enseñaba en el sistema de instrucción grecorromano y medieval, el llamado trivium (dialéctica [lógica], gramática y retórica). Se trata, pues, de unas disciplinas que engloban cuestiones formales del lenguaje, que lentamente se habían venido desarrollando desde los sofistas y rétores griegos, y que entre los romanos eran de especial importancia. Agustín recibió toda una formación pagana y estaba imbuido de estas disciplinas (recuérdese que fue maestro de retórica en Milán antes de su conversión al cristianismo).

      San Agustín se pregunta si la dialéctica es verdadera, a lo cual responde afirmativamente, y agrega que también la gramática lo es. Lo interesante del diálogo es que el clérigo formula una paradoja lógica a propósito de la gramática:

      No puedes negar que has aprendido una cosa verdadera al aprender esta fábula. Pues si fuera verdad que Dédalo se remontó a los aires volando y este hecho fuera enseñado a sus niños y admitido por ellos como fábula, por lo mismo se les enseñaría una falsedad; dándoles como fingido un hecho real. Y de aquí resulta lo que nos pareció extraordinario, a saber: que la fábula del vuelo de Dédalo no puede ser verdadera sino a condición de ser falso el vuelo.35

      Enseñar verdaderamente una fábula es enseñarla como fábula. Tiene utilidad en la medida en que aprendemos algo. Decir la fábula verdaderamente es decirla tal como la recuerda la memoria, pero ello no significa que se convierta en verdadera. No podemos narrar la fábula diciendo lo que la fábula no dice, pues ello sería no atenerse a la verdad. Algo es una fábula a condición de que su contenido veritativo sea falso. Enseñar la fábula con verdad es enseñar un hecho falso, porque no existe tal hecho. Tal es la paradoja que plantea Agustín. Ahora responde:

      Pero tal vez los gramáticos que nos enseñaron las fábulas no querían que las aprendiésemos sin creerlas […]. Poco antes te extrañabas de las cosas que no pueden ser verdaderas