–Quisiera pedirle —la interrumpió de pronto Aliosha— que me dejara un trapito limpio para vendarme el dedo. Me he hecho una herida, y ahora me duele mucho.
Aliosha se destapó el dedo mordido. El pañuelo estaba empapado en sangre. La señora Jojlakova soltó un grito y entrecerró los ojos.
–¡Dios mío, vaya herida! ¡Es horrible!
Pero Lise, nada más ver por la rendija el dedo de Aliosha, abrió de par en par la puerta de un empujón.
–Venga aquí, venga aquí —gritó con insistencia, en tono imperioso—. ¡Y déjese ya de tonterías! ¡Oh, Señor! ¿Cómo ha aguantado tanto tiempo sin decir nada? ¡Podía haberse desangrado, mamá! ¿Dónde se lo ha hecho, dónde? ¡Agua, eso es lo primero! ¡Agua! Hay que lavar bien la herida, y meter el dedo en agua fría, para que se le pase el dolor, y aguantar, aguantar un buen rato… Rápido, mamá, hay que llenar de agua el lavamanos. Venga, rápido —añadió nerviosa. Estaba muy asustada; la herida de Aliosha la había impresionado mucho.
–¿No deberíamos llamar a Herzenstube? —propuso la señora Jojlakova.
–Mamá, usted acaba conmigo. ¡Su Herzenstube vendrá y dirá que no entiende nada! ¡Agua, agua! Mamá, por el amor de Dios, vaya usted y métale prisa a Yulia: no sé qué andará haciendo por ahí; nunca tiene prisa. Deprisa, mamá, que me da algo…
–¡Si no es nada! —exclamó Aliosha, a quien le estaban contagiando el pánico.
Yulia llegó corriendo con el agua. Aliosha sumergió el dedo en el agua.
–Mamá, por Dios, traiga unas hilas; unas hilas y esa agua turbia cáustica, para los cortes… ¿cómo se llamaba? Tenemos en casa, tenemos, tenemos… Mamá, usted sabe dónde está el frasco; en su dormitorio, en el armarito a mano derecha, allí hay un frasco grande y unas hilas…
–Ahora mismo traigo todo, Lise, pero deja de gritar y no te pongas nerviosa. Ya ves con qué entereza aguanta Alekséi Fiódorovich su desgracia. Pero ¿dónde se ha lastimado usted de un modo tan espantoso, Alekséi Fiódorovich?
La señora Jojlakova salió precipitadamente. Era lo que estaba esperando Lise.
–Primero, respóndame a una pregunta —se dirigió sin demora a Aliosha—, ¿dónde se ha hecho usted eso? Después tengo que hablarle de otro asunto muy distinto. ¡Cuente!
Aliosha, intuyendo que el tiempo disponible hasta la vuelta de la madre era precioso para ella, le contó a toda prisa, omitiendo y resumiendo muchas cosas, aunque con precisión y claridad, su enigmático encuentro con los escolares. Después de escucharle, Lise juntó las manos, en señal de sorpresa:
–Pero ¡cómo es posible! ¡Cómo es posible! ¡Enredarse con esos chiquillos, y para colmo con esa vestidura! —exclamó enojada, como si tuviera algún derecho sobre él—. Ya se ve que es usted un chiquillo, ¡es usted más crío que cualquiera de ellos! Eso sí, tiene usted que enterarse sin falta de lo que pasa con ese demonio de niño y contármelo todo, porque aquí hay gato encerrado. Y ahora lo otro, pero antes dígame: ¿está usted en condiciones, Alekséi Fiódorovich, a pesar del dolor, de hablar de las mayores nimiedades, pero de hacerlo con toda seriedad?
–Claro que sí; además, tampoco me duele tanto.
–Eso es porque tiene el dedo en agua. Hay que cambiarla enseguida, porque se calienta en un abrir y cerrar de ojos. Yulia, trae corriendo un poco de hielo de la bodega y otro lavamanos con agua… Bueno, ahora que ya ha salido, iré al grano: haga el favor de devolverme de inmediato, mi querido Alekséi Fiódorovich, la carta que le mandé ayer; de inmediato, porque mamá puede volver en cualquier momento, y no quiero que…
–No tengo aquí la carta.
–No es verdad, sí que la tiene. Estaba segura de que iba a decirme eso. La lleva en ese bolsillo. Me he arrepentido tanto, toda la noche, de esa estúpida broma. Devuélvame esa carta ahora mismo, ¡devuélvamela!
–Allí se ha quedado.
–No quiero que me considere usted una niña pequeña, una auténtica cría, por culpa de esa carta mía con una broma tan estúpida. Le pido perdón por mi estupidez, pero tiene que traerme la carta, pase lo que pase, suponiendo que sea verdad que no la lleva encima; ¡tráigamela hoy mismo sin falta! ¡Sin falta!
–Hoy me resulta imposible, porque me voy al monasterio y no volveré por aquí en dos o tres días, acaso cuatro, pues el stárets Zosima…
–¡Cuatro días! ¡Qué disparate! Dígame: ¿se ha reído usted mucho de mí?
–No me he reído ni pizca.
–¿Por qué no?
–Porque me lo he creído todo.
–¡Me está ofendiendo!
–De ningún modo. Nada más leerla, he pensado que todo va a ser así, porque, en cuanto muera el stárets Zosima, tengo que abandonar enseguida el monasterio. Después continuaré mis estudios, haré mis exámenes y, cuando se cumpla el plazo que fija la ley, nos casaremos. Y la amaré. Aunque no he tenido tiempo de pensarlo detenidamente, he llegado a la conclusión de que mejor mujer que usted no la voy a encontrar, y ya que el stárets me manda casarme…
–Pero si soy un monstruo, ¡me tienen que llevar en silla de ruedas! —dijo Liza entre risas, con las mejillas encendidas por el rubor.
–Yo personalmente la llevaré en la silla, pero estoy convencido de que para entonces ya se habrá curado.
–Está usted mal de la cabeza —dijo Liza, nerviosa—. ¡A partir de una broma como ésa, llegar a un disparate semejante!… Ah, aquí está mamá, y muy oportunamente, creo yo. ¡Hay que ver lo que se retrasa siempre, mamá! ¡Cómo ha podido tardar tanto! ¡Y ahí llega Yulia con el hielo!
–Ay, Lise, no grites, ¡sobre todo no grites! Estoy ya de estos gritos… ¿Qué querías que hiciera, si resulta que habías guardado las hilas en otro sitio?… He estado buscando, buscando… Sospecho que lo has hecho aposta.
–¿Cómo iba a saber yo que se iba a presentar con una mordedura en el dedo? Si hubiera sido así, todavía podía haberlo hecho aposta. Mamá, ángel mío, empieza usted a decir unas cosas de lo más ocurrentes.
–Serán ocurrentes, pero ¡qué sentimientos los tuyos, Lise, a propósito del dedo de Alekséi Fiódorovich y de todo lo sucedido! ¡Oh, mi buen Alekséi Fiódorovich! Lo que me mata no son los pormenores, no es un caso como el de Herzenstube, sino el conjunto, la suma de tantas cosas; ¡eso es lo que no puedo soportar!
–Ya basta, mamá, ya basta de hablar de Herzenstube. —Liza se rió alegremente—. Deme pronto esas hilas, mamá, y el agua. Esto no es más que una disolución de acetato de plomo, Alekséi Fiódorovich, ahora no recuerdo cómo se llama, pero es una disolución excelente. Figúrese, mamá, que al venir hacia aquí se ha peleado en la calle con unos niños, y uno de ellos le ha dado un mordisco; ¿no le parece que también él es un niño, un auténtico niño? Y, después de eso, ¿cómo se va a casar? Porque ahora resulta que se quiere casar. Imagíneselo casado, mamá. ¿No le entra la risa? ¿No le parece inconcebible?
Y Lise no paraba de reírse con su fina risita nerviosa, mientras miraba pícaramente a Alekséi.
–Vaya, cómo va a casarse, Lise, y a cuento de qué viene ahora eso, y además no es asunto tuyo… Y además ese niño puede que tenga la rabia.
–¡Ay, mamá! Como si hubiera niños con rabia…
–¿Por qué no iba a haberlos? No creo que haya dicho ninguna tontería, Lise. A ese chico puede haberlo