–¡Ay, mamá! Vaya usted sola, él no puede ir en este momento, le duele mucho.
–No me duele nada, claro que puedo ir —dijo Aliosha.
–¡Cómo! ¿Así que se va? ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible?
–¿Y qué? Cuando termine allí, puedo volver, y seguiremos hablando todo el tiempo que quiera. Pero desearía ver enseguida a Katerina Ivánovna, porque, en cualquier caso, hoy me gustaría regresar lo antes posible al monasterio.
–Lléveselo, mamá; lléveselo cuanto antes. Alekséi Fiódorovich, no se moleste en venir a verme cuando termine con Katerina Ivánovna; váyase derecho al monasterio, ¡ése es su sitio! Yo quiero dormir, no he pegado ojo en toda la noche.
–Ay, Lise, tú siempre con tus bromas; ¡ojalá te durmieras de verdad! —exclamó la señora Jojlakova.
–Yo no sé cómo… Me quedaré dos o tres minutos más; hasta cinco, si así lo desea —balbuceó Aliosha.
–¡Hasta cinco! Pero lléveselo de una vez, mamá, ¡es un monstre!
–Lise, has perdido el juicio. Vámonos, Alekséi Fiódorovich; hoy está demasiado caprichosa, tengo miedo de que se altere. ¡Nada peor que una mujer nerviosa, Alekséi Fiódorovich! Y hasta es posible que, en su presencia, le hayan venido ganas de dormir. ¡Ha conseguido usted que le entrara sueño muy pronto! ¡Qué suerte!
–Oh, mamá, ahora le ha dado por decir unas cosas muy bonitas; le doy un beso, mami.
–Igualmente, Lise. Escuche, Alekséi Fiódorovich —dijo gravemente, con aire misterioso, hablando en un rápido susurro, la señora Jojlakova, mientras salía con Aliosha—, no quiero condicionarle en ningún sentido, ni pretendo levantar el velo, pero, en cuanto entre, usted mismo verá lo que sucede; es algo espantoso, es una comedia fantástica: ella está enamorada de su hermano Iván Fiódorovich, pero intenta convencerse a toda costa de que a quien ama es a Dmitri Fiódorovich. ¡Es espantoso! Entraré con usted y, si nadie me echa, esperaré hasta el final.
V. Desgarro en la sala
Pero en la sala la conversación ya estaba a punto de concluir; Katerina Ivánovna era presa de una gran excitación, aunque se la veía decidida. Justo cuando entraban Aliosha y la señora Jojlakova, Iván Fiódorovich se levantaba para irse. Tenía la cara algo pálida, y Aliosha lo miró con preocupación. En ese momento, a Aliosha se le aclaró una duda, un inquietante enigma que lo atormentaba desde hacía algún tiempo. Hacía cosa de un mes, distintas personas, en diversas ocasiones, le habían insinuado que su hermano Iván amaba a Katerina Ivánovna y, sobre todo, que tenía el firme propósito de «quitársela» a Mitia. A Aliosha, hasta hacía muy poco, semejante idea le había parecido aberrante, sin dejar de producirle un gran desasosiego. Él quería a sus dos hermanos y le aterraba que existiera entre ellos esa rivalidad. Sin embargo, el día anterior el propio Dmitri Fiódorovich le había manifestado claramente que hasta le alegraba que Iván fuera su rival y que para él, para Dmitri, eso representaba incluso una estimable ayuda. Una ayuda ¿en qué sentido? ¿Tal vez porque así podría casarse con Grúshenka? Pero, en opinión de Aliosha, ésa sería una solución desesperada y extrema. Aparte de eso, hasta la misma víspera había creído, sin sombra de duda, que Katerina Ivánovna amaba apasionada y obstinadamente a su hermano Dmitri; pero solo lo había creído hasta la víspera. Para colmo, tenía la vaga sensación de que ella no podía amar a alguien como Iván y amaba, en cambio, a su hermano Dmitri, pero lo amaba tal y como era, pese a lo aberrante de semejante amor. El día anterior, sin embargo, durante la escena con Grúshenka, Aliosha había cambiado repentinamente de parecer. La palabra «desgarro», pronunciada hacía un rato por la señora Jojlakova, casi lo había hecho estremecerse, porque precisamente aquella noche, en el duermevela del alba, él también había exclamado repentinamente, acaso en respuesta a algo visto en sueños: «¡Desgarro, desgarro!». Y es que se había pasado toda la noche soñando con la escena vivida en casa de Katerina Ivánovna. Ahora, de pronto, la declaración, rotunda y firme, de la señora Jojlakova, según la cual Katerina Ivánovna amaba a Iván y se engañaba a sí misma deliberadamente, solo en virtud de alguna clase de juego, de un «desgarro», y se torturaba con su fingido amor a Dmitri, debido a una especie de presunta gratitud, había impresionado a Aliosha: «¡Sí, es muy posible que toda la verdad resida, en efecto, en esas palabras!». Pero, en tal caso, ¿en qué situación quedaba su hermano Iván? Aliosha sentía, de manera instintiva, que una mujer con el carácter de Katerina Ivánovna necesitaba a toda costa ejercer su autoridad, pero ella podía dominar únicamente a alguien como Dmitri, jamás a un hombre como Iván. Pues solo Dmitri (aunque a largo plazo, admitámoslo) podría someterse a ella finalmente, «por su propia dicha» (cosa que Aliosha hasta habría deseado), pero Iván no, Iván sería incapaz de someterse, aparte de que semejante sumisión a él nunca le daría la felicidad. Tal era la idea que Aliosha, sin saber ni cómo, se había hecho de Iván. Y todas esas dudas y conjeturas le vinieron a la cabeza en el momento preciso en que entró en la sala. Y otra idea cruzó su pensamiento, una idea súbita e irreprimible: «¿Y si ella no quiere a ninguno, ni al uno ni al otro?». Conviene destacar que Aliosha se sentía como avergonzado de tales ideas y que en el último mes se las había reprochado cada vez que se le habían pasado por la cabeza. «Como si yo supiera algo del amor o de las mujeres para poder llegar a semejantes conclusiones», se recriminaba después de cada una de sus reflexiones o suposiciones. Sin embargo, no podía dejar de pensar. Su instinto le decía, por ejemplo, que para el destino de sus dos hermanos aquella rivalidad había adquirido una gran trascendencia, y muchas otras cosas dependían de ella. «Un reptil devorará a otro reptil», había sentenciado la víspera su hermano Iván, irritado, refiriéndose a su padre y a su hermano Dmitri. Así pues, ¿Dmitri era a sus ojos un reptil, y tal vez ya lo era hacía tiempo? ¿No lo sería desde que su hermano Iván había conocido a Katerina Ivánovna? Aquellas palabras, naturalmente, se le habían escapado sin querer a Iván el día anterior, pero por eso mismo resultaban aún más importantes. En tal caso, ¿qué paz podía haber entre ellos? ¿No eran aquéllos, por el contrario, nuevos motivos para el odio y la enemistad en su familia? Y, lo que es más importante, él, Aliosha, ¿de quién tenía que compadecerse? Los quería a los dos, pero ¿qué debería desearle a cada uno en medio de tan tremendas contradicciones? Entre tanta confusión era fácil perderse, pero el corazón de Aliosha no podía soportar la incertidumbre, porque su amor siempre había tenido un carácter activo. No podía amar pasivamente: en cuanto sentía amor, inmediatamente se mostraba dispuesto a ayudar. Pero para eso tenía que fijarse una meta, tenía que saber con certeza qué era lo que le convenía a cada uno, cuáles eran sus necesidades; de ese modo, como es natural, una vez establecido con precisión el objetivo, podría ayudar a los dos. Pero allí, en lugar de un objetivo preciso, lo único que había era enredo y confusión. ¡Se había hablado de «desgarro»! ¿Cómo podía aclararse siquiera en medio de tanto desgarro? ¡No entendía ni media palabra de todo aquel embrollo!
Al ver a Aliosha, Katerina Ivánovna, muy animada, le dijo enseguida a Iván Fiódorovich, que ya se había levantado, dispuesto a marcharse:
–¡Un momento! ¡Quédese un poco más! Me gustaría oír la opinión de esta persona, en quien confío ciegamente. Katerina Ósipovna, quédese usted también —añadió, dirigiéndose a la señora Jojlakova; le ofreció asiento a Aliosha al lado suyo, mientras Jojlakova se sentaba enfrente, cerca de Iván Fiódorovich—. Ustedes, queridos míos, son los únicos amigos que tengo en el mundo —empezó a decir vehementemente, con una voz en la que temblaban sinceras lágrimas de pesar, y de pronto el corazón de Aliosha se volvió nuevamente hacia ella—. Usted, Alekséi Fiódorovich, fue ayer testigo de aquel… horror y vio en qué estado me encontraba. Usted no lo vio, Iván Fiódorovich; él sí lo vio. No sé lo que pensaría ayer de mí… lo único que sé es que si hoy, si ahora se repitiera la situación, yo expresaría los mismos sentimientos que expresé ayer: los mismos sentimientos, las mismas palabras,