Los hermanos Karamázov. Федор Достоевский. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782377937080
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del abrigo estaban llenos de piedras. Aliosha se detuvo a dos pasos de él y lo miró con aire inquisitivo. El pequeño, comprendiendo enseguida por la mirada de Aliosha que éste no venía a pegarle, depuso su actitud hostil y hasta se decidió a hablar.

      –Yo soy solo uno, y ellos son seis… Pero puedo con todos —dijo de sopetón, con los ojos brillantes.

      –Una de las pedradas ha tenido que hacerle mucho daño —observó Aliosha.

      –¡Pues a Smúrov le he dado en la cabeza! —exclamó el niño.

      –Esos otros chicos me han dicho que usted me conoce y que tenía motivos para apedrearme, ¿es verdad? —preguntó Aliosha. El chico le dirigió una mirada sombría—. Yo a usted no le conozco. ¿De verdad me conoce usted a mí? —insistió Aliosha.

      –¡Déjeme en paz! —gritó el niño de pronto, irritado; no obstante, seguía sin moverse, como si estuviera esperando alguna cosa, y los ojos volvieron a brillarle con rabia.

      –Muy bien, me marcho —dijo Aliosha—, pero ya le digo que no le conozco, y no voy a burlarme de usted. Me han dicho cómo puedo hacerle rabiar, pero no me apetece. ¡Adiós!

      –¡Monje con pantalones de seda! —le gritó el chico, siguiendo sus pasos con la misma mirada irritada y retadora, al tiempo que se ponía en guardia, convencido de que, finalmente, Aliosha se le echaría encima sin falta.

      Pero éste volvió la cabeza, lo miró y siguió su camino. No obstante, apenas había dado tres pasos cuando sintió en la espalda el doloroso impacto de una pedrada: le había caído encima el canto más grande de todos cuantos guardaba el muchacho en los bolsillos.

      –¿Conque por la espalda? Entonces, debe de ser verdad eso que dicen de que usted ataca a traición… —Aliosha se dio otra vez la vuelta, y el muchacho, con toda su rabia, volvió a tirarle una piedra, en esta ocasión dirigida a la cara; Aliosha, sin embargo, logró cubrirse a tiempo y la piedra le dio en el codo—. ¿No le da vergüenza? ¿Qué le he hecho yo? —gritó.

      El chiquillo, sin decir palabra, en actitud desafiante, solo esperaba que Aliosha se lanzara de una vez contra él; pero, viendo que no se inmutaba, se enrabietó como una fierecilla y él mismo se abalanzó sobre Aliosha; sin darle tiempo a apartarse, el muchacho agachó la cabeza, le cogió con ambas manos la mano izquierda y, con toda su mala intención, le mordió el dedo corazón, haciéndole mucho daño. Le hincó los dientes y no soltó a su presa en diez segundos. Aliosha gritó de dolor, tirando del dedo con todas sus fuerzas. Por fin el chico lo dejó y se apartó de un salto, situándose a la misma distancia de antes. La mordedura del dedo, al lado de la uña, era seria, profunda, llegaba hasta el hueso; salía mucha sangre. Aliosha sacó su pañuelo y se envolvió la mano herida, apretando con fuerza. Estuvo así apretando casi un minuto. El niño, expectante, no se movió en todo ese tiempo. Por fin, Aliosha levantó hacia él su mirada serena.

      –Muy bien —dijo—, ya ha visto el daño que me ha hecho. Ya es suficiente, ¿no? Ahora dígame, ¿yo qué le he hecho? —El muchacho lo miró con asombro—. Yo no le conozco de nada y es la primera vez que le veo —continuó Aliosha, con la misma tranquilidad—, pero es imposible que no le haya hecho nada… No iba a hacerme usted tanto daño así porque sí. Entonces, ¿por qué no me dice qué es lo que le he hecho y de qué soy culpable?

      Por toda respuesta, el chiquillo rompió a llorar desconsoladamente, y de pronto se alejó corriendo de Aliosha. Éste lo siguió, sin perder la calma, hasta la calle Mijáilovskaia, y durante un buen rato lo vio correr a lo lejos, sin aflojar el ritmo, sin volver la cabeza: seguramente seguiría llorando con idéntico desconsuelo. Aliosha tomó la firme decisión de ir a buscar, en cuanto tuviera tiempo, a aquel chiquillo, con ánimo de aclarar ese enigma tan desconcertante. Pero aquél no era el mejor momento.

      IV. En casa de las Jojlakova

      No tardó en llegar a casa de las Jojlakova, una hermosa casa independiente, de dos plantas, construida en piedra: una de las mejores de la ciudad. Aunque la señora Jojlakova pasaba la mayor parte del año en otra provincia, donde poseía una hacienda, o en Moscú, donde también tenía casa propia, había conservado igualmente su residencia en nuestra ciudad, herencia de sus padres y abuelos. Además, la hacienda que tenía en nuestro distrito era la mayor de sus tres propiedades, a pesar de lo cual en el pasado había visitado nuestra provincia en contadas ocasiones.

      La señora Jojlakova salió precipitadamente al vestíbulo a recibir a Aliosha.

      –¿Ha recibido la carta donde le hablo del nuevo milagro? ¿La ha recibido? —dijo a toda prisa, nerviosa.

      –Sí, la he recibido.

      –¿La ha dado a conocer? ¿Se la ha enseñado a todo el mundo? ¡Le ha devuelto el hijo a esa madre!

      –Va a morir hoy mismo —dijo Aliosha.

      –Sí, ya lo sé, me lo han dicho. ¡Oh, qué ganas tengo de hablar con usted! Con usted o con quien sea, de todo esto. ¡No, no, con usted, con usted! Y ¡qué pena me da no poder ir a verlo! Toda la ciudad está conmovida, todos están expectantes. Pero ahora… ¿sabe que está aquí en casa Katerina Ivánovna?

      –¡Ah, qué suerte! —exclamó Aliosha—. Así voy a poder verla aquí, en esta casa; ayer me pidió que fuera hoy a visitarla sin falta.

      –Ya lo sé, ya lo sé. Me han contado con todo detalle lo que pasó ayer en casa de Katerina Ivánovna… todas esas cosas horribles con esa… tarasca. C’est tragique; yo, si fuera ella… ¡yo no sé lo que haría! Y luego, ese hermano suyo, Dmitri Fiódorovich, menudo está hecho, ¡ay, Dios! Alekséi Fiódorovich, me estoy haciendo un lío, figúrese: está aquí ahora su hermano, o sea, no el que hizo ayer esas cosas horribles, sino el otro, Iván Fiódorovich; está hablando con ella: tienen una conversación muy seria… Ni se imagina usted lo que les pasa ahora: es algo espantoso, déjeme que le diga que es como un desgarro; parece más bien una historia de terror, y resulta increíble: se están arruinando la vida, a saber por qué; los dos son conscientes de eso, y disfrutan actuando así. ¡Estaba esperándole! ¡Estaba esperándole! ¡Yo, la verdad, soy incapaz de soportarlo! Ahora mismo se lo cuento todo, pero antes tengo que preguntarle una cosa, aún más importante… ¡Si hasta se me olvidaba que eso es lo más importante! Dígame: ¿a qué se debe el ataque de histeria de Lise? ¡En cuanto se ha enterado de que usted estaba a punto de llegar, se ha puesto histérica!

      –Maman, la que está histérica es usted, no yo —se oyó la vocecita de Lise, gorjeando a través de la rendija de una puerta que daba a una habitación vecina. Era una rendija minúscula, y la voz llegaba entrecortada, igual que cuando uno tiene muchas ganas de reír y se esfuerza al máximo en sofocar la risa. Aliosha se fijó enseguida en la rendija: Lise, seguramente, estaría mirándolo desde su sillón, pero él no podía verla.

      –No sería raro, Lise, no sería raro… Con todos esos caprichos tuyos, me va a dar un ataque… Lo cierto, Alekséi Fiódorovich, es que está bastante mal; ha pasado la noche fatal, con fiebre, quejándose sin parar… ¡Qué ganas tenía de que amaneciese, para que viniese Herzenstube! Dice el doctor que no entiende nada y que hace falta esperar. Este Herzenstube, cada vez que viene, dice lo mismo: que no entiende nada. En cuanto ha llegado usted, Lise ha soltado un grito y ha sufrido un ataque, y ha mandado que la trajéramos aquí, a su antigua habitación…

      –Mamá, yo no tenía ni idea de que iba a venir, y no ha sido por él, ni mucho menos, por lo que quería venirme a este cuarto.

      –Eso no es verdad, Lise. Yulia ha ido corriendo a decirte que ya estaba llegando Alekséi Fiódorovich; tú la habías puesto a vigilar.

      –Ay, mami querida, eso no ha tenido ninguna gracia. Pero, si desea rectificar y decir ahora algo más ingenioso, puede decirle, mi querida mamá, al muy respetable señor Alekséi Fiódorovich, recién venido, que lo único que ha demostrado viniendo a vernos hoy, después de lo de ayer, y teniendo en cuenta que todo el mundo se ríe de él, es que no destaca por su agudeza.

      –Lise, te tomas demasiadas libertades, y te aseguro que al final voy a tener que recurrir a medidas más drásticas. ¿Quién