Los hermanos Karamázov. Федор Достоевский. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782377937080
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a usted eso —dijo Aliosha.

      –Sí, y hace ya tiempo. ¿Qué te pensabas? Hará unas tres semanas que me lo dijo. ¿No habrá venido con la intención de degollarme en secreto? Porque para algo habrá venido…

      –¡Qué cosas tiene! ¿Por qué dice eso? —Aliosha se quedó muy turbado.

      –La verdad es que no me pide dinero, aunque a mí no iba a sacarme nada de nada. Sepa usted, mi querido Alekséi Fiódorovich, que yo tengo intención de vivir en este mundo todo el tiempo que sea posible; por eso, me hace falta hasta el último kopek y, cuanto más tiempo viva, más falta me hará —siguió diciendo, mientras paseaba por la estancia, con las manos metidas en los bolsillos de su amplio y grasiento abrigo amarillo, confeccionado en tela ligera de calamaco—. De momento, a pesar de todo, aún soy un hombre, solo tengo cincuenta y cinco años, pero pretendo conservarme otros veinte años en mi línea varonil; sin embargo, a medida que me vaya haciendo viejo, me volveré repulsivo y las mujeres ya no se acercarán a mí de buena gana, de modo que mi dinerito me vendrá muy bien. Así pues, sepa usted, mi querido hijo Alekséi Fiódorovich, que ahora voy acumulando cada vez más y más, y solo para mí, pues deseo seguir viviendo hasta el fin de mis días hundido en el lodazal del vicio, para que lo sepa. Nada es tan dulce como el vicio: todo el mundo lo reprueba, pero todos viven en él, solo que lo hacen en secreto, y yo lo hago abiertamente. Y resulta que, por esta candidez mía, se me han echado encima todos los viciosos. Y es que a tu paraíso, Alekséi Fiódorovich, que sepas que no quiero ir, aparte de que sería impropio de un hombre decente ir a ese paraíso tuyo, suponiendo que exista. En mi opinión, un día te duermes y ya no te despiertas, y se acabó; entiéndeme si quieres, y si no vete al diablo. Ésa es mi filosofía. Ayer Iván habló muy bien aquí, aunque estábamos todos borrachos. Iván es un fanfarrón, y no es precisamente ningún sabio… ni tiene tampoco ninguna formación especial; se queda callado y se ríe de la gente sin necesidad de abrir la boca. Y a eso le saca partido. —Aliosha escuchaba, pero no decía nada—. ¿Por qué no habla conmigo? Y, si habla, siempre está con remilgos; ¡valiente sinvergüenza es tu Iván! Pues con Grushka me pienso casar en cuanto se me antoje. Porque con dinero se consigue todo lo que uno quiere, Alekséi Fiódorovich. Precisamente eso es lo que le da miedo a Iván: que yo me case. Por eso me vigila y empuja a Mitka a casarse con Grushka: de ese modo pretende apartarme de ella (¡como si fuera a dejarle el dinero a él si no me caso con Grushka!), y, por otra parte, si Mitka se casa con Grushka, él a su vez se quedará con la novia rica de su hermano, ¡ésos son sus cálculos! ¡Valiente sinvergüenza es tu Iván!

      –Qué irritable está usted. Eso es por lo de ayer; debería acostarse —dijo Aliosha.

      –Mira, tú puedes decirme eso —comentó de pronto el viejo, como si fuera la primera vez que se le ocurría semejante idea—; si me lo dices tú, yo no me enfado contigo; pero eso mismo, si me lo dijera Iván, me sentaría mal. Solo estando a tu lado he tenido algunos momentos de bondad, porque lo cierto es que soy una mala persona.

      –No es usted una mala persona, lo que pasa es que se ha echado a perder —dijo Aliosha con una sonrisa.

      –Escucha, a ese bandido de Mitka hoy mismo he querido hacer que lo encerraran, y aún no sé qué decisión tomar. Desde luego, en estos tiempos se ha puesto de moda ver como un prejuicio el respeto a padres y madres, pero tengo entendido que, de acuerdo con la ley, aún no está permitido arrastrar del pelo a tu anciano padre, ni arrojarlo al suelo y romperle la cara a taconazos en su propia casa, ni jactarse de que uno piensa volver para matarlo, y todo eso en presencia de testigos, señor mío. Yo, si quisiera, podría hacerle agachar la cabeza y mandarlo a la cárcel ahora mismo por lo ocurrido ayer.

      –Pero no piensa usted denunciarlo, ¿verdad?

      –Iván me lo ha desaconsejado. A mí, lo que diga Iván me trae sin cuidado, pero hay algo que no se me escapa… —E, inclinándose hacia Aliosha, prosiguió en tono confidencial, casi en un susurro—: Si hago que encierren a ese sinvergüenza, ella se va a enterar de que ha sido cosa mía y enseguida va a ir corriendo a su lado. En cambio, si hoy se entera de que ha molido a golpes a su padre, un anciano indefenso, a lo mejor rompe con él y viene a verme… Ya ves qué carácter el nuestro: solo sabemos llevar la contraria. ¡A ésa me la conozco como la palma de mi mano! ¿Qué, no te apetece un poco de coñac? Tómate un café frío, ya le añado yo unas gotitas de coñac, eso le da muy buen sabor.

      –No, gracias, no hace falta. Lo que sí me voy a llevar es este panecillo, con su permiso —dijo Aliosha y, cogiendo un chusco de tres kopeks, se lo guardó en el bolsillo de la sotana—. Tampoco usted debería tomar coñac —le aconsejó tímidamente, mirando al viejo a la cara.

      –Tienes razón, me irrita en lugar de calmarme. Pero por una copita… De ese que guardo en el armarito…

      Abrió el armarito con la llave, se sirvió una copa, se la bebió, después cerró el armarito y volvió a guardarse la llave en el bolsillo.

      –Y ya basta, tampoco voy a espichar por una copita.

      –Mire, ahora hasta se ha vuelto usted mejor persona —dijo Aliosha con una sonrisa.

      –¡Hum! Yo a ti te quiero hasta sin coñac, pero con los canallas yo soy también un canalla. Vanka no piensa ir a Chermashniá, ¿por qué? Lo que quiere es espiarme: quiere saber si es mucho lo que le doy a Grúshenka, en caso de que venga. ¡Son todos unos sinvergüenzas! A Iván no hay quien lo reconozca. ¿A quién habrá salido ése? No tiene nuestra alma, ni mucho menos. Ni que fuera a dejarle algo. Que sepáis que no voy a hacer testamento. Y a Mitka lo aplastaré como a una cucaracha. Yo a las cucarachas negras las aplasto de noche con la zapatilla: cuando las pisas, crujen. Así va a crujir tu Mitka. Tu Mitka, porque tú lo quieres. Fíjate: tú lo quieres, pero a mí no me da miedo que lo quieras. En cambio, si Iván lo quisiera, sí que me daría miedo. Pero Iván no quiere a nadie, Iván no es uno de los nuestros; los que son como Iván, amigo mío, no son de los nuestros, esa gente es como una polvareda… Sopla el viento y se lleva el polvo… Ayer se me ocurrió una tontería cuando te pedí que vinieras hoy: quería que averiguaras si por mil rublos, bueno, o por un par de miles, habría que echar cuentas, ese miserable de Mitka, ese pedigüeño, estaría dispuesto a largarse de aquí de una vez por todas, y no volver en cinco años, o mejor en treinta y cinco. Naturalmente, sin Grushka y renunciando a ella para siempre, ¿eh?

      –Yo… ya le preguntaré —farfulló Aliosha—. Si fueran tres mil, es posible que él…

      –¡No digas cosas absurdas! Ahora ya no hace falta preguntar, ¡ninguna falta! Me lo he pensado mejor. Lo de ayer fue una simpleza. No voy a darle nada, pero nada de nada, ese dinerito me viene muy bien a mí —el viejo agitó un brazo—. De todos modos, puedo aplastarlo como a una cucaracha. No le digas nada, no vaya a hacerse ilusiones. Esa novia suya, la tal Katerina Ivánovna, a la que ha procurado, con tanto empeño, tener escondida de mí, ¿se va a casar o no se va a casar con él? Tú ayer fuiste a verla, ¿a que sí?

      –Ella no quiere dejarlo de ninguna manera.

      –Ya ves de quiénes se enamoran esas tiernas damiselas: ¡de vividores y canallas! No valen nada, hazme caso, esas señoritas paliduchas; nada que ver con… ¡Bah! Si tuviera yo ahora sus años, y la cara de entonces (porque con veintiocho años yo era mucho más guapo que él), yo también saldría ganando, exactamente igual que él. ¡Valiente canalla! Pero a Grúshenka, en cualquier caso, no se la lleva, no, señor, no se la lleva… ¡Voy a hundirlo en el fango! —Volvió a enfurecerse al pronunciar estas palabras—. Lárgate tú también, hoy no tienes nada que hacer en esta casa —concluyó con brusquedad.

      Aliosha se acercó para despedirse y lo besó en el hombro.

      –¿A qué viene esto? —El viejo se quedó un tanto sorprendido—. Todavía volveremos a vernos. ¿O es que te crees que no vamos a vernos?

      –Nada de eso; lo he hecho sin ninguna intención.

      –No importa; también yo, también yo lo he dicho sin pensar… —El viejo se quedó mirando a Aliosha—. Escucha, escucha —le gritó según se marchaba—, ven cuando quieras, no tardes en volver, y haré que te preparen una buena sopa de pescado, no como la de hoy, ¡ven