Los hermanos Karamázov. Федор Достоевский. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782377937080
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mismo le contaré a Mitia que usted me besó la mano pero yo a usted no la suya. ¡Cómo se va a reír!

      –¡Mujerzuela, fuera de aquí!

      –¡Oh, qué vergüenza, señorita, qué vergüenza! Incluso dichas por usted semejantes palabras resultan indecentes, querida señorita.

      –¡Largo de aquí, vendida! —gritó Katerina Ivánovna. Todos los músculos temblaban en su cara, completamente desfigurada.

      –¿Vendida yo? Usted misma, de jovencita, visitaba caballeros al anochecer, ofrecía su belleza a cambio de dinero, lo sé.

      Katerina Ivánovna lanzó un grito y a punto estaba ya de abalanzarse sobre ella, pero Aliosha la retuvo con todas sus fuerzas:

      –¡Ni un paso, ni una palabra! No hable, no diga nada, se irá, ¡se irá ahora mismo!

      En ese instante las dos tías de Katerina Ivánovna, al oír su grito, también irrumpieron en la sala. Fueron corriendo hacia ella.

      –Me voy —dijo Grúshenka, cogiendo la mantilla del diván—. ¡Aliosha, querido, acompáñame!

      –¡Váyase, váyase cuanto antes! —le suplicó Aliosha, con las manos juntas.

      –Alióshenka, querido, ¡acompáñame! Y te diré algo muy, pero que muy agradable por el camino. Ha sido por ti, Alióshenka, por quien he montado esta escena. Acompáñame, tesoro, no te arrepentirás.

      Aliosha le dio la espalda, retorciéndose las manos. Grúshenka, riendo sonoramente, salió de la casa.

      Katerina Ivánovna fue presa de una crisis de nervios. Sollozaba, los espasmos la ahogaban. Todos se afanaban a su alrededor.

      –Ya la advertí —le decía la tía mayor—, ya la advertí de que no diera este paso… Es usted demasiado impetuosa… ¡Cómo pudo dar semejante paso! Usted no conoce a esas criaturas, y ésta, según dicen, es la peor de todas… ¡No, es usted demasiado caprichosa!

      –¡Es un tigre! —gritó Katerina Ivánovna—. ¿Por qué me retuvo, Alekséi Fiódorovich? ¡Le habría pegado, sí, pegado!

      No podía contenerse delante de Aliosha y quizá ni siquiera lo deseara.

      –¡Debería ser azotada en un patíbulo, por un verdugo, en público!

      Aliosha retrocedió hacia la puerta.

      –Pero ¡Dios mío! —exclamó de repente Katerina Ivánovna, levantando las manos—. ¡Y él! ¡Cómo ha podido ser tan vil, tan inhumano! ¡Le ha contado a esa criatura lo que pasó ese día fatídico, maldito, eternamente maldito! «Iba a vender su belleza, querida señorita.» ¡Ella lo sabe! ¡Su hermano es un canalla, Alekséi Fiódorovich!

      Aliosha quería decir algo, pero no encontraba ni una sola palabra. El dolor le oprimía el corazón.

      –¡Váyase, Alekséi Fiódorovich! ¡Qué vergüenza, qué espanto! Mañana… Se lo suplico de rodillas, venga mañana. No me juzgue, perdone, ¡no sé qué será de mí!

      Aliosha salió a la calle como tambaleándose. Como ella, él también tenía ganas de llorar. De pronto, lo alcanzó la criada.

      –La señorita se ha olvidado de entregarle esta carta de parte de la señora Jojlakova. Está aquí desde la hora de comer.

      Aliosha cogió maquinalmente el sobrecito rosa y, casi sin darse cuenta, se lo metió en el bolsillo.

      XI. Otra reputación arruinada

      Desde la ciudad hasta el monasterio había una versta, o poco más. Aliosha apresuró el paso por el camino, desierto a esa hora. Ya casi era de noche, resultaba difícil distinguir los objetos a treinta pasos. A mitad del camino había una encrucijada. En aquel punto, bajo un sauce solitario, se vislumbraba una silueta. Apenas llegó allí Aliosha, la silueta saltó sobre él y, con una voz histérica, gritó:

      –¡La bolsa o la vida!

      –¡Ah, eres tú, Mitia! —exclamó Aliosha que, después de haberse llevado un gran susto, se quedó sorprendido.

      –¡Ja, ja, ja! No me esperabas, ¿eh? Me preguntaba dónde podía esperarte. ¿Cerca de la casa de ella? Desde allí salen tres caminos y podía perderte. Al final decidí esperarte aquí porque tenías que pasar por fuerza, es el único camino que lleva al monasterio. Bueno, dime la verdad, aplástame como a una cucaracha… Pero ¿qué tienes?

      –Nada, hermano… Es que me has asustado. ¡Ah, Dmitri! La sangre de nuestro padre, hace poco… —Aliosha se deshizo en lágrimas, hacía tiempo que tenía ganas de llorar y ahora era como si de repente algo se le desgarrara en el alma—. Por poco no lo matas… Lo has maldecido… Y ahora… Aquí… Te da por hacer bromas… ¡La bolsa o la vida!

      –Bueno, ¿y qué? ¿Es indecoroso? ¿No es adecuado a la situación?

      –No… Solo que…

      –Espera. Mira la noche, mira qué noche tan lúgubre, ¡qué nubes y qué viento se ha levantado! Me he escondido aquí, bajo el sauce, te esperaba, y de pronto he pensado (¡Dios es testigo!): ¿para qué atormentarse, para qué esperar? Aquí hay un sauce, tengo un pañuelo, una camisa, ahora mismo puedo hacer una cuerda, además también tengo unos tirantes y… dejar de fatigar a la tierra, de deshonrarla con mi innoble presencia. Y de pronto te oigo venir. Señor, como si bajase algo del cielo sobre mí: existe, después de todo, una persona a la que quiero, ahí está, ese hombrecito, mi hermanito querido, a quien quiero más que a nadie en el mundo, ¡la única persona a la que quiero! Y he sentido tanto amor por ti, en este minuto te he querido tanto que he pensado: «¡Ahora me arrojaré a su cuello!». Pero luego se me ocurrió una idea estúpida: «Voy a divertirlo un poco, le daré un susto». Y me he puesto a gritar como un cretino: «¡La bolsa!». Perdona por mi tontería: es solo una estupidez, pero lo que llevo en mi alma… también es decente… Bueno, al diablo, dime, ¿qué ha pasado? ¿Qué ha dicho ella? ¡Aplástame, derríbame, no te apiades de mí! ¿Se ha puesto fuera de sí?

      –No, no es eso… No ha pasado nada de eso, Mitia. Allí… Me encontré a las dos juntas.

      –¿A qué dos?

      –A Grúshenka y a Katerina Ivánovna.

      Dmitri Fiódorovich se quedó de una pieza.

      –¡Imposible! —exclamó—. ¡Estás delirando! ¿Grúshenka en su casa?

      Aliosha le contó todo lo que le había ocurrido desde el momento en que llegó a casa de Katerina Ivánovna. Estuvo hablando unos diez minutos, no se puede decir que su relato resultara muy fluido y ordenado, pero al parecer habló con claridad, captando las palabras principales, los gestos más importantes, y expresó con nitidez, a menudo con un solo trazo, sus propios sentimientos. Su hermano Dmitri lo escuchaba en silencio, lo miraba fijamente con una quietud espantosa, pero para Aliosha estaba claro que lo había entendido todo y captado el sentido de todo el episodio. Pero su rostro, a medida que avanzaba el relato, se volvía no ya sombrío sino más bien amenazante. Dmitri frunció las cejas, apretó los dientes, su mirada fija se hizo aún más fija, más terca, más horrible… Tanto más sorprendente fue cuando, con una rapidez inimaginable, toda su cara, hasta entonces enojada y feroz, cambió por completo de expresión, sus labios fruncidos se abrieron, y soltó una incontenible y auténtica carcajada. Se desternillaba de risa, literalmente, y durante mucho rato ni siquiera pudo hablar.

      –¡Así que no le besó la mano! ¡No se la besó y se fue! —gritaba con una especie de morboso entusiasmo que hasta podría parecer insolente de no ser tan natural—. ¡Y la otra le gritaba que es un tigre! ¡Y lo es, de verdad! ¿Que habría que llevarla al patíbulo? Sí, sí, se lo merecería, se lo merece, yo también lo creo, se lo merece, hace tiempo que se lo merece. Verás, hermano, que vaya al patíbulo, pero primero es necesario que yo me cure. Entiendo a esa reina de la insolencia, todo lo que ella es está expresado en lo de la mano. ¡Una mujer infernal! ¡Es la reina de todas las criaturas infernales, de todas las que se pueden imaginar en el mundo! ¡En su género, es inigualable! ¿Así que se