Los hermanos Karamázov. Федор Достоевский. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782377937080
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Sin embargo, a pesar de eso, había tanta luz en su rostro, tanta fe en el futuro, que Aliosha de repente se sintió grave y conscientemente culpable delante de ella. Fue vencido y cautivado al mismo tiempo. Notó, en cambio, desde sus primeras palabras, que Katerina Ivánovna era presa de una fuerte excitación, quizá muy poco común en ella: una excitación que incluso casi parecía una especie de éxtasis.

      –¡Le he esperado tanto, porque solo por usted puedo saber ahora toda la verdad, por usted y por nadie más!

      –He venido… —musitó Aliosha, confundiéndose—, yo… Él me ha mandado…

      –¡Ah, él le ha mandado! Bueno, tenía el presentimiento. ¡Ahora lo sé todo, todo! —exclamó Katerina Ivánovna y de pronto le brillaron los ojos—. Espere, Alekséi Fiódorovich, antes que nada le explicaré por qué le esperaba con tanta impaciencia. Verá, quizá yo sepa incluso muchas más cosas que usted; lo que necesito de usted no son noticias. Esto es lo que necesito: tengo que conocer su impresión personal, su última impresión de él, necesito que me diga sin el menor disimulo y con total claridad, incluso con crudeza (¡oh, con toda la crudeza que quiera!), cómo lo ve usted ahora y cómo ve su situación después de haberse encontrado hoy con él. Quizá sería mejor si yo misma, a quien él ya no desea volver a ver, pudiera hablar con él personalmente. ¿Entiende lo que quiero de usted? Ahora dígame con qué mensaje le envió a mí (¡sabía que le mandaría a usted!): dígamelo sin más, hasta la última palabra…

      –Dice que… la saluda con una reverencia y que nunca volverá… y que la salude con una reverencia.

      –¿Que me saluda con una reverencia? ¿Lo ha dicho así, lo ha expresado de esa manera?

      –Sí.

      –¿No lo habrá dicho como de pasada, por casualidad, no habrá utilizado una palabra equivocada en lugar de la que correspondía?

      –No, me ha ordenado precisamente que le transmitiera esas palabras: «la saluda con una reverencia». Me lo ha pedido como tres veces, para que no se me olvidara.

      Katerina Ivánovna se ruborizó.

      –Ayúdeme ahora, Alekséi Fiódorovich, ahora necesito también su ayuda. Le diré lo que pienso y usted simplemente dígame si es cierto o no. Escuche, si él le hubiese pedido que me saludara con una reverencia, como de pasada, sin insistir en esas palabras, sin subrayarlas, sería que todo… ¡Que todo ha terminado! Pero, si ha insistido de un modo especial, si le ha encargado de un modo especial que no se olvidara de transmitirme esa reverencia, ¿no estaría él, quizá, muy excitado y fuera de sí? ¡Ha tomado una decisión y se ha asustado de ella! No se ha apartado de mí con paso firme, sino que se ha despeñado por una montaña. La insistencia en esa palabra quizá solo indique una fanfarronada…

      –¡Así es, así es! —confirmó Aliosha con ímpetu—. También yo tengo ahora esta impresión.

      –¡Si es así, aún no está perdido! Solo está desesperado, pero todavía puedo salvarlo. Espere: ¿le ha dicho algo de dinero, de tres mil rublos?

      –No solo es que me lo dijera, sino que quizá eso es lo que más le torturaba. Decía que ahora carecía de honor y que todo le era indiferente —respondió Aliosha, acalorado, sintiendo con toda el alma que la esperanza afluía a su corazón y que, en realidad, había salida y salvación para su hermano—. Pero es que… ¿usted sabe lo del dinero? —añadió y de pronto se detuvo en seco.

      –Hace tiempo que lo sé, y con certeza. Mandé un telegrama a Moscú para preguntarlo y hace tiempo que sé que no recibieron el dinero. Él no lo mandó, pero yo no dije nada. La semana pasada me enteré de cuánto necesitaba el dinero y de que aún necesita más… Me he puesto un solo objetivo en todo esto: que sepa a quién dirigirse, quién es su amigo más fiel. No, no quiere creer que yo soy su amigo más fiel; nunca ha querido conocerme, me mira solo como mujer. Durante toda la semana me ha atormentado una terrible preocupación: ¿qué hacer para que no se avergüence de mí por haber gastado esos tres mil rublos? Que se avergüence ante todos, y también ante sí mismo, pero no ante mí. A Dios se lo dice todo sin avergonzarse. ¿Por qué, entonces, no sabe aún cuánto puedo sufrir por él? ¿Por qué, por qué no me conoce? ¿Cómo se atreve a no conocerme después de todo lo que hubo? Quiero salvarlo para siempre. ¡Que olvide que soy su prometida! ¡Y ahora tiene miedo ante mí por su honor! No tuvo miedo de abrirse ante usted, ¿verdad, Alekséi Fiódorovich? ¿Por qué no he merecido yo todavía lo mismo?

      Las últimas palabras las pronunció con lágrimas; acababan de anegarse en lágrimas sus ojos.

      –Debo informarla —dijo Aliosha, con la voz también trémula— de lo que acaba de pasar con mi padre. —Y le contó toda la escena, le contó que lo habían mandado a pedir dinero, que su hermano había irrumpido en el salón y que había golpeado a su padre, para luego pedirle a él, una vez más y con particular y apremiante insistencia, que fuera a «saludarla con una reverencia»—. Se fue a ver a esa mujer… —añadió en voz baja Aliosha.

      –¿Y usted cree que no soportaré a esa mujer? ¿Cree él que no la soportaré? Pero no se casará con ella. —Y rompió a reír con nerviosismo—. ¿Puede un Karamázov arder con semejante pasión eternamente? Es pasión, no amor. No se casará, porque ella no consentirá… —Katerina Ivánovna de pronto volvió a sonreír de una manera extraña.

      –Quizá se case con ella —dijo Aliosha con tristeza, bajando la mirada.

      –¡No se casará con ella, se lo digo! Esa chica es un ángel, ¿lo sabía? Pues ¡sépalo! —exclamó con repentino e insólito ardor Katerina Ivánovna—. ¡La más fantástica de todas las criaturas fantásticas! Sé lo seductora que es, pero también que es buena, firme y noble. ¿Por qué me mira de esa manera, Alekséi Fiódorovich? ¿Se sorprende de mis palabras? ¿No me cree, tal vez? ¡Agrafiona Aleksándrovna, ángel mío! —gritó de repente mirando a la otra habitación—. Venga con nosotros. Hay una persona muy gentil, Aliosha, que está al corriente de todos nuestros asuntos. ¡Déjese ver!

      –Estaba aquí detrás de la cortina, solo esperaba a que me llamase —pronunció una voz tierna, un poco melosa incluso, de mujer.

      El cortinón se levantó y… Grúshenka en persona, risueña y jovial, se acercó a la mesa. Aliosha pareció estremecerse. Clavó los ojos en ella, no podía apartar la mirada. Ahí estaba ella, esa terrible mujer, esa «fiera», como había dicho arrebatadamente su hermano Iván media hora antes. Y, no obstante, tenía delante lo que, a primera vista, parecía ser la criatura más sencilla y corriente: una mujer buena, agradable, digamos que bella, aunque muy parecida a todas las otras mujeres bellas, pero «corrientes». Lo cierto es que era bella, muy bella incluso, con esa belleza rusa que muchos hombres aman hasta el frenesí. Era una mujer bastante alta, aunque un poco menos que Katerina Ivánovna (que era excepcionalmente alta), de formas generosas y movimientos suaves, incluso silenciosos, y también como lánguidos, por una especie de refinamiento particularmente dulzón, y así era también su voz. No se acercó como Katerina Ivánovna, con andares enérgicos y resueltos, sino de modo inaudible. Sus pasos eran completamente silenciosos. Se dejó caer suavemente en la butaca, con un crujido de su fastuoso vestido de seda negra, envolviendo con delicadeza su cuello, blanco como la espuma, y sus hombros anchos con un costoso chal negro de lana. Tenía veintidós años y su cara representaba exactamente esa edad. Tenía la tez muy blanca, con un delicado matiz sonrosado en las mejillas. La forma del rostro era demasiado ancha y la mandíbula inferior incluso un poco protuberante. El labio superior era sutil, si bien el inferior, un poco más abombado, era el doble de carnoso y estaba como hinchado. Pero su prodigiosa y exuberante cabellera de color castaño oscuro, sus oscuras cejas cebellinas y sus admirables ojos de un azul tirando a gris, con largas pestañas, habrían obligado a detenerse ante esa cara y recordarla por mucho tiempo hasta al hombre más indiferente y distraído, aunque estuviera apretujado en medio de la muchedumbre, un día de mercado. Lo que más impresionó a Aliosha de ese rostro fue su expresión infantil, ingenua. Su mirada era como la de una niña, parecía alegrarse como una niña, y así se acercó precisamente a la mesa, «alegrándose», como si estuviera aguardando algo con la curiosidad infantil más confiada e impaciente. Su mirada alegraba el alma, y Aliosha lo