Los hermanos Karamázov. Федор Достоевский. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782377937080
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a casa de Katerina Ivánovna, si no la encuentro ahora…

      –¿Así que ahora vas a casa de Katerina Ivánovna? A «saludarla con una reverencia», ¿no es así? —Iván sonrió de repente.

      Aliosha se turbó.

      –Creo haberlo entendido todo por esas exclamaciones de hace un rato y por ciertas cosas que pasaron antes. Dmitri seguramente te haya pedido que vayas a verla y le digas que… Bueno… Bueno, en pocas palabras, ¡que le dice adiós con una reverencia!

      –¡Hermano! ¿Cómo terminará todo este horror entre padre y Dmitri? —exclamó Aliosha.

      –Es imposible hacer pronósticos certeros. Quizá todo quede en nada: la historia se irá esfumando. Esa mujer es una fiera. En cualquier caso, hay que impedir que el viejo salga de casa, y a Dmitri no hay que dejarlo entrar.

      –Hermano, deja que te pregunte algo más: ¿es posible que un hombre tenga derecho a decidir, mirando al resto de la humanidad, quién es digno de vivir y quién no?

      –¿Por qué mezclar en esto el criterio de si se es digno o no? Esta cuestión se suele decidir en el corazón de los hombres no en virtud de los méritos sino de otras razones mucho más naturales. En cuanto al derecho, dime, ¿quién no tiene derecho a desear?

      –Pero ¡no la muerte de otro!

      –¿Y si fuese incluso la muerte? ¿Para qué mentirnos a nosotros mismos cuando todo el mundo vive así y quizá ni siquiera se puede vivir de otro modo? ¿Me lo preguntas por lo que he dicho antes, lo de que «un reptil devorará a otro reptil»? En ese caso, déjame que te pregunte: ¿me consideras capaz, como Dmitri, de verter la sangre de Esopo, bueno, de matarlo? ¿Eh?

      –¡Qué dices, Iván! ¡Nunca he pensado nada semejante! Y a Dmitri tampoco lo considero…

      –Gracias, aunque solo sea por esto —Iván le sonrió—. Que sepas que yo siempre lo defenderé. En cuanto a mis deseos, sin embargo, me reservo en este caso plena libertad. Nos vemos mañana. No me condenes ni me mires como si fuera un villano —añadió con una sonrisa.

      Se estrecharon la mano con fuerza, como nunca. Aliosha tuvo la sensación de que su hermano había dado un primer paso hacia él y de que lo había hecho por alguna razón, sin duda con algún propósito.

      X. Las dos juntas

      Pero Aliosha salió de la casa de su padre más abatido y decaído que cuando había entrado. Tenía la cabeza, también, como fragmentada y dispersa y, al mismo tiempo, sentía miedo de unir lo disperso y sacar una conclusión general de todas las dolorosas contradicciones experimentadas aquel día. Había algo que casi rayaba en la desesperación y que nunca había sentido el corazón de Aliosha. Y por encima de todo se alzaba, como una montaña, esa cuestión importante, fatídica e irresoluble: ¿cómo acabaría todo entre su padre y su hermano Dmitri con esa terrible mujer? Ahora él mismo había sido testigo. Había estado presente y los había visto al uno frente al otro. Por lo demás, solo su hermano Dmitri podía resultar desdichado, completa y terriblemente desdichado: le acechaba una desgracia innegable. Además, había otras personas involucradas en todo ese asunto y quizá mucho más de lo que le había parecido antes. Incluso resultaba algo enigmático. Su hermano Iván había dado un paso hacia él, algo que Aliosha llevaba mucho tiempo deseando, pero ahora, por algún motivo, sentía miedo de ese acercamiento. ¿Y aquellas mujeres? Era extraño: poco antes se encaminaba a casa de Katerina Ivánovna con gran turbación, pero ahora ya no sentía ninguna; al contrario, había apretado el paso, como si esperase recibir alguna indicación de ella. Pero transmitirle el mensaje era ahora, a todas luces, más difícil que antes: el problema de los tres mil rublos se había zanjado de manera definitiva, y su hermano Dmitri, sintiéndose ahora vil y desesperanzado, sin duda ya no se detendría ante ninguna caída. Además, le había ordenado que informara a Katerina Ivánovna de la escena que acababa de producirse en casa del padre.

      Eran ya las siete de la tarde y oscurecía cuando Aliosha entró en casa de Katerina Ivánovna, una casa muy confortable y espaciosa en la calle Mayor. Aliosha sabía que vivía con dos tías. Una de ellas, en realidad, solo era tía de su hermana Agafia Ivánovna; era aquella persona silenciosa que, junto a su hermana, la había cuidado en casa de su padre a su regreso del instituto. La otra tía, en cambio, era una elegante y majestuosa señora de Moscú, aunque pobre. Corría la voz de que ambas se subordinaban en todo a Katerina Ivánovna y vivían con ella solo por guardar las apariencias. Katerina Ivánovna, por su parte, se sometía únicamente a su bienhechora, la viuda del general, que seguía viviendo en Moscú a causa de su enfermedad y a la que estaba obligada a enviarle dos cartas por semana con noticias detalladas.

      Cuando Aliosha entró en el vestíbulo y pidió a la doncella que le acababa de abrir que anunciara su presencia, en el salón, por lo visto, ya estaban al corriente de su llegada (quizá lo hubiesen visto por la ventana), pues Aliosha enseguida oyó un ruido, algunos pasos de mujer apresurados, el frufrú de vestidos, como si dos o tres mujeres se alejaran a toda prisa. A Aliosha le pareció extraño que su llegada pudiera causar tanto revuelo. Sin embargo, enseguida lo hicieron pasar al salón. Era una pieza amplia, adornada con muebles elegantes y copiosos, para nada a la moda provinciana. Había muchos sofás, divanes, sillones, mesas pequeñas y grandes; había cuadros en las paredes, jarrones y lámparas en las mesas y muchas flores, incluso un acuario junto a una ventana. Debido al crepúsculo el salón estaba un poco oscuro. En un sofá donde evidentemente alguien había estado sentado Aliosha vio abandonada una mantilla de seda y en la mesa situada enfrente del sofá dos tazas de chocolate a medio tomar, bizcochos, un plato de cristal con pasas negras y otro con bombones. Habían recibido a un invitado. Aliosha intuyó que había llegado cuando tenían visita y frunció el ceño. Pero en ese instante se levantó un cortinón y, con pasos rápidos, apresurados, entró Katerina Ivánovna, con una sonrisa radiante y extasiada, alargando las dos manos a Aliosha. En el mismo instante entró una criada y puso sobre la mesa dos velas encendidas.

      –¡Gracias a Dios que por fin ha venido! ¡He rezado todo el día a Dios para que viniese! Siéntese.

      La belleza de Katerina Ivánovna ya había impresionado a Aliosha anteriormente, cuando su hermano Dmitri, tres semanas antes, lo había llevado a la casa de la joven por primera vez para hacer las presentaciones y que se conocieran, por expreso e insistente deseo de ella. En aquel encuentro, no obstante, no habían conversado. Suponiendo que Aliosha se sentiría muy confundido, Katerina Ivánovna, en cierto modo, se había apiadado de él y se había pasado todo el rato hablando con Dmitri Fiódorovich. Aliosha había guardado silencio, pero se había percatado de muchas cosas. Le sorprendió el carácter imperioso, la orgullosa desenvoltura y el aplomo de la arrogante muchacha. Y todo eso era incuestionable. Aliosha sintió que no estaba exagerando. Le pareció que sus grandes y ardientes ojos negros eran magníficos y que armonizaban especialmente con su cara alargada y pálida, incluso de una lividez un poco amarillenta. Pero en esos ojos, lo mismo que en el contorno de sus encantadores labios, había algo de lo que su hermano, por supuesto, podía enamorarse locamente, aunque quizá no amar por mucho tiempo. Casi le había expuesto directamente lo que pensaba a Dmitri, cuando éste, después de la visita, lo apremió para que no le escondiera cuáles eran sus impresiones después de ver a su novia.

      –Serás feliz con ella, pero quizá… no con una felicidad serena.

      –Así es, hermano, las mujeres como ella no cambian, no se resignan al destino. ¿Así que crees que no la amaré eternamente?

      –No, es posible que la ames eternamente, pero quizá no seas siempre feliz con ella.

      Aliosha dio entonces su opinión, ruborizándose y sintiéndose molesto consigo mismo por haberse rendido ante los ruegos de su hermano y haber expresado aquellos «estúpidos» pensamientos. Porque su opinión a él mismo se le antojó terriblemente estúpida en cuanto la hubo expresado. Y se avergonzó de haber manifestado un juicio tan categórico sobre una mujer. Tanto mayor fue su estupor cuando se dio cuenta, apenas posó la mirada sobre Katerina Ivánovna, que acudía solícita a su encuentro, de que quizá aquel día hubiese cometido un error garrafal. Esta vez su rostro resplandecía con una amabilidad genuina y sencilla, con sinceridad efusiva y directa. De todo el «orgullo