–¡Loco, lo has matado! —gritó Iván.
–¡Es lo que se merece! —exclamó, jadeante, Dmitri—. Y si no lo he matado esta vez, volveré para matarlo. ¡No podréis salvarlo!
–¡Dmitri! ¡Sal de aquí ahora mismo, fuera! —gritó Aliosha con tono autoritario.
–¡Alekséi! Dímelo tú, solo a ti te creeré: ¿ha estado ella aquí sí o no? La he visto con mis ojos hace un momento, venía del callejón hacia aquí, pegada a la valla. La he llamado, y se ha ido corriendo…
–Te juro que no ha estado y que nadie la esperaba aquí.
–Pero si la he visto… Así que ella… Ahora mismo descubriré dónde está… ¡Adiós, Alekséi! A Esopo, ahora, ni una palabra sobre el dinero, ve enseguida a ver a Katerina Ivánovna, sin falta: «Me manda que la salude con una reverencia, me manda que la salude con una reverencia, ¡con una reverencia! ¡Precisamente con una reverencia, y se despide de usted!». Descríbele la escena.
Entretanto, Iván y Grigori habían levantado al viejo para sentarlo en una butaca. Tenía el rostro ensangrentado, pero estaba consciente y escuchaba con avidez los gritos de Dmitri. Seguía imaginando que Grúshenka estaba de veras en algún lugar de la casa. Dmitri Fiódorovich le lanzó una mirada de odio al marcharse.
–¡No tengo remordimientos por tu sangre! —exclamó—. Vete con cuidado, viejo, ¡acaricia tu sueño porque yo también tengo el mío! Soy yo quien te maldice y reniega de ti para siempre…
Y salió corriendo.
–¡Está aquí, seguro que está aquí! Smerdiakov, Smerdiakov —ronqueó con una voz apenas audible el viejo, mientras llamaba a Smerdiakov con un dedo.
–No está aquí, no, viejo loco —le gritó Iván con rabia—. ¡Y ahora le da un desmayo! ¡Agua, una toalla! ¡Muévete, Smerdiakov!
Smerdiakov se fue corriendo en busca de agua. Acabaron por desvestir al viejo, lo llevaron al dormitorio y lo metieron en la cama. Le envolvieron la cabeza con una toalla húmeda. Debilitado por el coñac, por las fuertes impresiones y por los golpes, en cuanto rozó la almohada cerró los ojos y se durmió en un instante. Iván Fiódorovich y Aliosha volvieron al salón. Smerdiakov recogía los fragmentos del jarrón roto, y Grigori estaba junto a la mesa, con la cabeza gacha y un aire sombrío.
–¿No sería mejor que te refrescaras la cabeza y también te acostaras? —le dijo Aliosha a Grigori—. Lo cuidaremos nosotros; mi hermano te ha pegado de un modo horrible y doloroso… en la cabeza.
–¡Ha osado conmigo! —pronunció de un modo lúgubre y con énfasis.
–¡También «ha osado» con padre, no solo contigo! —observó, torciendo la boca, Iván Fiódorovich.
–Y yo, que lo lavaba en la tina… ¡Ha osado conmigo! —repetía Grigori.
–Diablo, si no lo aparto quizá lo hubiese matado. ¿Es que se necesita mucho para acabar con ese Esopo? —musitó Iván Fiódorovich a Aliosha.
–¡Dios no lo quiera! —exclamó Aliosha.
–¿Por qué no va a quererlo? —siguió diciendo en un susurro Iván, con el rostro contraído por la rabia—. Un reptil devorará a otro reptil, ¡ni más ni menos lo que se merecen!
Aliosha se estremeció.
–No permitiré que se cometa un asesinato, desde luego, como no lo he permitido hace un momento. Quédate aquí, Aliosha, mientras salgo a pasear por el patio. Empieza a dolerme la cabeza.
Aliosha fue al dormitorio de su padre y pasó cerca de una hora sentado a la cabecera de la cama, detrás de un biombo. El viejo de pronto abrió los ojos y estuvo un buen rato mirando a Aliosha en silencio, tratando visiblemente de hacer memoria y reordenar las ideas. De repente se reflejó una insólita agitación en su rostro.
–Aliosha —susurró, temeroso—, ¿dónde está Iván?
–En el patio, le duele la cabeza. Vela por nosotros.
–¡Dame el espejito, está ahí, dámelo!
Aliosha le alcanzó un espejito redondo y plegable que estaba en la cómoda. El viejo se miró: se le había hinchado bastante la nariz y tenía en la frente, sobre la ceja izquierda, un gran moratón.
–¿Qué dice Iván? Aliosha, querido mío, mi único hijo, tengo miedo de Iván. Tengo más miedo de él que del otro. Al único que no tengo miedo es a ti…
–No tenga miedo de Iván tampoco. Iván se enfada, pero le protegerá.
–¿Y qué pasa con el otro, Aliosha? ¡Se ha ido corriendo con Grúshenka! Querido ángel, dime la verdad: ¿ha estado aquí antes Grúshenka, o no?
–Nadie la ha visto. Es un engaño, ¡no ha estado aquí!
–Pero ¡es que Mitka quiere casarse con ella, casarse!
–Ella no consentirá.
–¡No consentirá, no lo hará, no lo hará, por nada del mundo…! —El viejo se estremeció de alegría con todo su ser, como si en ese instante no pudieran decirle nada más agradable. Eufórico, cogió la mano de Aliosha y la estrechó con fuerza contra su corazón. Incluso las lágrimas brillaron en sus ojos.
–Ese pequeño icono, el de la Madre de Dios, ése del que te hablaba antes, tómalo y llévatelo. Y te permito que vuelvas al monasterio… Antes bromeaba, no te enfades. Me duele la cabeza, Aliosha… Liosha, calma mi corazón, sé un ángel, ¡dime la verdad!
–¿Se refiere a si ella ha estado o no aquí? —preguntó Aliosha con tristeza.
–No, no, no, te creo, pero escucha: pasa a ver a Grúshenka o arréglatelas para verla; pregúntaselo cuanto antes y trata de adivinarlo con tus propios ojos: ¿a quién prefiere, a mí o a él? ¿Eh? ¿Qué dices? ¿Puedes hacerlo o no?
–Si la veo, se lo preguntaré —murmuró Aliosha, turbado.
–No, ella no te lo dirá —lo interrumpió el viejo—. Es muy lista. Empezará a besarte y te dirá que quiere casarse contigo. Es una embustera, una desvergonzada. No, no debes ir a verla, no debes.
–Y no estaría nada bien, padre, nada bien.
–¿Adónde te mandaba él hace un rato, cuando te gritaba: «Ve», mientras se iba corriendo?
–A casa de Katerina Ivánovna.
–¿Por dinero? ¿Quiere dinero?
–No, no por dinero.
–Él no tiene dinero, ni una moneda. Escucha, Aliosha, me pasaré la noche acostado dándole vueltas a la cabeza. Puedes irte. Quizá te la encuentres… Pero ven a verme mañana por la mañana sin falta; sin falta. Mañana te diré una cosita, ¿te pasarás?
–Sí.
–Si vienes, haz como si hubiera sido idea tuya venir a visitarme. No le digas a nadie que te he llamado yo. No le digas ni una palabra a Iván.
–Está bien.
–Adiós, ángel mío, hace un momento has intercedido por mí, nunca lo olvidaré. Te diré una cosita mañana… Solo tengo que reflexionar un poco más…
–Pero, ahora, ¿cómo se siente?
–Mañana, mañana mismo me levantaré en perfecto estado. ¡Muy bien, muy bien, muy bien!
Al pasar por el patio, Aliosha se encontró con su hermano Iván en un banco junto a la puerta. Escribía algo en su cuaderno con un lápiz. Aliosha le dijo a Iván que el viejo se había despertado, que estaba consciente y que le dejaba pasar la noche en el monasterio.
–Aliosha,