Los hermanos Karamázov. Федор Достоевский. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9782377937080
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su prometido, formalmente y con bendiciones, ocurrió todo en Moscú, a mi llegada, con ceremonia, con iconos, de la mejor manera. La viuda del general me dio su bendición y, ¿lo creerás?, felicitó incluso a Katia: has elegido bien, le dijo, leo en su corazón. ¿Y te puedes creer que Iván no le gustó y que a él no lo felicitó? En Moscú hablé mucho con Katia, me pinté a mí mismo con nobles colores, en detalle y con sinceridad. Ella lo escuchó todo:

      Era un aturdimiento encantador,

      eran palabras tiernas…[88]

      »Bueno, también hubo palabras orgullosas. Me arrancó entonces la gran promesa de corregirme. Se lo prometí. Y ahora…

      –¿Y ahora?

      –Bueno, te he llamado, te he hecho venir hasta aquí hoy, ¡acuérdate!, para mandarte, hoy mismo también, a ver a Katerina Ivánovna y decirle…

      –¿Qué?

      –Que no volveré nunca más a su lado y que la saludo con una reverencia.

      –Pero ¿es eso posible?

      –Por eso te mando a ti, en lugar de ir yo personalmente, porque es imposible. ¿Cómo iba a poder decírselo yo mismo?

      –Pero ¿adónde irás?

      –Al callejón.

      –O sea, ¡con Grúshenka! —exclamó Aliosha con tristeza, juntando las manos—. ¿Será posible que Rakitin haya dicho realmente la verdad? Pensaba que habías ido a verla alguna vez y nada más.

      –¿Cómo iba a ir yo, estando prometido? ¿Con una novia como ella, y a la vista de todo el mundo? Aún me queda sentido del honor, después de todo. Desde que empecé a verme con Grúshenka, dejé de estar comprometido y de ser hombre de bien, lo entiendo perfectamente. ¿Qué miras? La primera vez fui a verla solo con ánimo de golpearla. Me había enterado, y ahora lo sé de buena tinta, de que Grúshenka había recibido de ese capitán, apoderado de nuestro padre, un pagaré a mi nombre para que actuase contra mí, con la esperanza de que me calmara y diera el asunto por zanjado. Querían asustarme. Yo iba, pues, a darle una paliza a Grúshenka. Ya la había visto antes de pasada. Nada impresionante. Sabía del viejo comerciante que, ahora, además, está enfermo, postrado en la cama, pero aun así le dejará una buena suma de dinero. Sabía también que le gustaba hacer dinero, que se lo procuraba a base de bien, prestándolo a usura, la muy pícara, la granuja, sin piedad alguna. Iba decidido a zurrarla y allí me quedé. Se desencadenó una tormenta, se declaró la peste, me contagié y sigo contagiado, sé que todo ha terminado y que nunca habrá nada más. El ciclo del tiempo se ha consumado. Ésta es mi situación. Y de repente, como hecho a propósito, en mi bolsillo de mendigo aparecieron tres mil rublos. Nos fuimos los dos hasta Mókroie, a veinticinco verstas de aquí. Conseguí cíngaras, champán, emborraché a todos los campesinos con champán, a todas las mujeres del pueblo y a las muchachas; dilapidé los tres mil rublos. Al cabo de tres días estaba pelado, pero como un halcón. ¿Crees que consiguió algo este halcón? Ella no me enseñó nada, ni siquiera de lejos. Te lo digo: es sinuosa. Esa granuja de Grúshenka tiene una sinuosidad en el cuerpo, incluso se le refleja en el pie, hasta en el dedo meñique de su pie izquierdo. Se lo vi y lo besé, pero eso es todo, ¡lo juro! Me dijo: «Si quieres, me casaré contigo, aunque seas pobre. Dime que no me pegarás y que me dejarás hacer lo que quiera y entonces, quizá, me case contigo», se echó a reír. Y todavía se está riendo.

      Dmitri Fiódorovich se alzó, presa de una especie de furor. De repente parecía que estuviera borracho. Los ojos, al instante, se le inyectaron en sangre.

      –¿Realmente quieres casarte con ella?

      –Si ella consiente, de inmediato; si se niega, me quedaré de todos modos. Seré barrendero en el patio de su casa. Tú… tú… Aliosha… —Se detuvo delante de él y, agarrándolo por los hombros, se puso a zarandearlo con fuerza—. Sabes, criatura inocente, que todo esto es un delirio, un delirio inconcebible, ¡porque hay una tragedia! Debes saber, Aliosha, que puedo ser un calavera, un hombre de bajas pasiones, sin salvación, pero Dmitri Karamázov nunca será un ladrón, un ratero, un ladronzuelo. Pues bien, ahora has de saber que soy un ladrón, un ratero y un ladronzuelo. Cuando me dirigía a zurrar a Grúshenka, esa misma mañana, Katerina Ivánovna me mandó llamar y, en el más terrible secreto, para que por el momento nadie lo supiera (no sé por qué, pero así, por lo visto, era como ella lo quería), me pidió que fuera a la capital de la provincia y que desde allí enviara tres mil rublos a Agafia Ivánovna en Moscú, para que nadie se enterara en la ciudad. Y esos tres mil rublos eran los que tenía en el bolsillo cuando fui a ver a Grúshenka y con ellos fuimos a Mókroie. Luego fingí que había ido corriendo a la capital, pero no le presenté el resguardo de correos; dije que había enviado el dinero y que le llevaría el recibo, pero aún no se lo he llevado, como por olvido. Bueno, ¿qué te parece si hoy vas a verla y le dices: «La saluda con una reverencia»? Ella te dirá: «¿Y el dinero?». Y tú podrás decirle: «Es un lujurioso infame, una criatura vil con pasiones irrefrenables. No envió su dinero aquella vez, se lo gastó porque no pudo dominarse, como un animal»; y, acto seguido, podrás añadir: «Pero no es ningún ladrón, aquí tiene sus tres mil rublos, se los devuelve, envíeselos usted misma a Agafia Ivánovna; y me ha encargado que la salude con una reverencia». Aunque, claro, si de repente te pregunta: «Pero ¿dónde está el dinero?».

      –¡Mitia, eres un desgraciado, sí! Pero no tanto como te piensas. No te mates de desesperación, ¡no lo hagas!

      –¿Qué crees? ¿Que me pegaré un tiro si no consigo devolver los tres mil rublos? Ésa es la cuestión: no me lo pegaré. No soy capaz de hacerlo ahora; más tarde, quizá, pero ahora iré a ver a Grúshenka… Total, ya estoy perdido.

      –¿Y luego qué?

      –Seré su marido, tendré el honor de ser su marido y, cuando un amante vaya a verla, yo me iré a otra habitación. Limpiaré los chanclos sucios de sus amigos, les calentaré el samovar, les haré los recados…

      –Katerina Ivánovna lo entenderá todo —dijo de repente con solemnidad Aliosha—. Comprenderá toda la profundidad que hay en esta infelicidad y la aceptará. Tiene un espíritu elevado y no se puede ser más desgraciado que tú, ella lo verá por sí misma.

      –No lo aceptará todo —sonrió burlonamente Mitia—. Hay algo en esto, hermano, que ninguna mujer puede aceptar. ¿Sabes qué sería lo mejor?

      –¿Qué?

      –Devolverle los tres mil rublos.

      –Pero ¿de dónde podemos sacarlos? Escucha, yo tengo dos mil, Iván también aportará mil, eso ya son tres, tómalos y devuélveselos.

      –Pero ¿cuándo llegarán esos tres mil rublos tuyos, Aliosha? Además, tú todavía eres menor de edad, y es necesario, totalmente necesario, que vayas a verla hoy y me despidas de ella, con dinero o sin dinero, porque no puedo esperar más, tal y como están las cosas. Mañana ya sería tarde, demasiado tarde. Ve a ver a nuestro padre.

      –¿A nuestro padre?

      –Sí, ve a verlo antes que a ella. Pídele a él los tres mil.

      –Pero, Mitia, si él no los dará…

      –Claro que no los dará, lo sé muy bien. Alekséi, ¿sabes lo que es la desesperación?

      –Sí.

      –Escucha, jurídicamente nuestro padre no me debe nada. Se lo he sacado todo ya, todo, lo sé. Pero moralmente está en deuda conmigo, ¿no? Con los veintiocho mil rublos de mi madre ganó cien mil. Que me dé solo tres mil de esos veintiocho mil, solo tres, y salvará mi alma del infierno y muchos pecados le serán perdonados. Con estos tres mil, te doy mi palabra sagrada, lo daré todo por zanjado, y no volverá a oír hablar de mí. Por última vez le doy la oportunidad de ser mi padre. Dile que es Dios mismo quien le manda esta oportunidad.

      –Mitia, no los dará por nada del mundo.

      –Sé que no los dará, ¡estoy seguro! Y sobre todo ahora. Porque hay más: ahora, en estos últimos días, quizá solo desde ayer, supo por


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Se desconoce la autoría de estos versos; probablemente sean del propio Dostoievski.