Este pueblo que, a los ojos romanos y aún germanos, parecía tan salvaje como singular, en origen estaba dividido en un sinfín de clanes y tribus independientes que, en ocasiones y por mor de la guerra, se agrupaban en hordas más grandes: «No están sometidos a ninguna autoridad regia, y tan solo obedecen a un confuso grupo de nobles»51, nos dice Amiano Marcelino desautorizando al muy posterior e inseguro Jordanes que colocaba a la cabeza de los hunos que asaltaron las tierras góticas a Balamber que, o bien es un personaje mítico, o bien fue uno entre muchos reyezuelos hunos.52 Es decir, los hunos no contaban con reyes supremos cuando arremetieron contra alanos, godos y romanos en las décadas finales del siglo IV, sino que se alineaban bajo jefes guerreros pertenecientes a casas nobles ferozmente independientes y enfrentadas entre sí. Esta anárquica situación se prolongaría hasta inicios del siglo V y solo con Ruga, tío de Atila, y hacia el 431, culminaría con la completa unificación de las tribus y clanes hunos bajo un solo soberano.
Así que los hunos no eran un pueblo unido, sino un conjunto de tribus de origen prototurco con un núcleo étnico, lingüístico y cultural común, pero entre las que también había un gran número de bandas de muy diverso origen y en particular de guerreros y seguidores alanos tanaitas, muy numerosos entre las hordas hunas, cuya costumbre guerrera de cazar cabezas y de adornar sus monturas con los cueros cabelludos de los enemigos impresionaba sobremanera a los romanos, y también de gelones, pueblo especialmente salvaje y fiero cuyos guerreros desollaban los cadáveres de sus enemigos para vestirse con sus pieles ensangrentadas, además de cubrir con semejantes despojos el lomo de sus caballos.53
Pues bien, tras años de expediciones esporádicas de saqueo contra alanos y greutungos, expediciones menores que es probable que comenzaran poco después del 360, en el 370 las hordas hunas cruzaron en masa el Volga y arrollaron a los alanos.54 Parte de ellos huyó hacia occidente, desgajándose después de esa masa de refugiados varios grupos que se incorporaron a los godos, y llegando otros hasta las riberas del Rin y del Danubio Superior, y ello a la par que otros alanos se refugiaban en las estepas norcaucásicas y la mayor parte de sus bandas se sumaban a los invasores, aliándose con ellos y participando de sus nuevas correrías y conquistas. Así, hacia el 372 y unidos hunos y alanos, cayeron sobre los greutungos del viejo rey Ermenrico, derrotaron a sus huestes y asaltaron sus asentamientos. Herido y desesperado, Ermenrico se suicidó y tras nuevas derrotas y ya hacia el año 375, los greutungos, aplastados por los alanos aliados de los hunos pese a contar también ellos con el apoyo de bandas mercenarias hunas y alanas, o bien se sometieron, o bien y bajo los jefes Alateo y Sáfrax, este último indudablemente un jefe alano o de origen alano, huyeron hacia el Dniéster para buscar el apoyo de los tervingios de Atanarico. Este, con sus fuerzas todavía menguadas por la reciente guerra contra el augusto Valente y con graves problemas internos que con toda probabilidad habían desencadenado una guerra civil dentro de la confederación tervingia, trató de parar a las bandas de hunos y alanos en su frontera, pero los hunos lo derrotaron en una batalla nocturna que le obligó a retroceder. Tras fracasar su plan de contener a los invasores mediante el levantamiento de una tosca muralla de tierra apisonada y estacas afiladas que unieran las riberas del Danubio y el Geraso (Siret), Atanarico optó por refugiarse en los Cárpatos. Sin embargo, una parte considerable de su pueblo, aterrorizado y con los padecimientos sufridos en las montañas durante las recientes campañas de Valente aún frescos en la memoria, optó por seguir a los nobles Alavivo y Fritigerno y dirigirse bajo su mando a la frontera romana en busca de asilo y protección frente a los hunos.55
Ya hemos apuntado que los hunos contaban con una organización social y política mucho más básica que sus «víctimas» alanas y godas. De 6 a 10 familias formaban un clan que contaba con en torno a un centenar de personas que pastoreaban juntas sus rebaños bajo la dirección de un jefe. Varios clanes emparentados entre sí o que creían tener un antepasado común, se coaligaban formando pequeñas tribus que defendían de forma conjunta sus pastos y que se reunían para lanzar expediciones de saqueo contra otras tribus hunas u otros pueblos. A la cabeza de estas tribus menores estaban los cur o nobles, jefes guerreros que podían reunir bajo sus estandartes a unos centenares de hombres armados. En fin, varias de estas tribus se reunían en ocasiones en una horda o agrupación tribal, bajo el comando de un rey, probablemente denominado shan yu56 y que podía lanzar al combate a varios miles de guerreros.
¿Cómo explicar entonces la rapidísima y avasalladora progresión de los hunos? Pues porque no era su unidad política, su organización, sino su forma de guerrear la que había desmantelado la resistencia de los alanos, greutungos y tervingios: formaciones de caballería densas pero irregulares, cargas y retiradas fingidas, uso de un promedio de diez caballos por jinete, con la consiguiente rapidez y potencia en las marchas y durante el combate, a la par que les servían de «despensa móvil», pues les proporcionaban leche de yegua, sangre y carne. A todo esto, los hunos sumaron una ventaja decisiva: el arco compuesto asimétrico o arco reflejo huno.
Los hunos contaban en sus bandas guerreras con un número importante de jinetes armados pesadamente, pero en su mayoría los ejércitos hunos estaban constituidos por caballería ligera armada con lanza y arco. El arco compuesto asimétrico les otorgaba un poder decisivo frente a otros pueblos de jinetes como lo eran los alanos, gelones, roxolanos, yaciges, taifales e incluso, y en cierta medida, como los greutungos, y no digamos ya sobre pueblos en los que la infantería era la pieza fundamental de sus huestes como en el caso de los tervingios.
Y es que aunque el arco compuesto se conocía desde al menos el tercer milenio antes de Cristo se trataba de arcos de pequeña envergadura incapaces de lanzar flechas con suficiente potencia como para atravesar una armadura a una distancia