Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Soto Chica
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788412207996
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ya firmaran su padre y su abuelo, pero que no se humillaría para lograrla. Creo que Atanarico también dejó entrever a los generales de Valente que el augusto ganaría tranquilidad si él seguía al frente de los tervingios y que por eso mismo era mejor que no lo humillara en exceso, ni apretara en demasía la soga en torno al cuello de los tervingios.

      En diciembre del 369 o en enero del 370, Víctor y Ariteo rindieron sus informes a Valente y se acordó que Atanarico no acudiría a suplicar la paz a Marcianópolis, lo que hubiera evidenciado su derrota y humillación de una forma contundente, sino que negociaría la paz en mitad del río, en la frontera entre ambos estados. Era una buena salida para Atanarico y que Valente aceptara muestra que había llegado a la conclusión de que no le convenía socavar en exceso el poder del juez tervingio.

      En efecto, los godos suplicaban la paz. Tenían hambre y esa era la prueba de que, pese a que su juez había logrado no tener que ir a echarse a los pies del emperador, su derrota era inapelable.

      Se ha querido ver en las excusas de Atanarico para no cruzar el río y firmar allí la paz, no sé qué limitaciones religiosas y políticas de los jueces tervingios. Lo único que se debe ver tras los pretextos de Atanarico, recogidos por Temistio y Amiano Marcelino, es su desesperada situación política.

      Valente podía despreocuparse de su limes danubiano y centrarse en la frontera persa. Atanarico, por su parte y pese a sus esfuerzos por salvar su prestigio, vio seriamente comprometido su poder. Sin duda fue en ese momento, a partir del invierno de 370, cuando Alavivo y Fritigerno comenzaron a socavar el poder de Atanarico y de su clan real, los baltingos. Pues, aunque se había evitado la derrota completa, estaba claro que los sufrimientos que la guerra había impuesto a los tervingios no habían sido compensados y que el responsable de la hambruna y de la destrucción había sido Atanarico.

      Así que fue con la división sembrada en su seno como los tervingios iban a afrontar la más terrible de las invasiones: la de los hunos. Pues ese mismo año del 370 un pueblo salvaje y todavía poco conocido por los godos, los hunos, surgía de Asia Central para atacar a los alanos y comenzar a inquietar a los godos greutungos del viejo rey Ermenrico.

      LA TEMPESTAD HUNA Y EL DESASTRE DE ADRIANÓPOLIS (370-378)

      La primera mención de los hunos en las fuentes grecorromanas podría ser la recogida por Ptolomeo hacia el año 160, quien menciona un pueblo de nombre khounoi, un vocablo griego del que en apariencia derivaría la forma latina del gentilicio «hunos». Ptolomeo colocaba a estos khounoi entre los pueblos de la Sarmatia oriental, es decir, entre los nómadas que habitaban al este del río Volga y hasta las fronteras del «país de los seres» que grosso modo parece corresponderse con las actuales regiones chinas de Asia Central.