Ni siquiera la nobleza goda se libró de los abusos, y la rabia hacia los romanos fue creciendo hasta estallar de forma violenta. Los choques armados se fueron generalizando. Los soldados y provinciales romanos asaltaban a los grupos de refugiados y masas de estos últimos se organizaban en bandas guerreras y saqueaban los campos asaltando villas y aldeas romanas. Al cabo, la situación se hizo insostenible y derivó en una guerra abierta. El venal Lupicino trató de sofocar la creciente revuelta goda tomando como rehenes a los jefes tervingios en la ciudad de Marcianópolis, pero todo salió mal. Fritigerno logró que lo soltaran y de inmediato se transformó en el jefe de la sublevación. La guerra estaba servida. Muy pronto hubo todo un ejército godo a las afueras de Marcianópolis y el ineficaz y corrupto Lupicino demostró ser, además, un pésimo y cobarde general que se dejó aplastar por completo en una batalla campal por Fritigerno.68
Migraciones masivas e incontroladas, abusos terribles sobre los emigrantes, rechazo de la población local e incapacidad de los recién llegados para integrarse en una sociedad extraña. Todo eso nos suena mucho, ¿verdad? Pero el nivel de caos y violencia del mundo antiguo está más allá de nuestra imaginación. No por su dimensión, sino por su clara inmediatez que no deja lugar a ningún artificio ni disimulo.
Tras la derrota de Marcianópolis, las fuerzas romanas locales se vieron incapaces de controlar no ya a los seguidores de Fritigerno, sino también la línea fronteriza al completo. Aprovechando esta circunstancia, los greutungos de Alateo, Sáfrax, Viterico y Famovio pasaron el río en masa y con ellos grandes grupos de alanos, taifales, carpos, sármatas y esciros y pequeñas bandas de hunos que ofrecían sus «servicios» como mercenarios a los jefes guerreros. De hecho, buena parte de los efectivos romanos que debían de haber estado custodiando la frontera del Bajo Danubio no estaban allí, en Mesia, la Escitia Menor y Tracia, sino en Oriente con el emperador.
En efecto, Valente había reunido en Siria a una buena parte de sus comitatenses para llevar a término su proyectada campaña contra Persia y los había tenido que reforzar con contingentes de limitanei sacados de aquí y allá, para hacer frente a los sarracenos de Mavia y a los saqueadores isaurios.
En semejantes circunstancias, no es raro que las menguadas tropas romanas de los Balcanes perdieran el control en toda la región que iba desde Adrianópolis, al sur, hasta Nicópolis, al norte y desde el Castra Martis (Campamento de Marte) al oeste, a Istria, al este. Pues otros dos jefes godos –desconocemos si tervingios, greutungos o de alguna otra tribu goda–, Suerido y Colias, que habían sido ya instalados con sus bandas en Adrianópolis, se levantaron en armas ante la creciente hostilidad de los habitantes locales, que los culpaban de los saqueos que efectuaban otros grupos bárbaros,69 y ante la exigencia de las autoridades para que pasaran de inmediato a Asia Menor, a Bitinia, para asentarse allí. Desesperados, Suerido y Colias se sumaron a Fritigerno incrementando así aún más sus huestes.70
Estas crecían y crecían con la incorporación no solo de nuevas bandas procedentes del norte del Danubio, sino también con la llegada de miles de godos que, al haber sido hechos esclavos durante el terrible invierno, se liberaban ahora y se alzaban en armas contra sus amos. También se sumaban a los godos miles de esclavos y gentes desesperadas no solo de origen godo o bárbaro, sino aún romano.71
Valente comprendió que debía de volver de inmediato a los Balcanes y hacerse cargo del desastre, pero no era fácil. Primero tuvo que lograr un acuerdo con Persia y ello a la par que se aseguraba de la pacificación de los salvajes montañeses isaurios y se avenía a firmar un foedus con Mavia, la victoriosa reina de los árabes tanuqh que quedó sellado con ventajosas condiciones para los árabes y con el matrimonio de la hija de Mavia con el magister equitum Víctor.
Valente necesitaba paz y guerreros, pero también tiempo y no lo tenía. Su primer paso fue solicitar ayuda a su sobrino Graciano, a la sazón el augusto de Occidente junto con su pequeño hermano Valentiniano II. Graciano respondió leal enviando tropas desde Panonia.
El segundo paso dado por Valente fue enviar por delante algunas legiones desde la frontera armenia hacia Tracia bajo el mando de Trajano y Profuturo que demostraron ser dos auténticos incompetentes pues llevaron a sus excelentes tropas a una ratonera en las montañas de la cordillera del Hemo, en el corazón de Tracia, donde fueron dispersadas por los guerreros de Fritigerno que logró así más fama y botín.
En el verano del 377, tras reunirse con las tropas occidentales enviadas por Graciano y mandadas por Ricomeres, Profuturo y Trajano acecharon a los seguidores de Fritigerno reunidos en un gran y circular «campamento de carros» situado no lejos de la ciudad Tracia de Salices. Pero los bárbaros se percataron de la aproximación de los romanos y presentaron batalla. Nótese que Amiano Marcelino, al narrarnos cómo romanos y bárbaros se preparaban para entrar en combate, señala que los segundos «se expresaban cada uno en su lengua».72 Esto es, no solo había allí godos, sino también gentes bárbaras de lengua diferente a la gótica, lo que refuerza la idea de que las gentes que en breve vamos a llamar «visigodos» eran una mezcla diversa tanto de grupos godos como de alanos, hunos, taifales, carpos, esciros y desertores y renegados romanos.
Tras lograr ocupar una ventajosa posición, los godos rechazaron a la infantería ligera romana y recibieron con furia a las legiones formadas en testudo. La batalla librada entonces fue durísima y Amiano señala que aún en los días en que él escribía, entre el 392 y el 395, la zona seguía cubierta de huesos humanos. La matanza terminó en tablas y con muchas bajas para ambos bandos.73
Pero lo cierto es que Fritigerno logró abandonar la región montañosa y pasar de nuevo a las fértiles llanuras para continuar los saqueos y devastaciones. Valente, que estaba ya avanzando hacia Constantinopla con el grueso de los comitatenses orientales, se desesperaba y envió por delante a Saturnino con el grueso de la caballería. Pero ni siquiera esto contuvo a los bárbaros. Reforzados por nuevos grupos de greutungos, alanos, taifales y hunos, desbordaron a los romanos y extendieron de nuevo sus correrías desde el Danubio hasta los arrabales de Constantinopla desatando el pánico y haciendo millares de cautivos, en especial mujeres y niños que eran horriblemente arreados a latigazos por los caminos en dirección a los campamentos bárbaros.74
Figura 20: Detalle de uno de los mosaicos de la Villa del Casale, en Piazza Armerina (Sicilia), fechado en el siglo IV, en el que se representa un carro de transporte tirado por bueyes. Desconocemos el aspecto de los vehículos empleados por los godos, pero podemos conjeturar el aspecto que ofrecerían a partir de los paralelos romanos de la misma época. En el Barbaricum se han documentado tanto de dos como de cuatro ruedas y tanto con radios como sin ellos, lo que demuestra que, en transportes, su tecnología era bastante pareja a la de los romanos. El círculo de carros empleado por los godos en Adrianópolis bien pudo estar formado por vehículos similares a este.
El caos seguía aumentando día tras día. Los greutungos, que habían pasado el Danubio aprovechando el descontrol provocado por la revuelta de los tervingios de Fritigerno, se habían dispersado por todos los Balcanes