Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Soto Chica
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788412207996
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una posición delicada. Había apoyado al bando perdedor en la guerra civil romana y una parte considerable de su poder militar, 10 000 guerreros, alrededor de un tercio del total de sus tropas, había sido capturado por el augusto triunfante. Atanarico trató de salir del entuerto pretextando que él, como fiel aliado de Roma, se había limitado a enviar sus guerreros en demanda del augusto Procopio a quien creía legítimo soberano de los romanos. La excusa de Atanarico no coló. Valente le señaló que su hermano Valentiniano y él mismo, Valente, habían sido elevados como augustos meses antes de que Procopio se levantara en armas contra ellos y que el propio Atanarico, como juez de los tervingios, les había enviado la pertinente embajada de reconocimiento y renovación del foedus. Además, Valente recordó al juez tervingio que los godos habían lanzado incursiones contra territorio romano aun antes del alzamiento del debelado usurpador y que, simplemente, habían aprovechado la revuelta de este último para tratar de sacar partido de una guerra civil que parecía prometerles una mejora de su relación con el Imperio.

      Pese a todo, Atanarico siguió tratando de zafarse de lo que parecía una inminente y desastrosa guerra contra el Imperio. Cuando el magister equitum Víctor se presentó ante él para exigirle explicaciones y reparaciones, Atanarico volvió a insistir en sus excusas y reclamó que Valente le devolviera sus guerreros pretextando que todo había sido fruto de la confusión que había reinado en el Imperio y de la que los «inocentes» tervingios habían sido víctimas. Él, Atanarico, era fiel a Roma y a sus augustos, Valentiniano y Valente.

      Pero Valente no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de aplastar a los godos. Preparaba una guerra contra Persia cuando precisamente las incursiones godas del verano del 365 le habían obligado a enviar tropas a Tracia y Mesia y esas incursiones y el posterior y casi inmediato apoyo de Atanarico al alzamiento de Procopio demostraban que el juez tervingio era todo menos un aliado fiable. Así que lo mejor, de acuerdo con la tradición romana, era aplastarlo y recordar a los bárbaros que jugar con Roma salía muy caro.

      Tras distribuir a los 10 000 prisioneros godos por varias fortalezas y ciudades para que no constituyeran un peligro y quedaran bien vigilados, Valente comenzó a reunir y a abastecer un formidable ejército para, a la primavera siguiente, cruzar el Danubio y acabar con Atanarico y sus tervingios.

      En el invierno del 366-367, sus preparativos estaban ultimados y el augusto y el núcleo de su ejército de maniobra invernaba en Marcianópolis, junto al limes.

      En abril del 367, Valente cruzó el Danubio al frente de una impresionante fuerza bien adiestrada y abastecida. Controlaba el río y no tuvo problema alguno en construir un puente de barcos a la altura de la fortaleza de Dafne, punto estratégico fortificado por Constantino en el 328, y en avanzar por territorio tervingio quemando aldeas y talando sus campos.

      Atanarico, temeroso de enfrentar directamente al ejército imperial y privado de un tercio de su fuerza, como ya señalamos, optó por la guerra de guerrillas, dispersando a sus bandas guerreras por los pantanos y bosques para desde ellos acosar al ejército romano. Pero Valente ofreció una cuantiosa suma por cada cabeza de godo que se le presentara y los soldados romanos y aun sus sirvientes se internaban en los pantanos y espesuras como cazadores de hombres y su deseo de oro logró lo que parecía imposible: expulsar a los godos de sus sombríos bosques y laberínticos lodazales.

      Atanarico condujo entonces a sus gentes hacia las montañas de los Cárpatos, pues seguía rehuyendo una batalla campal y deseaba que Valente y su ejército, ante las aldeas vacías que encontraran en su avance, desistieran de la guerra y repasaran el Danubio.

      Pero Valente no cejó. Envió por delante a Ariteo, magister peditum, para que, internándose en los bosques, cortara el paso a los refugiados godos y así fueron capturados varios miles de campesinos, mujeres y niños del pueblo de Atanarico, antes de que alcanzaran la seguridad de las montañas. Al llegar el otoño, sin haber logrado una gran victoria, pero arreando a docenas de miles de cabezas de ganado y arrastrando a miles de cautivos, las huestes romanas atravesaron el Danubio para aguardar el inicio de la siguiente campaña que esperaban fuera la definitiva.

      En la primavera del 368 Valente volvió a cruzar el Danubio, pero el mal tiempo vino esta vez en auxilio de Atanarico y sus godos. Las lluvias, copiosísimas esa primavera, sacaron de madre a los ríos de la región y limitaron mucho las operaciones del ejército romano que terminó por acuartelarse en un poblado de los carpos, pueblo dacio que por entonces estaba sometido a los tervingios y que recibió bien a unos romanos que, sin embargo, al llegar el otoño volvieron a cruzar el Danubio para invernar en Marcianópolis.

      La tercera campaña goda de Valente se inició en la primavera del 369 cruzando de nuevo el ejército romano un puente de barcos esta vez amarrados entre sí a la altura de Noviodunum. Valente, una vez más, avanzó sin oposición y dirigió sus tropas hacia el Dniéster para atacar a los greutungos de Ermenrico que estaban prestando apoyo a los tervingios de Atanarico. Valente libró varios combates contra los greutungos que no fueron muy importantes, pero que bastaron para que Atanarico, reunidas todas sus fuerzas, bajara de las montañas para acudir en auxilio de sus aliados. Como ni Amiano Marcelino, ni Zósimo, ni Temistio, nuestras más confiables fuentes, dan detalles sobre la batalla que se libró entonces, solo se puede concluir que Valente logró la victoria, sin duda, pero que esa victoria no fue aplastante y que la situación de la guerra en el otoño del 369 poco variaba de la que había ofrecido dos años y tres campañas antes.

      Aunque Valente estaba logrando éxitos, estos no eran decisivos y la situación en Oriente no paraba de complicarse. La guerra goda de Valente se estaba alargando en exceso y los gastos eran demasiado grandes y no estaban siendo compensados por los éxitos obtenidos. De ahí que el emperador tuviera que recibir una embajada del senado constantinopolitano, en la que figuraba Temistio, que le instaba a firmar la paz con los bárbaros. Unos bárbaros que seguían en las montañas, ocultándose y librando una guerra de guerrillas que, aunque no desgastaba seriamente al ejército romano, le impedía obtener una victoria decisiva.

      Por su parte, Atanarico tenía muy claro que nunca vencería al Imperio y sabía asimismo que su pueblo dependía en grado sumo del comercio con Roma. Sus mejores tierras habían sido devastadas y su pueblo no podía sembrarlas de nuevo pues desde la primavera del 367 vagaba disperso y cada vez más hambriento, por las montañas. Los tervingios no habían sido derrotados, pero estaban al límite de sus fuerzas y una nueva campaña de Valente los llevaría al exterminio, bien por hambre, bien por la espada.

      Sin embargo, el emperador no podía permitirse una cuarta campaña. Necesitaba volverse hacia Persia. Así que cuando los enviados de Atanarico se presentaron de nuevo ante él suplicando la paz, envió a sus magistri equitum y peditum, Víctor y Ariteo, a comprobar cuáles eran las verdaderas intenciones de Atanarico. Eso dicen las fuentes. Lo cierto es que Valente no quería arriesgarse a entablar unas negociaciones con un jefe bárbaro que, aunque derrotado, podía mostrar a los súbditos del romano que las cuantiosas sumas que habían tenido que aportar para la larga guerra goda solo habían rendido una paz que simplemente restableciera la situación previa al 365. No, Valente quería asegurarse de que la escenificación de la paz y sus términos dejaban bien clara su victoria. Se trataba no solo de paz, sino también de prestigio imperial y él, el augusto de Oriente, estaba muy necesitado de ese prestigio tras la sublevación de Procopio y tras tres duras, pero poco concluyentes campañas contra los tervingios.

      Pero también Atanarico tenía que «salvar su cara». Había sido su política agresiva la que había llevado a los tervingios a meterse de lleno en la guerra civil romana y a hacerlo en el bando perdedor. Había «perdido» los 10 000 guerreros que envió a Procopio y luego había tenido que sufrir tres arrasadoras campañas en su territorio sin poder hacer otra cosa que abandonar sus mejores tierras y desperdigar a su pueblo por las montañas. Si ahora acudía a Marcianópolis, donde aguardaba el emperador, para echarse a sus pies y pedir clemencia, su gobierno sobre los tervingios estaría acabado.

      Así