Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Soto Chica
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788412207996
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sabemos que en el 324 Licinio contó con un poderoso aliado godo, el rey Alica,33 todo apunta a que Canabaudes, Geberico y Alica, al igual que luego Ariarico, Aorico y Atanarico, eran miembros de un mismo linaje real34 y que ese linaje fue el primero que gobernó a los tervingios. Un linaje, además, que logró reunir a muchas bandas godas con posterioridad al 257 y antes del 268 y que puso las bases del poder que luego ejercerían Ariarico, Aorico y Atanarico.

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      Figura 15: Moneda de «tipo cabaña», acuñada bajo el emperador Constante en Augusta Treverorum (348-350). En su reverso se aprecia a un soldado romano sacando pacíficamente a un bárbaro de una cabaña muy simplificada, cuyo aspecto quiere hacerse eco de las que los pueblos de allende el Imperio construían con muros de tapial, cubiertas vegetales y una carcasa de materiales perecederos –sobre todo madera y caña–, al modo habitual en la tradición constructiva no mediterránea. Esta iconografía celebraba el asentamiento de grupos de bárbaros dentro de las fronteras del Imperio.

      La historia de las relaciones entre tervingios y romanos es agitada. Aorico, el hijo de Ariarico que quedó como rehén en Constantinopla en virtud del foedus del 332, no terminó de adaptarse al papel que el Imperio le tenía destinado, el de rey bárbaro complaciente y sumiso. Ni siquiera los agasajos y honores que se le concedieron, se le llegó a erigir una estatua junto a la Basílica de Illus, templaron su odio hacia Roma. Cuando su cautiverio terminó y reemplazó a su padre al frente de la confederación tervingia, tensó las relaciones con el hijo y sucesor en Oriente de Constantino, Constancio II. De hecho, y según parece, Aorico desconfiaba tanto de Roma que obligó a su hijo, Atanarico, a jurar que no visitaría Constantinopla. En cualquier caso, Aorico tuvo varios enfrentamientos diplomáticos y bélicos con Constancio II y como parte de esos enfrentamientos y como ya vimos más arriba, persiguió a los cristianos de su territorio.

      Pero sería su hijo, Atanarico, que parece que llegó al poder hacia el 364-365, quien tuvo el enfrentamiento más duro con Roma. El contexto de dicho enfrentamiento es muy significativo pues nos ilustra sobre cómo el poder tervingio no había dejado de crecer desde el 332 y cómo, en consecuencia, deseaba cambiar las bases de su relación con Roma y tener un papel más igualado con el Imperio.

      En el 363, Procopio, un primo del augusto Juliano, recibió el encargo de este último de dirigir una de las dos «tenazas» del ejército romano que debían de adentrarse en Persia y destrozar su resistencia. Esto es significativo, ya que Procopio mandaría 30 000 hombres (18 000 según Zósimo), la mitad poco más o menos del total de la fuerza empleada, y los llevaría por Armenia para, una vez sumadas sus fuerzas a las del rey Arsaces, aliado de Roma, pasar a Adiabene amenazando el norte de Mesopotamia y tratando luego de converger con Juliano que mandaría el resto del ejército llevándolo directamente y Éufrates abajo, contra la capital persa, Ctesifonte.

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      Figura 16: El Missorium de Kerch, datado en la época del emperador Constancio II (reg. 337-361), hijo y sucesor de Constantino el Grande. A la izquierda vemos a un soldado elegantemente vestido y con un torques al cuello, lo que denotaría su condición de miembro de la guardia de palacio. En el centro destaca la figura del emperador Constancio, que viste una túnica corta decorada con segmenta, vaina de espada decorada, pantalones ajustados y calzado enjoyado. La cabeza tocada con una diadema, emblema inequívoco de realeza, y el nimbo que la rodea es un remanente de la iconografía pagana. Sobre el escudo del soldado vemos claramente marcado un crismón (las letras griegas ji, X, y ro, P, que aluden al nombre de Cristo en esa misma lengua, Xριστός) pero, al tiempo, el caballo del emperador aparece coronado por una tradicional Victoria alada, que extiende sobre su cabeza una corona de laurel, símbolo del triunfo militar. Con la mano opuesta sostiene una palma, representación asimismo de la victoria. El escudo que vemos bajo el caballo remacha la cualidad de triunfador del emperador. Museo del Hermitage, San Petersburgo.

      La guerra de Juliano contra Persia fue un desastre. También lo fue para Procopio. Aislado en Armenia, no pudo intervenir en la sucesión de su infortunado e imperial primo y cuando se enteró de que Joviano había sido elegido nuevo augusto, temió por su vida. Tenía motivos. Juliano le había entregado, según se decía, un manto de púrpura imperial, un símbolo inequívoco de que le consideraba su heredero y ahora, con Joviano en el trono, Procopio podía ser considerado como un peligro potencial y ser ajusticiado sin más. Este último logró escapar del verdugo renunciando a la vida pública y marchando a sus fincas de Capadocia, pero cuando al poco murió Joviano y subió al trono Valentiniano (364-375), este consideró que no le convenía que un miembro de la familia de Constantino siguiera vivo y envió hombres a detenerlo. Procopio logró huir con su familia y tras alcanzar el Quersoneso Táurico, la actual Crimea, aprovechó que Valente, el coemperador nombrado por Valentiniano para gobernar Oriente, se hallaba preparando una campaña contra Persia, para plantarse en Constantinopla donde inició una sublevación en septiembre del 365. Apoyado por la guarnición de Constantinopla y por algunas tropas enviadas previamente por Valente a detener incursiones godas en la frontera danubiana, Procopio obtuvo además, y esto es lo que nos importa, el apoyo explícito de Atanarico, que acababa de suceder a su padre, Aorico, como juez de los tervingios y que le envió 10 000 guerreros godos.