Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Soto Chica
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788412207996
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Imperio, que un obispo arriano, pues arriano era Ulfilas, tradujera la Biblia a la lengua de los godos y que fuera por su intermedio que su cristianización se viera acelerada y potenciada, determinó en buena medida las relaciones entre romanos y godos para los siguientes doscientos cincuenta años. Ulfilas, cuya «profesión de fe» se nos ha salvado en un manuscrito denominado Parisinus latinus 8907, más conocido como Carta de Auxencio de Durostorum11, no solo dejaba clara su fe arriana, sino su influencia en el cristianismo de su tiempo. No fue un actor marginal en los acontecimientos, sino uno principal y si en última instancia su visión del cristianismo fue condenada en el Imperio durante el Concilio de Tesalónica del año 381, aunque resulte paradójico pervivió donde más había sido perseguida: entre los godos. En efecto, todavía en tiempos de Atanarico, tercer juez o rey de los tervingios, la mayor parte de la realeza y la nobleza goda se mantenía pagana y hostil al cristianismo. En el 372, por ejemplo, un godo, el ya citado Sabas el Godo, fue martirizado por negarse a abjurar de su fe cristiana en un momento en que, de nuevo, se tensaban las relaciones entre tervingios y romanos. Solo a partir del foedus del 382 y, sobre todo, a partir del ascenso de Alarico en el 392, se fue imponiendo mayoritariamente el cristianismo entre los godos asentados al sur del Danubio, mientras que entre los grupos que permanecían al norte del limes el paganismo siguió siendo norma hasta bien entrado el siglo V.

      Pero ¿y las transformaciones políticas? ¿Cómo explicar que los godos pasaran de ser un conjunto bastante laxo y diverso de bandas y tribus a constituir poderosas confederaciones capaces de poner en aprietos al Imperio y de firmar con él foedera ventajosos?

      Ya vimos que las laxas coaliciones tribales que se formaban en torno a los años medios de la segunda mitad del siglo III eran puramente circunstanciales. En algunas de ellas aparecen los godos como grupo principal o dirigente, tal fue el caso de la gran expedición de los años 250 y 251, en otras parecen subordinados a grupos como los boranos o como los hérulos, tal ocurrió, por ejemplo, entre el 252 y el 257 en el caso de las expediciones en el mar Negro junto a los boranos, o entre el 267 y el 271 en el caso de las expediciones sobre Grecia y el Egeo. Pero en todas esas correrías de los godos se advierte una realidad constante y se evidencia un error muy común de la historiografía: en primer lugar, que los jefes o reyes godos vienen y se van. Esto es, que no dejan tras de sí continuidad política alguna y que no hay relación de parentesco ni de ninguna otra clase entre ellos. Sus jefaturas, su poder, no es heredado ni transmitido. Sus gentes son, simplemente, sus seguidores y no constituyen una realidad política o tribal homogénea, estable ni estructurada. En segundo lugar, como ya hemos apuntado, las noticias recogidas en las fuentes primarias desmienten a Jordanes y a buena parte de la historiografía tradicional, es decir, los tervingios y los greutungos ni eran los antecesores directos de visigodos y ostrogodos, ni eran los dos únicos «reinos» godos existentes en el siglo IV.

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      Figura 13: Dibujo que reproduce el llamado anillo de Pietroasa, hallado en 1837 en la localidad homónima de Rumanía. Su datación, aunque controvertida, podría establecerse entre principios del siglo III y principios del V. Es el testimonio más antiguo de escritura rúnica, y sus caracteres producen la frase gutaniowi hailag, de interpretación controvertida, y para la que se han propuesto diversas lecturas: «año de los godos, sagrado e inviolable», «dedicado a las madres godas», «sagrada reliquia de la sacerdotisa», «dedicado al templo de los godos», entre otras.