Pero, sin duda, el ejemplo más palpable y espectacular, literalmente, de la obra e influencia de Ulfilas entre los godos nos lo ofrece el llamado Codex Argenteus de la biblioteca de la Universidad de Upsala, Suecia. Se trata de un espléndido libro realizado sobre suave cuero de becerro nonato teñido con púrpura de Campania sobre la que se estampó una cuidada caligrafía que usaba tintas de oro y plata. Es una lujosísima copia de los Evangelios traducidos por Ulfilas al gótico mandada hacer por Teodorico I, rey de los ostrogodos de Italia, a inicios del siglo VI. En origen, contaba con 336 folios de los que se nos han conservado 188. El Codex Argenteus tuvo que tener sus «hermanos» entre los visigodos de Hispania y Galia, quizá menos lujosos, eso no importa, lo que importa es que este tipo de libros realizados a finales del siglo V e inicios del siglo VI muestran que los godos o al menos las élites dirigentes ostrogodas conservaban aún su lengua y que esta seguía siendo prestigiosa y, sobre todo, el Codex Argenteus nos permite conocer esa lengua. Pues solo a través de él y de un «vocabulario» recogido por un embajador holandés entre los godos de Crimea, el último pueblo que habló godo y que lo hizo hasta el siglo XVIII, podemos reconstruir el idioma de los godos y así adentrarnos aún más en su cultura.12
Pero ¿y las transformaciones políticas? ¿Cómo explicar que los godos pasaran de ser un conjunto bastante laxo y diverso de bandas y tribus a constituir poderosas confederaciones capaces de poner en aprietos al Imperio y de firmar con él foedera ventajosos?
Ya vimos que las laxas coaliciones tribales que se formaban en torno a los años medios de la segunda mitad del siglo III eran puramente circunstanciales. En algunas de ellas aparecen los godos como grupo principal o dirigente, tal fue el caso de la gran expedición de los años 250 y 251, en otras parecen subordinados a grupos como los boranos o como los hérulos, tal ocurrió, por ejemplo, entre el 252 y el 257 en el caso de las expediciones en el mar Negro junto a los boranos, o entre el 267 y el 271 en el caso de las expediciones sobre Grecia y el Egeo. Pero en todas esas correrías de los godos se advierte una realidad constante y se evidencia un error muy común de la historiografía: en primer lugar, que los jefes o reyes godos vienen y se van. Esto es, que no dejan tras de sí continuidad política alguna y que no hay relación de parentesco ni de ninguna otra clase entre ellos. Sus jefaturas, su poder, no es heredado ni transmitido. Sus gentes son, simplemente, sus seguidores y no constituyen una realidad política o tribal homogénea, estable ni estructurada. En segundo lugar, como ya hemos apuntado, las noticias recogidas en las fuentes primarias desmienten a Jordanes y a buena parte de la historiografía tradicional, es decir, los tervingios y los greutungos ni eran los antecesores directos de visigodos y ostrogodos, ni eran los dos únicos «reinos» godos existentes en el siglo IV.
En efecto, lo que se observa entre los godos del periodo comprendido entre los años 238 y 337 es que estaban divididos entre un buen número de unidades políticas independientes e incluso rivales entre sí. Así, por ejemplo, en el año 249 los godos que atacaron Marcianópolis eran mandados por dos jefes, Argaito y Gunderico, y aunque puede que estuvieran subordinados de algún modo a Ostrogota, atestiguado por Dexipo y por Jordanes y que pudo ser una suerte de rey hegemónico o supremo de los godos, lo cierto es que parecen operar de forma independiente. Al año siguiente, 250, y totalmente independiente de los anteriores y sin conexión alguna con ellos, nos encontramos con Cniva, un jefe godo que muestra un despliegue de poder impresionante pero que desaparece de la escena tras su gran victoria de Abrittus en el 251. Dieciséis años después, entre el 267 y el 270, durante las correrías de godos y hérulos por el Egeo que los llevaron a saquear Atenas, el Templo de Artemisa de Éfeso –una de las siete maravillas del mundo antiguo–, Rodas, Creta y Chipre, los godos aparecen agrupados bajo tres jefaturas distintas encabezadas por Respa, Veduc y Thuruar y en el 271, Aureliano aniquiló al norte del Danubio a las fuerzas de un cuarto y poderoso rey godo llamado Canabaudes. Así que a lo largo de tan solo veintidós años contamos con ocho jefes o reyes godos que no se sucedieron entre sí, que se mostraron independientes unos de otros y que no parecen haber contado entre ellos con lazos familiares de ningún tipo. En definitiva y cuando los vemos asociados, su alianza no va más allá de las habituales, circunstanciales, puntuales e interesadas alianzas militares. Cierto es que dos de esos soberanos, Cniva y Canabaudes, parecen haberse destacado en poder sobre los demás, pero también es cierto que las fuentes primarias hablan siempre de reyes y no de un rey o jefe godo. La arqueología, ya lo apuntó Peter Heather en 1997, señala también en esa dirección, pues en la Gotia de finales del siglo III y de la primera mitad del IV se han hallado media docena de grandes fortificaciones que parecen haber sido el centro político de otras tantas jefaturas o reinos. La más formidable de esas fortificaciones es Pietroasa, junto al Dniéster y en la actual Rumanía. Un impresionante centro fortificado dotado de torres, zanjas y empalizadas que aprovechó un antiguo fuerte romano y que, con sus 30 grandes edificios, sin duda fue el centro político y militar de una poderosa facción de los godos.13
Esa situación de fragmentación política se puede haber atemperado con la aparición de tervingios y greutungos. Estas dos realidades políticas parecen haberse gestado en la sexta década de la segunda mitad del siglo III en directa relación con las correrías y ataques godos contra el Imperio y, aunque parecen haberse constituido en las más poderosas, no fueron realidades uniformes y, por supuesto, no fueron las únicas agrupaciones tribales godas. Heather, por ejemplo, pudo identificar hasta doce grupos godos independientes entre sí durante el periodo 375-478 y señaló, asimismo, que, en el mejor de los casos, esos 12 grupos podrían reducirse a 6 originales en el siglo IV.14 Estamos de acuerdo con él e incluso añadiremos a la lista de Heather otros dos grupos no listados por él: los que en el 324 mandaba el rey godo Alica y los que aniquiló Constantino en el 334 y que formaban por ese entonces y según el anónimo autor de la Origo Constantini Imperatoris, «la más poderosa y numerosa de las tribus godas».15
Figura 13: Dibujo que reproduce el llamado anillo de Pietroasa, hallado en 1837 en la localidad homónima de Rumanía. Su datación, aunque controvertida, podría establecerse entre principios del siglo III y principios del V. Es el testimonio más antiguo de escritura rúnica, y sus caracteres producen la frase gutaniowi hailag, de interpretación controvertida, y para la que se han propuesto diversas lecturas: «año de los godos, sagrado e inviolable», «dedicado a las madres godas», «sagrada reliquia de la sacerdotisa», «dedicado al templo de los godos», entre otras.
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