Pero es indudable que fueron los esclavos, cautivos y fugitivos romanos los que más colaboraron a que los godos cambiaran. De la lectura de la Pasión de San Sabas el Godo, un fascinante texto que nos permite echar un vistazo a la vida cotidiana en la Gotia del año 372, se deduce que esos «romanos» vivían a veces en aldeas independientes de las de los godos, pero sometidos a algún noble godo que, de tanto en tanto, pasaba por la aldea rodeado de su séquito armado para cobrar tributos y recordar que se le debía obediencia.6 Como es obvio, otros muchos cautivos de origen romano vivían junto a sus señores godos y de una manera u otra se aprovechaba su trabajo, ya en los campos, ya como artesanos. Las técnicas y conocimientos que estas gentes transmitieron aceleraron sin duda las transformaciones económicas y culturales que la arqueología exhibe en los yacimientos godos del siglo IV.7 Tampoco habría que desdeñar el efecto que pudieron producir en Gotia el regreso de miles de mercenarios godos que, tras años de servicio en los ejércitos de Roma, tornaban a sus hogares. Ya señalamos que el primer testimonio sobre un godo que sirvió en el ejército romano nos retrotrae a los primeros años del siglo III y que, al menos desde el 244, miles de mercenarios y aliados godos servían bajo los estandartes romanos en las guerras contra Persia y el número de soldados godos no dejó de incrementarse a lo largo del siglo III y, sobre todo, a partir de los primeros años del siglo IV cuando tanto Constantino como Licinio hicieron un uso masivo de mercenarios y de aliados godos. Licinio, por ejemplo, enfrentó a Constantino en el 324 contando con la alianza del rey godo Alica, el cual acudió a su llamada al frente de miles de sus guerreros, mientras que Constantino obligó en el 332 al juez o rey de los godos tervingios, Ariarico, a proporcionarle 3000 guerreros para su próxima campaña contra Persia. No obstante, la conocida maledicencia de Zósimo, tan contrario a Constantino, de que los ejércitos del primer emperador cristiano estaban compuestos en su mayoría por bárbaros germanos es, en esencia, una noticia falsa. Y, no obstante, esta noticia de Zósimo se ha venido usando no solo para señalar la «barbarización» creciente de los ejércitos romanos, sino incluso para resaltar su «goticización».8
Pero de un modo u otro, los godos se vieron sometidos a una creciente y cada vez más directa influencia romana en sus hábitos de vida y en su civilización.9 No solo en los aspectos materiales, también en los espirituales. En efecto, es ahora cuando, por influencia directa de los cautivos romanos, el cristianismo comienza a extenderse entre los godos. El principal promotor de esa cristianización fue el nieto de unos cautivos romanos minorasiáticos capturados en el 257 en Capadocia, en una aldea llamada Sagadoltina situada en la comarca de la ciudad de Parnaso y llevados por sus captores a Gotia. Su nieto fue llamado Ulfilas, «el pequeño lobo», y que el nieto de unos cautivos romanos procedentes de la helenizada Capadocia recibiera un nombre godo evidencia la fuerza del mestizaje cultural que se daba en las regiones de Gotia a finales del siglo III e inicios del siglo IV. Una tierra en la que los godos imitaban a los romanos y los romanos trataban de identificarse con los godos. Ulfilas, nacido hacia el 311, conocía el latín y el griego, pero también hablaba la lengua goda y llevaba un nombre godo y todo eso nos señala algunas cosas importantes: que al norte del Danubio las comunidades de cautivos romanos mantenían su lengua y tradiciones, que podían llevar una vida bastante autónoma y que esa vida era lo suficientemente próspera como para proporcionar a sus hijos una buena educación, así como que las relaciones con sus señores godos eran fluidas y que estos últimos no dejaban de ejercer sobre ellos una atracción que, sin duda, era fruto de su poder y prestigio. Puesto que Ulfilas se ordenó y promocionó hasta el grado de lector, podemos entrever también que las comunidades de cautivos romanos eran en su mayoría cristianas y que gozaban de una notable libertad religiosa pese a que la mayoría de sus señores godos seguían siendo aún paganos.
Pero las cosas estaban cambiando. Ya en el Concilio de Nicea se designa un obispo godo, Teófilo, que como es evidente y por su nombre griego, era un cautivo o hijo de un cautivo romano; y, en el 337, el augusto Constancio II, uno de los hijos y herederos de Constantino, nombró a Ulfilas obispo de Gotia y también cuatro años más tarde, en el 341, de manera que por segunda vez en su vida, el flamante obispo de Gotia viajó a Constantinopla formando parte de una embajada tervingia y allí, en la Nueva Roma, fue formalmente consagrado obispo con todo esplendor y pompa. Esta noticia apunta a que el cristianismo en Gotia no era ya solo una cuestión de cautivos romanos, sino una cuestión de alta política y que el emperador estaba muy interesado en su propagación y fortalecimiento. Lo estaba no solo porque el propio emperador y el Imperio fueran ya cristianos, sino porque por eso mismo la cristianización de Gotia podía convertirse en un factor fundamental en las relaciones romanogodas y en un agente que «moderara» e hiciera más manejables a los tervingios. Estos últimos también lo entendieron así. Cuando sus relaciones con el Imperio eran buenas no estorbaban a los cristianos de su territorio, pero cuando se tensaban, perseguían a las comunidades cristianas como medida de presión contra el Imperio. Así, por ejemplo, en el 348 cuando Constancio II se hallaba presionando a los tervingios para que le proporcionasen más guerreros para su inminente campaña contra Persia, durante el tira y afloja entre el emperador y Aorico, el nuevo juez tervingio, este mostró su descontento expulsando de sus tierras al obispo de Gotia, Ulfilas, junto con muchos de sus seguidores cristianos. Constancio II recibió a Ulfilas como si se tratara de un «nuevo Moisés»10 y lo instaló junto con sus seguidores en Nicópolis, ciudad situada en la fronteriza Mesia Inferior para que pudiera seguir estando cerca de su «perseguido rebaño» del otro lado del limes. Durante los siguientes dos años, Ulfilas estaría enfrascado en una obra decisiva para la historia del pueblo godo: tradujo los Evangelios y la mayor parte de la Biblia a la lengua gótica. Era la primera vez que una lengua germana se ponía por escrito y esa lengua germana era goda. Es evidente que si Ulfilas escribía en godo era porque tenía reales o potenciales oyentes y lectores en esa lengua y ese simple dato apunta no solo a que los godos de lengua germánica se estaban convirtiendo al cristianismo, sino también al nivel de sofisticación que iban alcanzando las élites de Gotia.
Figura 12: Página del llamado Codex Argenteus, manuscrito del siglo VI que copia, a su vez, un original del siglo IV que contiene la traducción al idioma godo de la Biblia. La tradición atribuye este mérito al obispo Ulfilas, si bien en la obra se percibe la mano de varios autores, lo que nos lleva a considerar la existencia de un equipo de traductores, acaso supervisados por el mencionado obispo. Se trata de la primera obra redactada en alfabeto gótico, desarrollado por Ulfilas para evangelizar a los godos. Emplea veinticinco caracteres, que son adaptaciones de runas, caracteres griegos y latinos. Dado que Ulfilas era arriano, la conversión del pueblo godo se hizo, asimismo, a este credo.
Otro dato significativo es que Ulfilas no tradujo el Libro de los Reyes, pues consideraba que las hazañas de David y de los demás campeones de Israel solo servirían para incrementar aún más las virtudes guerreras de los godos e inflamar su belicoso espíritu.
La influencia de Ulfilas fue decisiva. En una