Además, y esta es otra gran enseñanza de las invasiones del siglo III, para el Imperio y al final, resultó mucho más gravoso tener que lidiar con las pequeñas pero múltiples bandas guerreras que se infiltraban en su territorio que con los grandes ejércitos que, seguidos por sus familias y esclavos, rompían las fronteras y se adentraban arrasándolo todo. A estos últimos se les enfrentó y se les aniquiló, pero a las primeras, a las pequeñas bandas de unos cientos de guerreros o incluso de unas docenas de ellos, no se las podía controlar y eran ellas, en verdad, las que hacían imposible la vida en las provincias que infectaban.1 Para neutralizarlas, Roma acudió primero a impermeabilizar sus fronteras con el acantonamiento en ellas de más legiones, con la elevación de más fortalezas y con la disposición de fuerzas de maniobra que pudieran acudir a los lugares amenazados de forma inmediata. Así lo hicieron Galieno, Claudio II, Aureliano y, sobre todo, Diocleciano. Tuvieron éxito, pero no completo y, por eso, ya con el emperador Constantino, asistimos a otra acción complementaria: estabilizar a los bárbaros, a los godos en nuestro caso, poniendo fin a su anárquica disgregación tribal y facilitando su cohesión y fijación mediante el expediente de reconocer a los jefes, los jueces tervingios, para que actuaran como interlocutores del Imperio y fueran garantes del buen comportamiento de sus díscolas gentes. Podríamos, pues, concluir que Roma fue un factor esencial en la génesis de los tervingios, como también lo sería en la de los visigodos. Un factor que, con toda probabilidad, fue el más importante, pero no el único. Veámoslo.2
Cuando los godos dejaron Gotiscandia y llegaron a las tierras que ellos llamaban Oium y que pronto pasarían a denominarse Gotia, se encontraron inmersos en un ambiente que hoy denominaríamos multiétnico y multicultural. Ya hemos aludido a la importancia que tuvieron para ellos las relaciones con los pueblos sármatas y dacios y el impacto de la civilización grecoescita del Reino del Bósforo en su propia cultura. Hemos aludido también a la integración en lo que podríamos llamar «complejo gótico» de otras tribus germanas, protoeslavas, ugrofinesas, etc. y también se ha evidenciado que miles, docenas de miles de civiles y soldados romanos, se sumaron a los godos en el siglo III, bien como cautivos y esclavos, bien como aliados de fortuna.3 Así que hacia el año 332 los godos debían de ser un pueblo muy diferente de aquel que había abandonado el Báltico ciento cincuenta años antes. Esa «diferencia» se manifiesta de forma notable en la arqueología. En efecto, si hacia el año 200 los godos habitaban en pequeñas aldeas en las que llevaban una vida de subsistencia y en la que los trabajadores especializados eran excepción, ahora, en el siglo IV y en sus nuevos asentamientos, nos hallamos ante grandes aldeas que han adoptado modernos modelos de explotación agrícola y ante variados tipos de asentamientos entre los que no faltan auténticos complejos de producción artesanal masiva, casi industrial, en los que no solo se fabricaban en gran número objetos, armas y herramientas de calidad, sino que también se exportaban muy lejos.
Exportaban e importaban. La expresión Biberum ut gothi, que significa «beber como un godo», era tan frecuente en los siglos IV al VI como lo fue en los siglos XIX y XX la de «beber como un cosaco» y, en efecto, los yacimientos de asentamientos godos del siglo IV en las actuales Rumanía, Moldavia y Ucrania están repletos de ánforas de vino procedentes del Imperio romano. No solo vino, sino vajillas de calidad, joyas, armas… Nos hallamos de repente ante los restos de una nueva sociedad rica y populosa que ha sustituido al paupérrimo mundo de las culturas de Wielbark y Przeworsk que atisbábamos entre los godos bálticos de los siglos I y II. Ahora nos hallamos ante unos «nuevos godos». Unos godos complejos desde el punto de vista étnico y avanzados cultural y económicamente, cuyo estilo de vida nos ha quedado reflejado, de acuerdo con la arqueología, en los restos de la llamada cultura de Cherniajov. Así, por ejemplo, en el yacimiento de Budeşti, en la actual Rumanía y correspondiente al siglo IV y que con sus buenas 35 hectáreas es el mayor asentamiento godo del mar Negro, debieron de habitar unas 7000 personas lo que sería equivalente en extensión y población a muchas pequeñas ciudades del Imperio romano de su tiempo.4 Budeşti es la más grande, pero no la única de las grandes aldeas godas que surgen en el siglo IV entre los Cárpatos y el Dniéper. Junto a esas grandes aldeas había multitud de asentamientos más pequeños y, lo que en realidad nos importa, en todos esos asentamientos se usaba ya el arado con reja de hierro y se roturaban sin cesar nuevos campos, pues el análisis polínico demuestra que se pusieron en cultivo más tierras que nunca antes en la región, lo que, como es evidente, trajo consigo un incremento formidable de la población. Este crecimiento agrícola y demográfico se reflejó en todos los órdenes de la vida y sobre todo en la economía de los «nuevos godos». Por ejemplo, tenemos pruebas de que se incrementó de un modo exponencial la producción y elaboración de herramientas y armas de hierro y a tal nivel que comenzó a exportarse desde los yacimientos y factorías –no encuentro otro nombre que les haga justicia– radicadas en los Cárpatos y en los grandes valles fluviales de la Estepa. Una de esas «factorías» dedicadas a la producción casi industrial de herramientas y armas de hierro es Sinicy, en la actual Ucrania. Allí, en el siglo IV, se agrupaban 15 herrerías en pleno funcionamiento y en las que debieron de trabajar no menos de 45 herreros que fabricaban armas y herramientas de calidad que exportaban muy lejos de su aldea. No solo hierro, conocemos asentamientos semejantes especializados en la fabricación de alfarería y, lo más significativo para que podamos comprender hasta qué punto se había vuelto complejo, rico y sofisticado el mundo gótico del siglo IV, también existían poblados dedicados a la fabricación de vidrio, joyas, textiles y hasta de peines de asta de ciervo y marfil. Sí, hasta el año 300, el vidrio era un artículo de lujo que llegaba a los germanos desde el Imperio, pero a partir de esa fecha comenzó a fabricarse en aldeas situadas en pleno territorio godo, en el norte de los Cárpatos, en auténticas fábricas, fabricae si queremos usar el equivalente y contemporáneo vocablo romano, que exportaban su mercancía de lujo a todo el mundo germánico, desde Noruega a Crimea. También los peines de asta de ciervo o de marfil eran un artículo de lujo. En Birlad-Valea Seaca, Rumanía y dentro del territorio que dominaba Ariarico, el rey o juez godo que se enfrentó a Constantino entre los años 331 y 332 y que sería el abuelo del célebre Atanarico, podemos estudiar un yacimiento que muestra un asentamiento constituido por 20 casas en las que todos sus habitantes, seguramente más de un centenar, estaban por completo dedicados a la fabricación de peines de asta de ciervo.
Figura 11: Peine hallado en Cacabelos, Castro Ventosa, comarca del Bierzo, Léon. Los peines característicos de la cultura de Cherniajov aparecen distribuidos por diversos lugares de la Europa central y occidental, en particular en fortalezas y necrópolis romanas de la frontera altodanubiana, así como también en las del limes renano, que testimoniarían la presencia de guerreros godos. En el caso de este peine, dado el lugar en donde se encontró, una plaza fuerte, quizá deban asociarse a la etapa de la irrupción y ocupación de la Península por los germanos.
Así que los godos no eran ya unos pobres y salvajes desarrapados que vagaban por las provincias balcánicas y minorasiáticas romanas en busca de botín y esclavos, sino gentes que habían incrementado su riqueza y sofisticación hasta niveles muy similares a los de la mayoría de sus vecinos romanos. Cuando en el 376, docenas de miles, quizá 200 000 godos, cruzaron el Danubio, eran gentes que es muy probable que no se hubieran reconocido en los guerreros que el jefe godo Cniva capitaneó en el año 251 o en los saqueadores godos y hérulos que incendiaron Atenas en el 269. Seguían siendo godos, desde luego, pero no los mismos godos.
¿Cómo se operó el cambio? A través de las invasiones, las menoscabadas invasiones del siglo III fueron su motor, como veremos a continuación.
Lo primero que facilitaron las invasiones de la segunda mitad del siglo III fue el mestizaje. Uno bárbaro o interior y otro romano o exterior. Del primero ya hemos hablado: intensa