Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Soto Chica
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788412207996
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También Galerio tuvo que lidiar con carpos, sármatas y bastarnos entre los años 299 y 302 obteniendo señaladas victorias sobre los sármatas y carpos que, empujados por los godos, buscaban hacerse con nuevas tierras al sur del Danubio.54

      Por otra parte, Diocleciano logró reforzar la frontera danubiana y eso desalentó y contuvo a los godos. El augusto fundó nuevos fuertes al norte del río y destinó al sector danubiano del limes a 14 legiones, una fuerza imponente que, junto con el asentamiento de nuevos pobladores, por ejemplo, gentes de Asia Menor, y de colonos bárbaros sometidos al Imperio, mesogodos y carpos, y una mejora de las condiciones económicas, restableció y reactivó la seguridad y prosperidad de las provincias ilíricas y tracias del Imperio.

      Por supuesto, los godos, en plena fase de expansión contra sármatas, bastarnos, carpos y vándalos, no tardaron mucho en reponerse de las terribles y continuas derrotas sufridas frente a los romanos entre el 267 y el 276. De modo que, en cuanto Diocleciano abdicó, y la muerte de uno de sus augustos sucesores, Constancio Cloro, trajo consigo la «ilegal» proclamación de su hijo Constantino en Britania como augusto, y con ello se abrió de nuevo «la caja de los truenos» de las guerras civiles, los godos trataron de sacar partido de la nueva situación de vulnerabilidad de los romanos, bien atacando de nuevo al Imperio, bien interviniendo no solo como mercenarios en los ejércitos romanos enfrentados entre sí, sino también como aliados de un bando o de otro y, por ende, tratando de sacar partido de la posible victoria obtenida con su concurso.

      Pero Alica y sus godos no pudieron impedir la derrota de Licinio y el Imperio estuvo de nuevo unificado y de nuevo proyectó su poder hacia las fronteras. Estas estaban en alerta. Al otro lado del limes, en lo que antes del año 271 habían sido las tres provincias de la Dacia romana y en las estepas panónicas de los sármatas yaciges, los godos seguían presionando a los carpos y a los sármatas. Estos últimos que, tras haber sido derrotados por Constantino en el 323 se consideraban «clientes» del Imperio, recurrieron al augusto en demanda de auxilio. El emperador no podía permitir que los godos siguieran creciendo en poder. Ahora se estaban agrupando en una suerte de confederaciones tribales similares a las ya desarrolladas en el siglo anterior, el tercero, en las regiones renanas por las tribus germanas occidentales y que habían dado como resultado la aparición de francos y alamanes. Los godos, por su parte, divididos hasta finales del siglo III en unas doce tribus principales o reinos menores, se estaban coaligando, en su mayoría, en dos grandes agrupaciones tribales: los tervingios, entre el Dniéster, el Danubio y el Tisza y los greutungos, entre el Dniéster y el Don. Eran entidades muy laxas y complejas y, a menudo, volátiles en cuanto a su unidad política. Tampoco eran homogéneas en lo étnico, si bien es cierto que el elemento gótico era el que las encabezaba, pero, sin duda, tervingios y greutungos eran un salto cuantitativo en cuanto a la cantidad de poder militar que los godos podían reunir y proyectar y la evidencia visible, si se me permite la expresión, de que a finales del siglo III e inicios del IV se había operado entre ellos una transformación cualitativa notable en cuanto al progreso de su organización política y de su desarrollo social y económico.

      Ambas confederaciones, tervingios y greutungos, estaban dominadas por clanes reales y tenían a su cabeza un jefe supremo. Los greutungos tenían un rey, Ermenrico, y los tervingios hegemones que suelen recibir el nombre de «jueces», pero también el de reyes. Pero fuera cual fuera el título de los jefes supremos de los tervingios, lo cierto es que esa jefatura suprema permaneció en la misma familia durante unos setenta años y se transmitió de padre a hijo durante tres generaciones: Ariarico, Aorico y Atanarico.

      Eran los tervingios, los que se habían avecinado junto al limes danubiano, los que preocupaban a Constantino, ya que eran los que se estaban haciendo con el control de las tierras situadas entre el Dniéster y el Tisza y amenazaban con someter a los sármatas yaciges y roxolanos. Eso era demasiado peligroso e inaceptable para la idea que Roma tenía de su papel en el mundo. No, Roma tenía que dejar claro que era ella y no los godos, la que ejercía el control a un lado y a otro del limes.

      En el año 323, tras una guerra con los sármatas, Constantino los puso bajo su protección en un claro intento de marcar los límites a la expansión tervingia hacia el limes panónico. En el 328, Constantino ordenó reforzar las defensas del limes frente a los godos y construir nuevas fortalezas. La tensión creció y en el año 331 la guerra estalló al fin. Fue una guerra dura. Constantino y su hijo del mismo nombre, el joven César Flavio Claudio Constantino (316-349) aprovecharon el punto débil de los godos: su carencia de logística. Las fuerzas romanas fueron aislando a las columnas godas y privándolas del acceso a los víveres. Mientras tanto, fuerzas romanas cruzaban el gigantesco puente de piedra que Constantino había mandado construir sobre el Danubio Inferior en Oestus en el 328, y penetraban en territorio godo talando y saqueando los campos. El dominio absoluto del gran río, patrullado por las liburnas y limbus romanas de la classis fluvial acantonada en Sirmio, Oestus, Istria y Novae dificultaba aún más los movimientos de las fuerzas bárbaras y aseguraban por completo la rapidez y solidez de las comunicaciones romanas. En el invierno, con un frío glacial, la situación de la confederación de los tervingios se hizo desesperada. Estaban hambrientos y muchas de sus aldeas habían sido arrasadas. La caballería romana y los jinetes sármatas aliados de Constantino mantenían la presión y las legiones y la flota impedían cualquier intento de escapar del gigantesco cerco que la estrategia romana había ido apretando sobre las bandas guerreras tervingias. Según el anónimo autor de la Origo Constantini Imperatoris, que escribía en la segunda mitad del siglo IV, 100 000 godos perecieron en el invierno del 331-332 por mor del hambre y del frío.

      Ahora bien, nótese que ya habíamos advertido que no todos los godos al norte del Danubio se habían agrupado en las confederaciones de tervingios y greutungos. Por eso, aun cuando los tervingios se habían avenido a firmar la paz en el 332 y la mantuvieron hasta el año 348, no por ello cesaron del todo los problemas con los godos. En efecto, Constantino enfrentó después de esta guerra a otros godos y eso indica que no estaban, nunca lo estarían, agrupados