Incapaces de tomar ninguna otra ciudad griega, los godos siguieron sembrando el terror en los campos de la Hélade. En su auxilio acudió la caballería romana capitaneada por Aureliano. Muy despacio fue limpiando de enemigos las tierras de Grecia y Tesalia y obligó a los godos a reunirse de nuevo y tratar de escapar hacia Tracia.
Para ese entonces, los bárbaros estaban agotados y al borde de la inanición. Al respecto Zósimo nos dice: «A medida que marchaban, extenuados por el hambre, pues carecían de víveres, iban pereciendo tanto ellos como sus animales». Trataron de pasar el monte Hemo y alcanzar el Danubio, pero una vez más Claudio II los interceptó. La batalla librada entonces contempló la desesperación de los godos y la desesperación les dio fuerzas para resistir. Por el contrario, la falta de coordinación entre la caballería y la infantería casi propició la derrota de los romanos que no se consumó gracias a la oportuna carga que Aureliano lanzó con sus jinetes.
Sin embargo, la batalla se podía dar por terminada en tablas. Los godos habían resistido en el campo de batalla, pero se morían de hambre. Aureliano fue encargado de seguir acosándolos, cosa que el dux equitum hizo con maestría atacando una y otra vez a las partidas de forrajeadores godos y acosando a sus bandas y campamentos hasta lograr copar a un gran número y obligarlos a rendirse a finales del verano del 270. Docenas de miles de mujeres, niños y hombres bárbaros fueron vendidos como esclavos o asentados como colonos en Mesia en donde pasaron a ser llamados mesogodos: «El que antes era godo se convirtió en colono del limes bárbaro. No hubo región alguna que no dispusiera de esclavos godos». Además, las fuentes destacan la enormidad del botín hecho y en concreto el increíble número de caballos, bueyes, ovejas y cabras. En fin, el Imperio no solo obtuvo esclavos, colonos y botín, sino también soldados, pues miles de guerreros godos fueron alistados en el ejército romano.
En cuanto a los godos y hérulos que se habían echado al mar y puesto proa a las Cícladas, atacaron estas islas y asaltaron, asimismo, Creta y Rodas. Pero sus correrías no tuvieron mucho éxito, pues las ciudades estaban ya prevenidas y habían restaurado sus murallas y ello a la par que la flota romana, dirigida por el prefecto Probo, los acosaba de continuo. Al cabo, regresaron a tierra y trataron de unirse de nuevo a sus tribus y así, al igual que estas, se vieron obligados a rendirse a Aureliano.
Estas nuevas victorias sobre los invasores no pudieron ya ser paladeadas por Claudio II el Gótico, ya que en julio contrajo la peste y la enfermedad lo mató en agosto de ese mismo año en Sirmio.49
Tras la «inevitable» lucha por el trono, Aureliano, el victorioso dux equitum, se hizo con el Imperio y encaró la terminación de la larga y dura guerra gótica. Nuevas bandas y grupos cruzaban el Danubio para sumarse a los supervivientes de los desastres de los años 267 a 270. Algunos atacaron sin éxito Panonia Inferior, en donde fueron rechazados sin mucho esfuerzo, pues los romanos habían tomado la medida a los bárbaros y Aureliano ordenó a las ciudades y fortalezas que recogieran tras sus murallas todas las vituallas y abastecimientos. Privados de alimento y con los pobladores resguardados tras unas defensas que eran incapaces de asaltar, los bárbaros se vieron pronto sometidos al azote del hambre y, acosados por la caballería romana, repasaron al cabo el Danubio y solicitaron la paz. Pero el grueso de los godos se había concentrado en Tracia y Mesia Inferior en donde asaltaron Anquíalo y Nicópolis. Aureliano, a quien los soldados romanos llamaban «Aureliano, espada en mano», los derrotó y los persiguió hasta más allá del limes, cruzando el Danubio y llevando la guerra al Barbaricum. En el verano del año 271, el emperador aplastó a una alianza bárbara encabezada por el rey godo Canabaudes y puso con ello fin a la larga guerra gótica, obligó a los bárbaros a solicitar la paz y se alzó con el título de gothicus maximus, un título que tenía en mayor estima que el de carpicus maximus, que también le confirió el Senado y que muestra que, para esta fecha, 271, eran ya los godos el pueblo más temido por Roma en su frontera danubiana. Es posible que el jefe godo derrotado por Aureliano, Canabaudes, fuera también el cabecilla principal de la gran invasión del 268.50
Sin embargo, las victorias de Aureliano sobre los godos no impidieron que el emperador reconociera en el 271 de iure y de facto que Dacia, la Dacia conquistada por Trajano, estaba definitivamente perdida.51 Y es que Aureliano, enfrentado a una invasión alamana en Retia y al desafío de Zenobia, la viuda de Odenato que acababa de conquistar Egipto y someter casi toda Asia Menor, no contaba con tiempo, ni con fuerzas para reconquistar Dacia. Se limitó, pues, a guarnecer bien el limes danubiano y a conformarse con mantener al otro lado a los godos, trasladando al sur del río a docenas de miles de civiles romanodacios y fundando para ellos una nueva Dacia entre las dos Mesias: Dacia Aureliana.
El emperador fue el primero desde los días de Gordiano III (238-244) que logró mantener el orden en los Balcanes y restablecer la seguridad en las costas del mar Negro. Su capacidad se demostró de forma fulgurante en el aplastamiento del Imperio de Palmira que sometió por completo, restaurando así el Oriente romano y en la sumisión, asimismo, completa del Imperio galo que fue reintegrado al Imperio. Al llegar el año 275, la gravísima crisis que se abrió con la muerte de Decio ante los godos, 251, y la captura de Valeriano por los persas, 260, se había superado y Roma volvía a ser fuerte y a estar unida bajo un solo emperador.
Cuando Aureliano celebró sus triunfos en Roma no solo arrastró tras de sí a la bella Zenobia y al entregado emperador galo Tétrico, sino también a muchos jefes godos y, para delirio de los espectadores romanos, a diez mujeres godas que, capturadas durante los combates con las armas en la mano y vestidas como guerreros, marchaban tras su vencedor encabezadas por un cartel que anunciaba que eran amazonas.52
Tácito y Floriano, los inmediatos sucesores de Aureliano, demostraron el poderío romano reconstituido al obtener grandes victorias sobre los godos que, desde las regiones septentrionales del mar Negro y poniendo como excusa que habían sido convocados por el difunto Aureliano para participar como aliados en su inminente guerra contra Persia, asaltaron las costas de Asia Menor y se internaron por el Ponto hasta Capadocia y Galatia e incluso llegaron hasta Cilicia. Otros grupos, en colaboración con los sármatas alanos, lanzaron también expediciones a través del Cáucaso. Ninguna fue afortunada y entre los años 275 y 276 todas fueron aplastadas.53
Probo (276-282), Caro (282-283) y Carino (283-284) batallaron con éxito en Panonia, pero no contra los godos, sino contra sármatas y cuados.
Diocleciano, Maximiano y Galerio apenas si tuvieron que hacer frente a los godos, solo se registra una campaña en los años 294 y 295, pero sí tuvieron que combatir de forma reiterada a sármatas, carpos y bastarnos, señal inequívoca de que los godos, tras tantas derrotas, aflojaban la presión sobre el limes romano y de que, tras la cesión de Dacia, tenían un nuevo vector de expansión.
En efecto, cuando Diocleciano enfrentó a los sármatas roxolanos y yaciges en el año 285, estos se estaban viendo empujados por los godos y solicitaban, o bien ayuda contra sus enemigos para recuperar sus tierras, o bien derechos de pasto en las provincias romanas fronterizas que paliaran la pérdida de pastizales a manos de los godos. Diocleciano se negó a ambas reclamaciones y combatió, con éxito variable, a los sármatas en los años 285, 288-289 y 294-295, y contra los carpos en 295-297 sometiendo a gran número de ellos y deportándolos a Panonia Superior para asentarlos