Eliminado Aureolo, Claudio II tuvo que enfrentar en la primavera del 269 una invasión de los alamanes a los que destrozó en la batalla del lago Benaco (lago Garda, Italia). No tuvo descanso, pues ya llegaban noticias alarmantes de los Balcanes donde la guerra ardía de nuevo.
En el 268, en la primavera, godos, hérulos, peucinos, gépidos y bastarnos, cruzaron el Danubio en enorme número. Zósimo, recogiendo al contemporáneo Dexipo da la cifra de 320 000 bárbaros, una cantidad que también constata el autor de la biografía de Claudio II en la Historia Augusta citando una carta enviada por el augusto a su gobernador en Iliria. Puede que se trate de una exageración, pero sin duda era una masa gigantesca de gente. La horda se había reunido en la desembocadura del Tyras (Dniéster) donde se hicieron con miles de embarcaciones. La mayor parte de dichas naves no pasaban de ser barcas de pesca o monóxilos, una suerte de canoas excavadas en un solo tronco de árbol, pero bastaban para conducir a la horda hacia el sur junto con millares de carros que marchaban con lentitud por la costa. Aquello era la pesadilla de los romanos y así lo narraba Trebelio Polión, el autor de la biografía de Claudio II: «Eran 320 000 guerreros. Añade a esa cifra el número de los esclavos, añade también a sus familias y caravanas de carromatos y piensa en los ríos desecados, en los bosques destruidos y en el cansancio de la misma tierra que soportó a una masa tan ingente de bárbaros».47
Figura 10: Frontal del llamado sarcófago Ludovisi, monumento funerario de mediados del siglo III destinado a contener los restos de un alto dignatario romano, acaso un miembro de la familia imperial. Aunque la ausencia de epigrafía o referencias en las fuentes clásicas nos impide identificar con seguridad a la persona que sería enterrada en él, podemos afirmar, con bastante convicción, que corresponde a la figura representada a caballo en el centro del relieve. Se ha sugerido que pudiera corresponder al emperador Galieno o a Hostiliano, el hijo del emperador Decio. La escena representa una batalla, en apariencia caótica, pero que esconde un triunfo romano sobre pueblos bárbaros, y está diseñada para reflejar el ideal de relaciones entre romanos y bárbaros desde el punto de vista romano: mientras los primeros ofrecen una imagen de serenidad, disciplina y seguridad en sí mismos, los bárbaros aparecen asustados, vacilantes, a menudo gravemente heridos o muertos. Tanto unos como otros van armados y ataviados con una mezcla de objetos reales y fantasiosos o convencionales.
El primer objetivo de la «pesadilla» fue Tomis, una antigua colonia griega. Pero la guarnición romana y los ciudadanos lograron rechazar a los bárbaros que, deseosos de encontrar presas más fáciles, se dirigieron a Mesia Inferior para probar suerte con Marcianópolis. No obstante, tampoco allí lograron nada y, favorecidos por los vientos, se acercaron a Bizancio. Aunque como la destreza marinera de los bárbaros no era mucha, al ser sorprendidos por la fuerte corriente de los estrechos del Bósforo, cientos de sus barcas y naves se estrellaron contra los islotes y arrecifes o encallaron en la costa. Muchas embarcaciones se perdieron y miles de bárbaros se ahogaron, pero el grueso logró cruzar a la Propóntide y pusieron proa a Cícico que, una vez más, logró rechazar a los godos. Desde allí, la flota bárbara se aproximó al Helesponto y tras cruzarlo, costeó Tracia y tras rodear el monte Atos, hicieron un alto para reparar sus naves y reunir sus fuerzas, hecho lo cual trataron de expugnar Casandrea y Tesalónica. En estos asedios pusieron gran empeño y a tal punto que es la primera vez que tenemos noticia de que los godos emplearan máquinas de guerra. Pero ni aun así y pese a que los asedios se prolongaron largamente, lograron romper las defensas de Casandrea o Tesalónica.
El invierno llegó y pasó y hambrientos y descorazonados ante tantos fracasos los godos y sus aliados se dividieron: una parte, sobre todo hérulos y godos, se reembarcó para poner proa a las islas del Egeo y el grueso emprendió el camino hacia el interior de Macedonia con la intención de devastar el país y hacerse con abastecimientos. Pero Claudio había destacado ya a Aureliano, su dux equitum, su jefe de caballería, quien, a la cabeza de la élite de la misma, la caballería dálmata, sorprendió en los campos del valle de Pelagonia (hoy región fronteriza entre Grecia y Macedonia del Norte) a las bandas de forrajeadores y saqueadores godos ocasionándoles 3000 muertos y obligándolos a reagruparse y marchar a toda prisa hacia el norte. Era lo que Aureliano y Claudio II habían planeado, pues el emperador aguardaba no lejos de Naissus (Niš, Serbia) para interceptar a los bárbaros.
El ejército de Claudio II era imponente. Estaba formado no solo por vexillationes de caballería dálmata y de la reserva central, sino también por los 1500 equites singularis augusti y, por ende, su caballería era numerosa y de primera calidad. También lo eran sus infantes, entre los que se contaban los pretorianos y las legiones II Parthica, I Italica y IV Flavia, así como nutridas vexillationes de las legiones X Gemina, XX Valeria, VI Augusta, III Augusta y II Audiutrix. Tirando por lo bajo, 6000 jinetes y 45 000 infantes.
Iniciada la batalla, las huestes romana y bárbara oscilaron con la furia del combate que fue brutal en extremo y que parecía ir inclinándose del lado de los godos y sus aliados. De súbito, la caballería romana pareció retirarse y la infantería se replegó. Los godos y sus aliados se veían ya vencedores y avanzaron en tropel, pero los jinetes romanos comandados por el dux equitum Aureliano solo habían fingido su retirada y tornaron al campo de batalla por caminos que flanqueaban y rodeaban a los bárbaros. En ese momento la infantería romana capitaneada por el emperador detuvo su repliegue y cargó sobre los godos completando el cerco. La victoria romana fue grande y más grande aún la matanza: 50 000 godos quedaron sobre el campo.
El propio Claudio II recoge en una carta la magnitud apocalíptica de la debacle goda en aquella sangrienta campaña:
Claudio a Broco. Hemos aniquilado a trescientos veinte mil godos, hemos hundido dos mil naves. Los ríos están tapados por sus escudos, todas las playas están cubiertas de sus espadas y sus lanzas. Los campos se ocultan debajo de sus huesos; ningún camino está vacío, el inmenso tren de carromatos bárbaros ha sido abandonado. Hemos capturado a tan gran número de mujeres que cada uno de nuestros victoriosos soldados puede solazarse con dos o tres de ellas.48
La victoria le mereció a Claudio II el sobrenombre de Gothicus (el Gótico). Sería el primer emperador romano en ostentar dicho título y con ello y tras más de treinta años de combates feroces, los godos ascendían a la «primera división» de los enemigos de Roma.
Y, sin embargo, pese al gran triunfo de Naissus, los godos invasores aún no habían sido exterminados del todo. Muchos habían logrado zafarse de Claudio II y sus huestes. Dispersándose, huyeron hacia el sur y se dedicaron a saquear Macedonia, Tesalia y Grecia Central. Tras volver a ser rechazados en Tesalónica, un gran número de bandas de godos y hérulos se reunió frente a Atenas y, esta vez, en su cuarto intento por tomar la ciudad desde el año 254, lograron quebrantar la defensa y entrar en la ciudad. La Estoa de Átalo II fue incendiada y también la Academia, el Areópago,