Sin embargo, Cniva logró zafarse de sus victoriosos perseguidores y encaminó a sus hordas hacia el monte Hemo, los Balcanes propiamente dichos, pasando a la llanura tracia y alcanzando la gran ciudad de Filipópolis (Plovdiv, sur de Bulgaria) a la que los bárbaros pusieron sitio.
Decio no podía permitir que una ciudad tan próspera cayera en manos bárbaras, así que llevó a sus tropas hacia el sur en persecución de los godos, pero dejó tras de sí a Treboniano Galo con sus dos legiones para que cortaran cualquier posible intento de retirada de los bárbaros hacia el Danubio. Mientras tanto, la guarnición de Filipópolis, aterrorizada ante la horda bárbara que Cniva había reunido bajo sus murallas, se había plegado a un usurpador, Prisco, que trató de negociar con los godos. Este, entonces, pactó el apoyo de los godos a su levantamiento contra Decio a cambio de la entrega pacífica de la ciudad, que pagaría un crecido tributo a modo de rescate por las vidas y haciendas de sus ciudadanos. Pero, conforme se abrieron las puertas de Filipópolis, Cniva y sus godos se arrojaron sobre la población y la guarnición pasando a degüello a la mayor parte de los hombres comunes y tomando como esclavos y rehenes a nobles, niños y mujeres. Amiano Marcelino cita que 100 000 habitantes fueron asesinados o esclavizados por los bárbaros.
Ajeno al desastre y ya muy cerca de la debelada Filipópolis, Decio acampaba con su ejército en Beroea (Stara Zagora) y allí fue atacado por Cniva, el cual, informado de la proximidad del ejército imperial, trató de sorprenderlo. Jordanes insiste en que los godos lograron vencer a Decio, pero teniendo en cuenta lo que pasó a continuación es poco probable que así fuera y es mucho más lógico pensar que los godos fueron rechazados, pues se vieron obligados a abandonar la fértil Tracia y a cruzar a toda prisa el monte Hemo perseguidos de cerca por Decio y sus tropas. Sin embargo, al otro lado de la cordillera, a Cniva lo esperaba Treboniano Galo con sus dos legiones y la horda bárbara fue copada, no lejos del Danubio, entre los dos ejércitos romanos.
Tras una serie de combates preliminares y de tanteo librados en un lugar llamado Ad Puteam, los godos fueron obligados a ceder más terreno y retroceder hasta una zona pantanosa cercana a Abrittus (actual Hisarlak, cerca de Razgrad, en la Dobrudja búlgara) en la que Cniva y sus godos quedaron entonces en una situación desesperada: encerrados entre dos ejércitos romanos que habían rodeado sus posiciones y apelotonados en una comarca pantanosa y estéril en la que no tardarían en sucumbir debido al hambre y la enfermedad. A los romanos, que ocupaban lugares más salubres y con su sofisticada logística asegurándoles los abastecimientos, les bastaba con sostener sus posiciones y esperar a que los godos perecieran. Pero no esperaron.
El emperador quería sangre y la quería ya. Su hijo y sucesor, Herenio Etrusco, había sido herido durante los últimos combates y murió al poco a causa de sus heridas. Decio no quería esperar a que los godos se consumieran de hambre, sino que ansiaba vengarse en batalla. El 6 de agosto, el augusto movió sus tropas hacia las posiciones bárbaras. Por su parte, Cniva, el jefe godo, dividió a sus huestes en tres cuerpos y los situó de forma escalonada para enfrentar el avance romano, pues temía que Treboniano Galo y sus dos legiones, que ocupaban las alturas que cerraban la retaguardia goda, cayeran sobre la hueste bárbara cuando enfrentara al emperador.
Zósimo afirma que antes de que la batalla comenzara, Treboniano Galo envió mensajeros a Cniva asegurándole que sus legiones no entrarían en combate. Pero esta versión de los hechos es poco creíble y, como veremos más adelante, la traición de Treboniano Galo solo se consumó cuando este tuvo la seguridad de que el desastre apresaba ya a Decio y a sus tropas.
Figura 8: Antoniniano de plata de Herenio Etrusco, acuñado en la ceca de Roma en el 251 a. C. En el anverso, busto de Herenio, con clámide y corona radiada, como corresponde a su posición como sucesor de su padre el emperador Decio. En el reverso, dos diestras entrelazadas con la leyenda CONCORDIA AVGG (Concordia Augustorum).
Establecida la batalla, la primera sección de las tres en las que Cniva había dividido a su ejército chocó con Decio y con sus pretorianos, equites singularis augusti y legionarios, y fue deshecha por completo. Decio continuó avanzando, conduciendo a sus tropas sobre los cadáveres godos y llevándolas contra la segunda división goda que también fue aplastada por las tropas romanas. Tan solo quedaba una hueste bárbara, la tercera, comandada directamente por Cniva y esta no esperó a que los romanos le pasaran por encima. Dándose la vuelta y acompañados por los fugitivos de las dos divisiones godas ya derrotadas por Decio y sus soldados, huyó a lo más profundo de los pantanos. En ese momento, exultante por el triunfo y la venganza, Decio recibió mensajeros de Treboniano Galo, quien lo exhortaba a continuar avanzando para empujar a los bárbaros pantano adentro y más allá, hasta sus posiciones en donde sus dos legiones, la I Italica y la XI Claudia, aguardaban para consumar la derrota y el exterminio de los godos.
Decio aceptó el consejo de Treboniano Galo y condujo a su victoriosa hueste al interior del pantano en persecución de Cniva y sus hordas. Al principio todo fue bien. Los godos eran perseguidos y, donde eran alcanzados, muertos. Pero pronto, con su pesada armadura y equipo, los soldados de Decio se vieron apresados por el fango y el barro. Percatándose de ello, Cniva y su gefolge, su comitiva armada, se detuvieron y giraron para contraatacar. Era una trampa. De súbito, mientras los legionarios y pretorianos se hallaban hundidos en el barro hasta las rodillas y trataban de rechazar el salvaje ataque de Cniva y de sus guerreros más recios, contemplaron alarmados cómo desde las espesuras del pantano brotaban bandas de guerreros que los atacaban por los flancos y la retaguardia lanzándoles venablos y flechas.
Se desencadenó, entonces, un feroz y desesperado combate. Los bárbaros, pertrechados con armas más ligeras y acostumbrados a combatir en los pantanos, se movían con agilidad y atacaban una y otra vez, mientras que los romanos iban cayendo uno tras otro. El desastre se estaba consumando.
Decio, consciente ya de que la victoria se estaba trocando en derrota, envió mensajes a Treboniano Galo para que acudiera en su auxilio, pero el gobernador de Mesia Inferior no se movió y sus dos legiones aguardaron en sus posiciones sin mover un dedo mientras los pantanos de Abrittus se teñían de rojo con la sangre de miles de legionarios y pretorianos. Fue una matanza terrible que no se detuvo ni con la caída de la noche.
Decio murió combatiendo con valentía, rodeado por sus equites singularis augusti. El emperador se batía a caballo, el animal corcoveaba con denuedo mientras trataba de zafarse del barro y de los salvajes atacantes, pero la noble bestia se hallaba hundida hasta los corvejones y no podía sacar de aquel infierno a su imperial jinete. Al cabo, una flecha hirió al animal y la pobre bestia se encabritó. Decio, incapaz de dominar a su caballo herido, cayó de su lomo y fue pisoteado por los combatientes que se arremolinaban en torno suyo. Su cadáver se hundió en el fango y nunca fue encontrado. Caído el augusto, las líneas romanas terminaron por quebrarse del todo y la práctica totalidad de los soldados fueron exterminados.
Cuando el sol se alzó en la mañana del 7 de agosto del 251, iluminó el escenario de una matanza: miles de cadáveres flotaban en la superficie o yacían sobre el fango, mientras las aves carroñeras y los lobos se alimentaban de su carne. Un ejército romano al completo, uno que había reunido en sus filas a las mejores tropas del Imperio, yacía desangrado y muerto sobre el barro.
Esa misma noche, el traidor Treboniano Galo fue aclamado emperador por sus dos legiones y al día siguiente pactó con Cniva un ventajoso acuerdo para los godos: se les dejaba paso libre hacia el Danubio y podrían regresar a sus tierras cargados con todo el botín y los cautivos tomados en Filipópolis. Además, Treboniano Galo pagó a Cniva un sustancioso subsidio.39
Es probable que en Abrittus sucumbieran más de 20 000 soldados romanos y la muerte del emperador en batalla y ante los bárbaros fue un auténtico «choque emocional» para los