Los visigodos. Hijos de un dios furioso. José Soto Chica. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José Soto Chica
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788412207996
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pero estos no eran bárbaros y en el ordenado mundo romano, los bárbaros existían para ser derrotados y era inconcebible que un emperador, la gloria y el poder de Roma encarnados, cayera ante un «irracional» y salvaje caudillo bárbaro. Hasta ese momento y desde los días de Augusto (31 a. C. a 14 d. C.) los bárbaros podían poner en aprietos al Imperio y hasta lograr victorias puntuales, pero nunca habían aplastado a todo un ejército encabezado por el mismísimo emperador. Ahora, en Abrittus, los godos lo habían hecho y parecían muy dispuestos a seguir haciéndolo.

      Treboniano Galo marchó, entonces, veloz a Italia para hacer efectiva su toma del poder imperial. Creía tener asegurada la frontera danubiana con el pacto recién firmado con Cniva. Pero los godos no eran un pueblo unificado y su jefe no era dueño sino de los guerreros de su comitiva y de aquellos que, de forma voluntaria, se le unieran para una expedición puntual. Puede que Cniva firmara un pacto con los romanos, pero ese pacto no ataba a los demás jefes godos ni a sus belicosos guerreros que, tras el triunfo de Cniva, querían emular a sus vecinos. Así que, en la primavera siguiente, año 252, bandas de godos cruzaron de nuevo el Danubio y asaltaron otra vez Mesia y ello a la par que otros grupos de godos y grandes multitudes de carpos saqueaban la Dacia romana.

      La situación se estaba complicando mucho para Roma. En el verano del 252, Sapor I, el victorioso shahansha persa, infligió una nueva y devastadora derrota a los romanos y, a continuación, asoló la mayor parte de la Mesopotamia y la Siria romanas, llegando incluso a apoderarse de Antioquía, la tercera ciudad del Imperio, que saqueó a conciencia antes de retirarse a su reino con ingentes cantidades de botín y con docenas de miles de cautivos. Al mismo tiempo y en la frontera del Rin y del Danubio Superior, las nuevas confederaciones germanas, alamanes y francos, así como los sármatas yaciges, ponían a prueba una y otra vez la resistencia del limes romano y en cada uno de sus ataques penetraban más y más en las provincias limítrofes, mientras que, por su parte, en el mar germánico, en Britania y la costa septentrional de las Galias, los piratas sajones, frisios y francos atacaban sin descanso. No es, pues, de extrañar que los godos no se contentaran esta vez con saquear Mesia Inferior y Tracia o con hacerse prácticamente dueños de la totalidad de Dacia. En el 253 reanudaron y aumentaron sus ataques y esta vez lo hicieron no solo acompañados de contingentes de guerreros carpos, sino también de bandas de salvajes urugundos llegados desde las costas orientales de la laguna Meótide (mar de Azov) y de grupos de boranos, una misteriosa tribu germana en la que es probable que se incluyeran restos de antiguos pueblos de la región, como los borístenos, y grupos de dacios, sármatas y protoeslavos.

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      Mientras tanto, los godos, carpos, boranos y urugundos que habían cruzado el Danubio en el 252, saqueaban y mataban sin apenas hallar oposición. En el 253 habían pasado de la Mesia Inferior a Tracia y desde allí y dirigidos por tres jefes, Respa, Veduco y Duruaro, alcanzaron el estrecho del Bósforo tracio, junto a la actual Estambul y, apoderándose de embarcaciones, pasaron a Asia Menor. Bitinia, la Tróade, Jonia, Paflagonia y hasta Capadocia fueron pilladas y ciudades tan célebres como Éfeso, Calcedonia, Troya y Pesinunte (actual Ballihisar) fueron tomadas al asalto y su población dispersada, degollada o esclavizada. A las penalidades de la guerra se sumaron las de la peste, favorecida por la gran mortandad, la anarquía y el terror que imperaban por doquier.

      La afortunada incursión de los godos y sus aliados en Asia Menor terminó en catástrofe cuando, ya de regreso en los Balcanes, fueron interceptados y derrotados por el gobernador de Panonia Inferior y Mesia Superior, Emiliano. El victorioso general persiguió a los supervivientes hasta sus asentamientos al otro lado del Danubio, pero interrumpió su campaña para proclamarse emperador y acudir a Italia a disputarle el trono a Treboniano Galo. Logró su objetivo, pero poco más tarde fue a su vez destruido por Valeriano, gobernador de Germania que se proclamó augusto junto con su hijo Galieno.

      En el 255, otros grupos godos, en coalición con los boranos y con toda probabilidad supeditados a ellos, se echaron al mar en las costas septentrionales del mar Negro con el auxilio de naves y marineros grecoescitas y trataron de tomar al asalto la fortaleza de Pisius (actual Pitsunda, en la costa de Georgia). La ciudad, aunque perteneciente al reino del Bósforo Cimerio, contaba con una guarnición romana, a la sazón bajo el mando de un tribuno, Sucesiano. Este sacó el máximo partido de las formidables murallas de Pisius e infligió a godos y boranos una terrible derrota. Grande tuvo que ser en verdad la victoria de Sucesiano, pues ese mismo año 255 fue llamado por el augusto Valeriano, que se hallaba en Antioquía organizando la contraofensiva romana contra Persia, y promovido al cargo de prefecto del pretorio.

      La derrota de Pisius no desalentó a las bandas de piratas godos y boranos que en el año 256 regresaron y, tras saquear los santuarios del río Fasis (el actual Rioni, en Georgia), el mismo del que según la leyenda se llevaron el vellocino de oro Jasón y los argonautas, atacaron de nuevo las murallas de Pisius. Esta vez, sin tener a su mando al hábil Sucesiano, las gentes y la guarnición de la fortaleza sucumbieron y Pisius fue saqueada a sangre y fuego.

      Tras este éxito, embarcados de nuevo, los boranos y godos pusieron rumbo al sur y alcanzaron Trebisonda (Trabzon, en Turquía) y su rica región. Las gentes del Ponto huían a su paso y buscaban refugio en la formidable Trebisonda que, con su doble muralla, se consideraba inexpugnable.

      Pero no son las murallas, sino los hombres, los que defienden una ciudad y la guarnición romana de Trebisonda estaba tan segura de sus defensas que descuidó su vigilancia. Aprovechando esto, los godos arrimaron dos grandes troncos de árbol a las murallas y los usaron a modo de primitivas escalas por las que fueron trepando a los muros. Al percatarse de que los guerreros bárbaros inundaban ya la ciudad, muchos soldados, en vez de tratar de repeler el ataque, huyeron aterrorizados dejando que el resto de sus compañeros pereciera y con ellos multitud de ciudadanos y refugiados. Los templos fueron incendiados y miles de cautivos encadenados y llevados a los barcos godos que se atestaron de botín y esclavos.

      Al comprobar con cuanta riqueza volvían los expedicionarios a sus norteñas tierras, otras bandas guerreras de godos y boranos decidieron hacer ellos también fortuna. En el año 257, tras proveerse de barcos con ayuda de los cautivos, a los que obligaron a construirlos, y de comerciantes romanos sin escrúpulos, se