Sin que nadie les importunara, llevando tras ellos largas cordadas de miles de cautivos, los godos cruzaron de nuevo el Bósforo sin que la nutrida guarnición romana de Bizancio, ni las naves de la classis del Ponto se atrevieran a impedirles el paso. Luego, atravesando las anteriormente devastadas Tracia y Mesia, cruzaron el Danubio y regresaron a sus tierras.42
Mientras tanto, por esos mismos años 256 y 257 y durante los años 258 y 259, en Dacia, Tracia y el Ilírico, desde Grecia a la frontera de Italia, continuaron, asimismo, las incursiones de godos, boranos, carpos y urugundos. Desde el norte se les sumaron sármatas, marcomanos, asdingos, silingos y cuados y Galieno, el hijo del augusto Valeriano y su coemperador, se las vio y deseó para salvaguardar Rávena. Pese a todo, bandas de godos, alamanes, marcomanos y cuados penetraron en Italia y pusieron en peligro hasta a la mismísima Roma cuyo senado tuvo que reclutar a toda prisa a todos los hombres útiles de la ciudad y presentarlos en formación de batalla ante las hordas invasoras para desalentar a estas últimas y alejarlas de la urbe.
En las Galias, francos y alamanes lograron romper las defensas romanas y en el año 259 alcanzaron incluso Hispania en donde Tarraco fue arrasada por los francos y donde estos últimos y los alamanes destruyeron y mataron durante doce años, viviendo sobre el terreno y llegando incluso a apoderarse de naves para pasar a África y continuar allí sus devastaciones y correrías.43 Roma nunca había estado tan asediada, ni tan cerca de perecer y, sin embargo, aún quedaba lo peor.
Y es que, en el año 260, en Edesa (Urfa, en el sudeste de la actual Turquía), Valeriano, el augusto principal, fue derrotado por el shahansha Sapor I quien, cuando Valeriano trataba de negociar la paz, lo apresó junto con miles de sus legionarios. Sabemos que este último, como antes ocurriera con Gordiano III y Filipo el Árabe, contaba entre sus filas con miles de aliados o mercenarios godos y ello señala que Roma no solo estaba combatiendo sin descanso a los godos, sino que también pactaba con ellos y trataba de utilizar su fuerza bélica.
De nada le sirvieron esos guerreros godos a Valeriano. Fue llevado a Ctesifonte y durante años sirvió de escabel al rey de reyes Sapor I, quien tenía a bien servirse de la espalda del cautivo emperador romano para apoyar en ella el pie y subir así con más comodidad a su caballo. Con el tiempo, el rey de reyes de Persia se cansó de humillar al augusto Valeriano y ordenó que lo desollaran y curtieran su piel que fue pintada de rojo y se rellenó de paja para colgarla del techo del Gran Templo del Fuego de los guerreros, el actual Tep Suleyman, en el noroeste de Irán, en donde quedó expuesta como tétrico trofeo.44
Fue el caos en medio de la destrucción. Galieno vio limitada su autoridad por mor de la sublevación de Póstumo en las Galias y por la independencia de facto de Odenato en Oriente. Con tan solo un tercio de los recursos del Imperio en sus manos dedicó todos sus esfuerzos a defender Italia y los Balcanes de los continuos asaltos de los godos, alamanes y demás tribus norteñas.
Fueron «años salvajes» para los godos. Entre los años 261 y 270 sembraron el miedo y la destrucción desde Creta y Rodas, a Dacia y desde las fronteras orientales de Italia al Ponto y la Cólquide. Las bandas guerreras y las hordas godas se mezclaron y aliaron durante estos años con grupos de hérulos y carpos.
Figura 9: Relieve rupestre de Naqsh-e Rustam, donde se representa al triunfante shahansha Sapor I, a caballo, recibiendo la sumisión de dos emperadores romanos, presumiblemente Filipo el Árabe −arrodillado− y Valeriano, de pie, pero con las muñecas atadas y sujeto por Sapor. Detrás de Sapor I aparece el sumo sacerdote del culto zoroástrico, Kerdir. El emplazamiento del relieve justo debajo de la tumba del monarca aqueménida Darío el Grande (549-486 a. C.) era un claro intento de enlazar la legitimidad sasánida con la antigua gloria de la Persia aqueménida.
En el 261, una hueste de godos pasó desde Mesia y Tracia a Macedonia y tras tentar por segunda vez las murallas de Tesalónica, saqueó Tesalia y trató de asaltar Atenas que, una vez más y como siete años antes, logró resistir. Entre el 262 y el 266, grupos de godos, carpos, bastarnos, peucinos y sármatas, recorrieron Mesia y Tracia, a la par que los piratas hérulos y godos navegaban por el mar Negro llevando a cabo devastadores ataques. En el 267 los hérulos, a la sazón instalados ya en las tierras situadas entre el Dniéper y el Don, y unidos a bandas de guerreros godos, lograron armar 500 naves y, costeando las tierras occidentales del Ponto Euxino (mar Negro), sorprendieron a Bizancio. Luego se internaron en la Propóntide (mar de Mármara) y atacaron Cícico. Fueron rechazados y poco después fueron derrotados por la flota romana que les causó ingentes pérdidas. No obstante, muchos de aquellos piratas hérulos y godos lograron cruzar el estrecho del Helesponto (Dardanelos) para caer sobre las islas griegas del Egeo saqueando Lemnos y Esciros, arribando a las costas de Grecia y asaltando Argos, Corinto y Esparta para terminar concentrándose contra Atenas.
Esta ciudad armó a toda prisa una milicia ciudadana para enfrentar a los bárbaros y a su cabeza se puso el historiador Dexipo. Eran 2000 atenienses que dieron muestras de un valor y determinación sobresalientes e hicieron recordar a los contemporáneos los días de Maratón y Salamina. Los atenienses no solo rechazaron a los bárbaros, sino que los persiguieron hacia el norte, acosándolos de continuo en los desfiladeros y sitios estrechos y causándoles 3000 bajas. Al cabo, los milicianos atenienses conducidos por Dexipo lograron reunirse en Macedonia con el cuerpo de reserva del ejército romano situado en Lychnidus (actual Ohrid, Macedonia del Norte) bajo el mando del praepositus Rufio Sinforiano y del dux Aurelio Augustiano.
Mientras, godos y hérulos habían alcanzado en su retirada las fértiles tierras de Tracia Meridional en donde trataron de sorprender a Filipópolis, que se estaba recuperando de la debacle del 251 y que logró sostenerse. Para ese entonces, el augusto Galieno acudía al rescate de sus provincias al frente de un potente contingente en el que se incluían tropas del ejército de maniobra creado por él en Sirmio (Sremska Mitrovica, Serbia) y tropas traídas desde Italia. El conjunto estaba formado por la II Parthica, la IV Flavia y vexillationes de las legiones XX Valeria, VI Augusta, I Minervia, I Italica y III Augusta, así como por los pretorianos y los equites singularis augusti, fuerzas que debían de sumar unos 35 000 hombres y que en Filipópolis convergieron con las milicias atenienses y con las tropas romanas acantonadas en el norte de Macedonia.
Sorprendidos ante la proximidad de tan gran ejército, los godos y los hérulos levantaron el asedio de Filipópolis y trataron de huir hacia el monte Hemo y el Danubio. Pero una tercera fuerza romana, comandada por Marciano, lugarteniente de Galieno y es probable que al mando de una unidad de caballería, los cortó el paso y los obligó a girar hacia el oeste. Días más tarde, en septiembre del año 267, en Macedonia, en las riberas del río Nessos o Nestos (en la actualidad frontera entre Grecia y Bulgaria), río que en la antigüedad fue famoso por sus bosques repletos de leones y uros,45 los bárbaros fueron alcanzados por los romanos y obligados a combatir.
Los godos y los hérulos trataron de fortificar sus posiciones colocando sus carros en círculo junto al río Nessos que guardaba su espalda, pero Galieno y sus tropas lograron desarticular las defensas bárbaras y asaltar con éxito su campamento dando muerte al rey de los hérulos, aniquilando a miles de guerreros, cautivando a buena parte de sus mujeres y