Rompamos el silencio. María Elena Mamarian. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: María Elena Mamarian
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789871355976
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a una mujer por su comportamiento “incorrecto”; la violencia física es una manera aceptable de resolver el conflicto en una relación;las relaciones sexuales son un derecho del hombre en el matrimonio;la mujer debe tolerar la violencia para mantener unida a su familia;hay veces en las que una mujer merece ser golpeada;la actividad sexual –incluida la violación- es un indicador de masculinidad;las niñas son responsables de controlar los deseos sexuales de un hombre.16

      A estos mitos que circulan entre la población en general, podemos agregar algunos mitos propios de los círculos religiosos, como por ejemplo:

      1 La violencia familiar ocurre solamente en ho-gares en los que las personas no conocen a Cristo. ¡Cuánto desearíamos que los hogares cristianos fueran una excepción! Sin embargo, debemos decir con tristeza que no es así. Este mito en nuestros ámbitos cristianos produce la invisibilidad del tema, es decir, induce a creer erróneamente que el problema no existe. Los servicios especializados en violencia familiar, los hospitales y otros medios donde se presta atención a la salud, física y psíquica, encuentran esta problemática en todo tipo de personas, incluyendo en personas religiosas de distintas confesiones. El abuso en la familia no reconoce fronteras económicas, sociales, étnicas, ni tampoco religiosas.Es cierto que los cristianos y las cristianas disponemos de recursos extraordinarios que muchas veces ignoramos o nos rehusamos a utilizar: cambios en la forma de pensar sobre el uso del poder a partir del mensaje explícito e implícito de Jesús al respecto, el valor de varones y mujeres por igual, la protección hacia los más débiles, por ejemplo, y que incidirían en nuestras prácticas cotidianas. Entonces, resulta doblemente triste que en nuestros ámbitos se practique el mal trato en la familia y también en nuestras comunidades de fe.La violencia doméstica es una triste realidad en Brasil y una encuesta reveló una información aún más alarmante: el 40% de las mujeres que dicen ser víctimas de abuso físico y verbal por parte de sus maridos son evangélicas.El descubrimiento es el resultado de una encuesta de la Universidad Presbiteriana Mackenzie sobre informes recogidos por organizaciones no gubernamentales (ONG) que trabajan para apoyar a las víctimas de violencia.“No esperábamos encontrar, en nuestro campo de investigación, casi el 40% de mujeres declarando ser evangélica”, dice un extracto del informe publicado.La sorpresa no es mayor que la preocupación que existe sobre el contexto de la agresión: muchas de las víctimas dicen que se sintieron coaccionadas por sus líderes religiosos a no denunciar a sus maridos.17Lastimosamente, esta realidad no corresponde sólo al país referido. Ya hemos mencionado qué pasa en nuestro contexto latinoamericano y también es una práctica habitual en comunidades cristianas de todo el mundo.

      2 Es de cristianos soportar toda clase de malos tratos. Este mito nace de una equivocada interpretación teológica que hace del sufrimiento una virtud. Además suele combinarse con la creencia de que la mujer debe ser sumisa a su marido bajo cualquier circunstancia y condición. En las mujeres religiosas, estas creencias favorecen el sometimiento al maltrato en el hogar; en los hombres, ayuda a minimizar su comportamiento violento; y en los pastores y líderes, induce a consejos que tienden a que el abuso se justifique y se perpetúe.Algunos aspectos de la teología tradicional tienden a condicionar a la mujer a una vida de sufrimiento, sacrificio y servidumbre. Ello ha dado lugar a que el sufrimiento se considere bendición de Dios para edificación personal y expiación de los pecados de los demás…El incremento de movimientos fundamentalistas acentúa de muchas maneras la violencia que soportan las mujeres. A muchas de ellas les resulta difícil admitir que sufren violencia doméstica en su hogar porque tales movimientos les hacen sentir que hacer público el maltrato físico equivale a negar la presencia de Dios en sus vidas… Se hace hincapié en que hay que perdonar al marido porque se lo ve violento únicamente bajo influencia de un espíritu de violencia. Entonces, tratan de ocultar el problema porque es un mal testimonio y temen al pastor o a las críticas de los demás.Su teología crea sentimientos de vergüenza e inhibición mientras sufren. Se trata de una espiritualidad sufrida, fundada en una teología de resignación… Entre los sentimientos de culpa, la tentación demoníaca y el sacrificio, la violencia doméstica encuentra una complicidad sufrida en las mujeres que temen la condena de la congregación o la sociedad”.18

      3 Si hay arrepentimiento del agresor, la víctima de maltrato debe perdonar y olvidar. Justamente debido al carácter cíclico de la violencia familiar, muchas veces ocurrirá que la persona violenta se arrepienta, quizás hasta sinceramente. Sin embargo, esto no equivale a la posibilidad de un cambio real de la conducta violenta. Las buenas intenciones no bastan: es necesario, además del reconocimiento y del arrepentimiento, el trabajo deliberado, prolongado y a fondo sobre cada uno de los miembros de la pareja, a cargo de alguien que sepa del tema.

      Justamente no se trata de un problema de perdón, sino de no olvidar y, más aún, de recordar lo repetitivo de las pautas de la conducta violenta. Sólo así será posible encarar un verdadero trabajo de restauración profundo y duradero.

      La concepción correcta de todos los aspectos que hacen a la violencia familiar se irá desarrollando con más amplitud a lo largo de los capítulos siguientes.

      Dado que es un fenómeno complejo, la violencia familiar no es algo que se explique fácilmente. Desde distintas líneas teóricas se pueden alegar diferentes causas o dar más peso a unas que a otras (biológicas, psiquiátricas, sociales, familiares, etc.). Cada vez existe mayor consenso en utilizar un «modelo ecológico», que nos ayuda a comprender un poco mejor las múltiples variables que intervienen en este fenómeno y también a integrarlas.

      Aunque en capítulos más adelante se retomará el modelo ecológico, especialmente en relación con el maltrato en la pareja, adelantamos ahora sintéticamente que se trata de una mirada integradora a los distintos contextos de los que participa un ser humano en su desarrollo. Comprende, entonces, una dimensión individual, donde se examinan los factores biológicos y la historia personal, una dimensión relacional, que incluye las relaciones cercanas de un individuo (familia, amigos), una dimensión comunitaria (la escuela, el lugar de trabajo, el barrio, la iglesia) y una dimensión social, que toma en cuenta factores sociales más generales (normas, actitudes, legislación, políticas, etc.). Cada uno de estos ámbitos puede propiciar o desalentar, potenciar o neutralizar, según el caso, la aparición y perpetuación de las conductas violentas en general y en la familia en particular.

      Al pensar en la violencia, tenemos que ponderar el «efecto cascada» de la misma. Esto significa que nunca la violencia se detiene en quien la recibe. De alguna forma, se descarga o se reproduce sobre otros. Se va armando así una larga cadena que empieza en los más fuertes y se perpetúa en los más débiles. Esto se puede verificar en cada uno de los niveles si los tomamos por separado, como también «bajando» de un nivel a otro en la cascada. Así, por ejemplo, si tomamos las relaciones en la familia, veremos que la violencia baja desde un adulto hacia un menor, y éste puede descargar la agresión recibida maltratando a las mascotas o a hermanos o compañeros más débiles. Si tomamos las relaciones laborales en su dimensión comunitaria, también es claro quiénes detentan mayor poder y cómo pueden abusar de él. A su vez, los que sufren algún tipo de abuso pueden reproducirlo, en algún momento, sobre otros. Incluso desde el nivel macrosocial se violenta a los individuos y a las familias a través de políticas socioeconómicas