Además de afectar a la mujer física y psicológicamente, también afecta su espiritualidad. Cuando la mujer vejada busca soluciones alternativas, asesoramiento o consuelo en dirigentes e instituciones espirituales, el trato inadecuado e ineficaz que se le reserva la hace sentir sola, traicionada y enojada. Entonces, en medio de su dolor se pregunta: “¿Dónde está Dios y para qué sirve la iglesia?”17
Me parece útil subrayar, en este apartado sobre los efectos de la violencia, qué se considera «grave» en violencia. Tendemos a pensar la gravedad de los hechos según las marcas visibles que producen. Si una mujer aparece con claros indicios de haber sido golpeada físicamente, entonces nos inclinamos a evaluar que el tema es grave y probablemente le prestemos más atención. Hasta podríamos considerar, desde los ámbitos religiosos, la posibilidad del divorcio o la separación. Lo mismo sucede al realizar denuncias. Pareciera que alguien tiene que «exhibir» marcas suficientemente claras para el observador, para que se le crea que es víctima de maltrato y se tenga compasión de ella, o se avale que se tomen medidas para terminar con la violencia. Sin embargo, está cabalmente demostrado que las consecuencias de orden emocional son gravísimas y a largo plazo en todo tipo de maltrato, y en especial en el de abuso sexual y psicológico, que no es fácilmente verificable a menos que el observador sea un experto en el tema o esté debidamente entrenado para «ver» más allá de lo evidente.
Centrarse exclusivamente en los actos también puede ocultar la atmósfera de terror que a veces impregna las relaciones violentas. En una encuesta nacional de la violencia contra la mujer realizada en el Canadá, por ejemplo, una tercera parte de las mujeres que habían sido agredidas físicamente por su pareja declararon que habían temido por su vida en algún momento de la relación. Aunque los estudios internacionales se han concentrado en la violencia física porque se conceptualiza y se mide más fácilmente, los estudios cualitativos indican que para algunas mujeres el maltrato y la degradación psicológicos resultan aún más intolerables que la violencia física.18
Nadie queda a salvo cuando hay maltrato en el hogar. También los hijos sufren cuando hay violencia en la pareja. Por un lado, la violencia en la pareja también suele ir acompañada de maltrato hacia los niños y hacia los ancianos, es decir, hacia los más vulnerables en la familia. A veces, una mujer maltratada por su esposo descarga su frustración y su impotencia sobre los hijos. Otras veces, el esposo puede castigar emocionalmente a la mujer golpeando a sus hijos o a alguno de ellos. Por otro lado, aunque no haya maltrato físico hacia los hijos por parte de los padres, el ser testigo de violencia es también una forma de abuso emocional que tiene consecuencias de efectos duraderos sobre ellos.
Es así que se producen efectos destructivos a largo plazo en relación al modelo de pareja que los niños y adolescentes van incorporando en su mente. Además de sufrir ellos mismos maltrato emocional al ser testigos de la violencia entre sus padres, o hacia la madre más frecuentemente, es muy probable que ellos «copien», involuntariamente, el modelo para sus futuras relaciones de pareja, ya sea que adopten luego el papel de víctima o de victimario. Así es como la violencia se perpetúa de generación en generación a través del aprendizaje cotidiano en el hogar de origen.
Los niños suelen ser utilizados como medio e instrumento para ejercer control y hacer daño a la madre y necesitan apoyo y ayuda específica para superar los miedos, inseguridades y traumas que les causa la situación. Para acabar con la violencia de género es necesario romper la cadena generacional que supone el que los niños repitan de mayores las conductas y modos que aprendieron de niños en un hogar en el que el padre trata con desprecio y violencia a su mujer.19
La nota descriptiva de la OMS citada en los párrafos precedentes expresa al respecto que “los niños que crecen en familias en las que hay violencia pueden sufrir diversos trastornos conductuales y emocionales. Estos trastornos pueden asociarse también a la comisión o el padecimiento de actos de violencia en fases posteriores de su vida”. El siguiente testimonio ilustra los efectos de la violencia doméstica en los niños:
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