La resolución de conflictos requiere de estrategias y recursos que permiten finalmente el crecimiento personal y familiar. Es frecuente que no se cuente con tales recursos, pero es esperanzador que puedan aprenderse y desarrollarse. Por eso las crisis, tanto en el plano individual como en el familiar y el social, en general, representan un peligro, pero también una oportunidad para crecer y madurar. El instrumento más valioso que tenemos para resolver los conflictos humanos es la palabra, la posibilidad de comunicarnos y expresar lo que necesitamos y entender también lo que desea y necesita el otro.
Las crisis de ninguna manera representan enfermedad o patología. Son parte de la experiencia universal humana. Son más bien la forma normal en que las personas y las familias reaccionan ante las amenazas internas o externas que no pueden controlar. Las crisis representan, como dijimos, tanto una oportunidad como un peligro. Como oportunidad, pueden ayudar a personas, familias y comunidades a crecer incluso en medio del sufrimiento. Representan un peligro cuando no se procesa el dolor, cuando las personas pierden la confianza en sí mismas, cuando se aíslan y quedan paralizadas frente a la vida.6
El problema, entonces, no es que haya conflictos en la familia, sino que los mismos se hagan crónicos o no se encuentren maneras apropiadas de solucionarlos. Muchas veces la violencia o el maltrato aparecen como una forma equivocada de resolver los conflictos personales o familiares. Bien lejos de resolver los problemas, la violencia en sí misma es un problema que necesita de soluciones específicas.
Si bien no idealizamos la familia, es decir, tomamos en cuenta que está formada por seres humanos imperfectos y sujeta a todo tipo de presiones que no siempre resuelve de la mejor manera, resulta alarmante que el espacio físico y afectivo que configura la familia —el lugar donde se experimentan los más grandes sentimientos positivos— también sea el espacio donde se generen los sufrimientos más intensos y los dolores más amargos, resultado de la violencia ejercida entre sus miembros.
Pero ¿a qué llamamos violencia? La Organización Mundial de la Salud ha definido la violencia, en un sentido amplio, como sigue:
El uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastorno del desarrollo o privaciones.7
La palabra «violencia», en el contexto de la familia, refiere a las pautas abusivas de relación entre los miembros de esa familia. Describe el uso de la fuerza (física o emocional) usada con el fin de someter al otro. Los términos «violencia», «maltrato» y «abuso» serán utilizados como sinónimos en esta obra.
Puede llamar la atención que utilicemos los conceptos de victimización y víctima, tal vez más identificados con otro tipo de situaciones, como podrían ser la violencia callejera o la agresión sufrida por parte de un desconocido. Aunque algunos sectores, por diversos motivos, no están de acuerdo en utilizar esta terminología, a nosotros nos parece útil, por un lado, para facilitar la toma de conciencia de la responsabilidad de los hechos de violencia en la familia, y por otro, para la correspondiente sanción del delito que representa el maltrato familiar. Sólo recientemente, por ejemplo, la violación dentro del matrimonio es considerada un delito, lo mismo que otras formas de maltrato en la familia. Recordemos que en la Argentina, por citar un caso, la ley de violencia familiar fue dictada recién en 1994 y puesta en marcha en 1995.
En una definición sencilla, víctima es la persona que ha sido dañada injustamente. Si hay una víctima, ha ocurrido una victimización.
La pertinencia de los estudios de victimización se reveló originalmente en conexión con delitos sobre los cuales no suele informarse, tales como las violaciones de niños o el maltrato de los cónyuges, cuyas víctimas constituyen una gran proporción de la «cifra oscura» de la delincuencia. Resultó obvio en esos estudios que hay razones que militan contra la comunicación de esos actos, y guardan relación con la expectativa de desaprobación social y los problemas de definición por la sociedad y por las propias víctimas. Esa escasa comunicación ha tenido por efecto minimizar la conciencia de ciertas formas de victimización como problema social.8
Dentro de lo que llamamos violencia familiar encontramos distintas formas, dependiendo de quiénes sean los protagonistas y según cuál sea su papel en la familia. Hablamos de maltrato conyugal cuando la interacción violenta se da entre los miembros de la pareja, sea que esté conformada por esposos unidos legalmente en matrimonio o que se trate de una unión de concubinato o de hecho. También incluimos la violencia en el noviazgo. En la actualidad se prefiere hablar de «maltrato en la pareja», en vez de «maltrato conyugal», justamente para abarcar cualquier relación íntima de hombre y mujer que resulte abusiva. A punto tal que gran parte de los casos de femicidios (asesinatos de mujeres por el solo hecho de su género) son cometidos por ex parejas que las siguen considerando objetos de su pertenencia y uso.
De acuerdo con el tipo de fuerza que se emplee, el maltrato puede ser físico, emocional, sexual, financiero (o patrimonial) y simbólico. Generalmente estos tipos no se dan aislados, sino que se combinan, lo que da por resultado distintas formas de abuso en la misma relación. La forma más común es el maltrato hacia la mujer (70%). Luego le sigue la violencia cruzada (25% de los casos), donde ambos miembros de la pareja se agreden. Y en una ínfima proporción (3-5%), hay maltrato hacia el hombre. Estos porcentajes corresponden a las formas físicas de maltrato. Es posible que varíen en algún grado si hablamos de maltrato emocional, que es muy difícil de establecer estadísticamente por las variables que intervienen. En cuanto a la violencia cruzada, la experiencia indica que en muchos casos se trata de la reacción que tiene una mujer hacia las agresiones constantes o reiteradas en el tiempo, recibidas primero por parte del varón.
Ante la violencia verbal, las mujeres intentan, la mayor parte de las veces, explicarse o tranquilizar a su compañero. Ante las agresiones físicas, intentan huir o refugiarse en otra habitación. Para ellas es una cuestión de supervivencia, puesto que saben que el enfrentamiento puede incrementar la violencia. Algunas responden a los golpes con más golpes, pero corren el peligro de que la violencia de su compañero se multiplique por dos o de que las tomen por violentas a ellas. No obstante, puede suceder que este tipo de reacción marque, en el otro, un límite que no debe superarse. 9
En los siguientes capítulos se darán más precisiones sobre el maltrato en la pareja.
Otra forma de violencia familiar muy frecuente es el maltrato contra niños, niñas y adolescentes. Se trata del abuso que experimentan los niños/as y adolescentes por parte de sus mayores o de quienes están para cuidarlos en el hogar, fundamentalmente los padres y madres. El abuso puede ser físico, emocional o sexual, y también suele darse combinado. Se estima que el 85% de las niñas, niños y adolescentes abusados sexualmente lo son dentro del ámbito íntimo del hogar, por parte de familiares o conocidos muy cercanos. Estos no necesitan usar la fuerza física para cometerlo, ya que pueden lograrlo a través de la seducción y la confianza que el niño tiene en ellos. Si no son descubiertos o no se toman medidas eficaces para que se interrumpa la relación abusiva, este tipo de abuso suele prolongarse