Incluimos a continuación una lista descriptiva de variadas expresiones de maltrato, a fin de identificar con claridad los comportamientos violentos. De todos modos, la lista no agota todas las posibilidades de maltrato que encontramos frecuentemente al trabajar con personas que padecen violencia conyugal:
Violencia física: darle a la víctima golpes, pellizcos, cachetadas, empujones; producirle quemaduras con combustible o con objetos calientes; intentar estrangularla; tironearla o arrastrarla del pelo; escupir o ensuciar el cuerpo de la mujer; hacerle comer o tragar por la fuerza la comida u otros elementos; provocarle cortes y heridas con objetos útiles a tal fin; arrojarle objetos o pegarle con ellos; aprisionarla contra la pared o los muebles; encerrarla en el baño o en el dormitorio; mantenerla a oscuras; perseguirla por toda la casa; arrojarla del auto; abandonarla en lugares desconocidos o peligrosos; patearle el vientre durante el embarazo; despertarla a cada rato para no permitirle descansar; atormentarla físicamente con todo tipo de torturas; matarla.
Violencia emocional, psicológica y verbal: insultar y usar adjetivos degradantes; proferir amenazas (de muerte, de llevarse los chicos, de echarla); criticarla por todo cuanto ella dice o hace; gritarle y darle órdenes (frente a los hijos, y a veces frente a otros); humillarla, burlarse de ella y hacerle bromas que la hieren; culparla por todo lo que sucede en el hogar; no tomar en cuenta sus gustos, sus opiniones y sentimientos; mostrarse cínico, prepotente o insolente con ella; acusarla de traidora o desleal si ella cuenta lo que sucede a otros; manifestarle desprecio por ser mujer; humillarla y denigrarla de múltiples maneras; compararla con otras mujeres; confundirla con argumentos contradictorios y doble mensajes; hacerle creer que es ella la que está loca o trastornada; ignorar su presencia; no hablarle; mirarla con desprecio; reírse de ella; agraviarla al sospechar de ella continuamente; acusarla de infidelidad; querer tener la última palabra en todo; no admitir ser contrariado en nada; no permitir explicaciones ni reproches; ser negligente con respecto a las necesidades de ella; amenazarla con suicidarse o con matarla; mentirle; no cumplir las promesas o acuerdos matrimoniales; no responsabilizarse de sus errores; tomar a los hijos como aliados frente a la madre; desautorizarla frente a ellos; elogiarla y humillarla alternativamente, confundiéndola; exigirle sometimiento y obediencia; hacer que tema el futuro si no está con él; intimidarla de múltiples maneras (con amenazas, rompiendo objetos de valor para ella, etc.); criticar a su familia y demás relaciones todo el tiempo; expresar una moralidad religiosa rígida, perfeccionista, haciéndole sentir culpa y estar en falta; etc.
Violencia sexual (incluye todo tipo de contactos sexuales en contra de la voluntad del cónyuge, con o sin penetración): exponerla involuntariamente a pornografía; nunca aceptar un «no» como respuesta, tratarla de manera grosera e insultante durante el coito; burlarse de ella y descalificarla por su rendimiento sexual; obligarla a tener relaciones sexuales delante de los hijos o de otras personas; violarla cuando está dormida; pedirle que realice gestos o actitudes que la humillan o incomodan; acusarla de frígida; obligarla a hacer el amor cuando está deprimida, cansada o enferma, o incluso luego de golpearla; no mostrarse cariñoso con ella ni respetar su tiempo diferente; obligarla a tener relaciones sexuales amenazándola con armas; compararla con otras mujeres o hablarle de otras mujeres con las que se acuesta; etc.
Violencia financiera o económica: no proveer para las necesidades de la familia; no darle dinero o hacerlo bajo mucho control; acusarla de gastar mucho; tomar decisiones unilaterales con respecto al dinero; poner en riesgo el patrimonio de la familia; apropiarse fraudulentamente de los bienes del otro; destruir objetos valiosos para ella (diplomas, agendas, etc.); quitarle las alhajas; revisarle la billetera y cartera con frecuencia; jugar el dinero de la familia; ocultar el patrimonio familiar; dejar que ella se haga cargo de los gastos mientras él guarda lo que gana; tener cuentas en los bancos a su nombre; obligarla a vender bienes de ella y a entregar el dinero; no permitirle gastar en recreación ni regalos para la familia; apropiarse de la herencia que le corresponde a ella; no cumplir con la cuota alimentaria en caso de divorcio; etc.
A causa del abuso financiero muchas mujeres, al separarse o divorciarse, quedan desprotegidas junto con sus niños, y esto porque se vacían empresas, se traspasan los bienes a nombre de otras personas, y se realizan otras tantas maniobras fraudulentas tendientes a dejar desprovista de recursos materiales a la víctima. Este tipo de abuso complementa las otras formas de maltrato.
Violencia social: impedir que la mujer acompañe a su esposo a actividades sociales; prohibirle salidas laborales o amistosas; sabotear los cumpleaños y los encuentros familiares; impedirle trabajar o estudiar; abrirle su correspondencia postal o electrónica; controlar sus llamadas; revisar sus pertenencias; no hacerse responsable de los hijos; controlar todas sus salidas; impedirle tener contacto con otras personas (familia, iglesia, etc.); impedirle practicar su religión; decidir sin consultarla cuándo irse, o no, de los encuentros sociales de los que participan juntos; prohibirle hablar de ciertos temas; hablar mal de ella a otros y buscar aliados en su contra; secuestrar a los hijos; llamarla por teléfono continuamente; vigilarla; hostigarla; hacerse pasar como la víctima en público; criticarla frente a otros o, por el contrario, mostrarse solícito y amoroso con ella, dando una imagen pública que no corresponde con la privada; etc.
Violencia simbólica: Se trata de una forma sutil de maltrato de género presente en la cultura y en la idiosincrasia de los pueblos. Se vehiculiza, en forma imperceptible las más de las veces, a través la publicidad –por medios gráficos, televisivos, internet–, dichos populares, chistes, novelas, letras de canciones, y otros productos culturales. La violencia simbólica contiene y transmite mensajes descalificatorios hacia la mujer, estereotipos que de algún modo avalan o refuerzan la subestimación y la subordinación de la mujer, amén de justificativos para ejercer discriminación y maltrato por parte de los varones. No es muy fácil identificarla y mucho menos, erradicarla. En algunos países se han dictado normativas para prevenir y penar este tipo de violencia, pero hay dificultad para que se sancionen los actos que la exponen.
En ámbitos religiosos también podríamos hablar de abuso espiritual, lo que refuerza las otras formas de abuso. Se trata de la manipulación operada a través de argumentos supuestamente «espirituales» o «religiosos», con los cuales se induce a la víctima a sentirse culpable y merecedora del castigo divino, porque no ha actuado con «sujeción» o con la obediencia debida al marido, etc. Utilizando discursos cargados de condena que distorsionan la verdad bíblica, la víctima es sumida en mayor temor y angustia, dado que el agresor suele hablar «en nombre de Dios» o de la iglesia, que es su representación aquí en la tierra. Justamente, la iglesia muchas veces refuerza esta pauta abusiva a través de mensajes o consejos en tal dirección. En vez de ayudar a las personas a ser libres y disfrutar de la gracia, las atan y condenan como una forma más de castigo arbitrario e injusto. En el capítulo 5, «La familia de Dios y la violencia en la familia», y en el Anexo 1 de esta obra ampliaremos estos conceptos.
Ciclo de la violencia conyugal
Una de las claves para comprender algunas especificidades de la violencia en la pareja es saber que la misma cumple un ciclo: no se da todo el tiempo de la misma forma. Esta manera de entender la problemática tiene muchas implicancias prácticas que iremos mencionando.
Fue muy útil que en 1979 Leonore Walker12 describiera el ciclo en que la violencia conyugal se desarrolla. Ella habla de tres fases, que se suceden unas a otras con distintos intervalos y frecuencias:
Fase de acumulación de la tensión.
Fase de agresión o descarga.
Fase de arrepentimiento y luna de miel.
Fase de acumulación de la tensión: Es una etapa caracterizada por irritabilidad fácil del varón, agresiones verbales (desvalorizaciones, menosprecio, insultos) y también por un control excesivo sobre la mujer (sobre el tiempo, las actividades, las amistades, el dinero, etc.). El hombre suele reforzar esta conducta con otras expresiones de abuso emocional: no hablar, irse intempestivamente de la casa, etc. En esta etapa la mujer tiene una actitud sumisa y temerosa; se siente culpable y trata de complacer lo máximo posible al hombre, quien se enoja fácilmente, se aísla y no pide ayuda. Experimenta una especie de parálisis compatible con el terrible miedo que siente y que a veces la hace torpe,