• En contra de lo que se ha dicho a menudo, las medidas encaminadas a promover el desarrollo humano no son un lujo que solo pueden permitirse los países que ya son ricos, puesto que la mayor parte de los países que se han enriquecido comenzaron por dar prioridad a la educación, la sanidad y en general la atención a las capacidades básicas de las personas, y ello ha sido un factor decisivo en la propia dinámica del desarrollo económico.
• El sistema democrático, en sentido amplio, constituye un elemento esencial del proceso de desarrollo. Y ello por tres razones: 1) su importancia directa en cuanto expresión de capacidades básicas, como la participación política y social; 2) su papel instrumental en la mejora de las posibilidades de los individuos para expresar y defender sus demandas de atención política (incluidas sus exigencias económicas), y 3) su papel constructivo en la conceptualización de las necesidades (puesto que las necesidades no son las mismas en todas las latitudes y en todos los grupos culturales, sino que se concretan siempre en cada contexto geográfico y social). A ello hay que añadir el papel permisivo de las libertades políticas: permiten y fomentan la discusión pública. Esta discusión puede prevenir muchos desastres económicos, aunque su utilidad concreta dependerá en buena medida de las prioridades de los ciudadanos y del uso que hagan de los medios políticos a su alcance.
• En los procesos de desarrollo es muy relevante centrar la atención en la agencia de las mujeres, esto es, en su protagonismo activo, tanto por el bienestar de las mujeres mismas como por su repercusión en otros campos, como la supervivencia de los niños y la reducción de las tasas de fecundidad. La agencia de las mujeres es decisiva en tareas económicas, políticas y sociales de diverso tipo. El reconocimiento del liderazgo de las mujeres es acaso lo más urgente que hay que hacer en la economía política del desarrollo y ha de tener prioridad en la ED.
• En cuanto al crecimiento demográfico, aunque Sen cree que a menudo se exagera el impacto negativo del mismo, también considera que de todos modos hay que reducir las tasas de fecundidad de la mayoría de los países en desarrollo. Pero la vía que se ha mostrado más adecuada para ello no es la imposición coercitiva y la manipulación, sino las medidas que aumentan la libertad de las mujeres (a través de la educación, el empleo, la sanidad, etc.) y la responsabilidad de las familias en la planificación voluntaria.
• Otra cuestión controvertida es la de la supuesta oposición entre los valores que sustentan las libertades y los valores autóctonos de Asia, África u otras regiones del mundo (Sen, 1999: cap. 10). A juicio de Sen, ni en Oriente ni en Occidente ha habido nunca una homogeneidad de valores autóctonos, y lo mismo que ha habido posiciones autoritarias en la historia de Occidente, ha habido también posiciones no autoritarias en la historia de Oriente. En los procesos de desarrollo no debe prestarse atención a generalizaciones infundadas que pretenden asociar el autoritarismo con “los verdaderos valores locales” y, de ese modo, encumbrar a dirigentes sin escrúpulos que adoptan una actitud represiva con respecto a los disidentes dentro de la propia cultura local.
• También se ha dicho que no es posible programar racionalmente un proceso de desarrollo social. Para ello se han esgrimido distintas razones, pero Sen las refuta con acierto e insiste en que no puede haber desarrollo sin una preocupación global por el proceso de aumento de las libertades individuales, acompañado de un compromiso social de contribuir a llevarlo a cabo.
• Hay dos grandes modelos del proceso que conduce al desarrollo de los países: “BLAST” (acrónimo de blood, sweat and tears, un modelo de desarrollo que exige “sangre, sudor y lágrimas”) y “GALA” (acrónimo de getting by, with a little assistance, un modelo de desarrollo alternativo al anterior, bajo el lema “yendo juntos, con un poco de ayuda”). Este último es claramente preferible, tanto desde el punto de vista ético como también desde el punto de vista meramente económico, porque los partidarios del modelo BLAST tienden a olvidar que el apoyo mutuo y la cooperación proporcionan entornos de confianza y de promoción personal que no solo son deseables por sí mismos, sino que generan una mayor productividad a medio y largo plazo.
4. Desafíos pendientes de la Ética del desarrollo
El discurso en torno al desarrollo de los países ha sido polémico desde que comenzó a utilizarse de modo generalizado el término desarrollo a mediados del siglo XX —al menos, tan polémico como es hoy el concepto de globalización—, debido a que existen diversas maneras de entender el desarrollo, tanto en su vertiente de finalidad a lograr como en su vertiente de proceso por el cual se avanza hacia la meta. En ambas vertientes es necesaria una reflexión ética que pueda orientar las reformas, las políticas a medio y largo plazo, y las decisiones que han de tomar los agentes que tienen responsabilidades en las tareas de desarrollo.
Un resumen de los avances en las dos vertientes mencionadas puede ser útil para tener una idea más clara del camino recorrido hasta ahora y de las posibilidades de avance en el inmediato futuro.
En la vertiente del desarrollo como finalidad, es positivo que se haya ido superando la inicial concepción del desarrollo como mero crecimiento económico en términos de incremento del PIB y de aplicación de las medidas macroeconómicas del llamado “Consenso de Washington” (Stiglitz, 2002), y se haya ido contraponiendo una visión más ética del desarrollo en términos de desarrollo humano sostenible. Este último es una meta amplia y ambiciosa que puede desglosarse en varios objetivos parciales, atendiendo a otras tantas dimensiones fundamentales de la vida humana, como la alimentación, la salud, la educación, la vivienda, el empleo, la seguridad ciudadana, el ejercicio de los derechos democráticos y la protección de la identidad cultural no dañina (Martínez Navarro, 2000; ONU, 1986 y 2015). Existe un amplio consenso entre quienes trabajamos en ED en que la erradicación de la pobreza extrema constituye la principal prioridad (ONU, 2000 y 2015; Martínez Osés, 2005). Esto no está reñido con la existencia de algunas discrepancias en cuanto a la definición de la pobreza extrema, la identificación de sus principales causas y, sobre todo, los principales modos de combatirla. Pero no es asunto baladí que exista una coincidencia generalizada en cuanto a la prioridad de la lucha contra la miseria sin culpar a los pobres de la misma (Martínez Navarro, 2002; Cortina, 2017).
Para lograr las ambiciosas, pero hoy factibles, metas del desarrollo es necesario que todos los agentes que trabajan de un modo u otro en tales tareas adopten determinadas actitudes éticas congruentes con el sentido mismo de ellas. De ahí el interés que han mostrado diversos autores de la ED por señalar la responsabilidad de los profesionales y de las instituciones (Kliksberg, 2004; Gasper, 2004; Goulet, 1995b y 2006), tomando medidas de diverso tipo para prevenir la corrupción y para corregirla cuando aparece.
Pero además del necesario cambio de actitud personal e institucional que se precisa para avanzar hacia los objetivos del desarrollo humano sostenible, existe también un amplio consenso en cuanto a la necesidad de cambios políticos y reformas profundas del sistema internacional (Mutsaku, 2003; Black, 2003; García Delgado y Molina, 2006). Esto conduce a la necesidad de activar la conciencia de los ciudadanos en todo el mundo mediante redes de organizaciones humanitarias que promueven acciones reivindicativas, de denuncia, de educación para el desarrollo (Celorio y López de Munain, 2007), y de cooperación a través de proyectos de desarrollo (Etxeberria, 2004; Martínez Navarro, 2006). El hecho de que las Naciones Unidas proclamasen en 1986 el Derecho al desarrollo plantea a la ED el reto de hacer una contribución seria y continuada al logro de este derecho para todos los países del planeta: desde el ámbito académico y desde las asociaciones cívicas y movimientos sociales. Es así, porque la declaración solemne del derecho al desarrollo es todavía una cuestión de buenos deseos que choca con la dura realidad de la exclusión global, la desigualdad abismal y el infradesarrollo crónico que aqueja a más de mil millones de personas, sin mencionar la grave insostenibilidad que aqueja al modelo de desarrollo adoptado por los países “desarrollados” (habría que llamarlos “maldesarrollados”, como argumenté en Martínez Navarro, 2000).
En este contexto, la vitalidad de la ED es un faro de esperanza en medio de una oscura tormenta de desigualdades, despilfarro de recursos y graves riesgos sistémicos que nos afecta a todos.
Por otra parte, la vertiente del desarrollo como un