Ética aplicada desde la medicina hasta el humor. Adela Cortina. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Adela Cortina
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425026
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      Reich, W. T. [ed.] (1978). Enyclopedia of Bioethics. New York: McMillan and Free Press.

      Ross, D. (1994). Lo correcto y lo bueno. Salamanca: Sígueme.

      Simón, P. (1999). “Sobre la posible inexistencia del principio de autonomía”. En Sarabia, J. [coord.]. La Bioética, lugar de encuentro (pp. 343-350). Madrid: Asociación de Bioética Fundamental y Clínica / Zeneca-Farma.

      The Belmont Report (1990). En Ensayos clínicos en España (1982-1988). Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo, anexo 4.

      Toulmin, S. (1977). La comprensión humana: El uso colectivo y la evolución de los conceptos. Madrid: Alianza.

      II.

      ÉTICA DEL DESARROLLO

      * Este estudio se inserta en el Proyecto de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico FFI2016-76753-C2-1-P, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad de España.

      En los años sesenta del siglo XX se publicó por primera vez un libro dedicado a la Ética del desarrollo (Goulet, 1965). En aquellos años, las expresiones “país desarrollado” y “país subdesarrollado”3 alcanzaron una enorme popularidad, en plena efervescencia de los procesos descolonizadores que se estaban llevando a cabo en el continente africano y en otros lugares. El concepto de “desarrollo de los países” había surgido unos años antes, asociado a los buenos deseos expresados por muchos líderes políticos en los primeros años tras la Segunda Guerra Mundial: los buenos deseos de que nunca más se repitiera el horror de una situación bélica semejante. Estos buenos deseos aparecían ligados a la idea de que, si los diversos países del mundo alcanzaran de veras “el desarrollo”, las guerras desaparecerían y se daría paso, por fin, al sueño kantiano de la paz perpetua (Cortina, 2006; Conill, 2007).

      Pero aquellos buenos deseos se vieron afectados muy pronto por la llamada “guerra fría” entre el bloque comunista soviético y el bloque liberal occidental. En ese nuevo contexto se utilizó la idea del desarrollo de los pueblos como un elemento más de la rivalidad entre los dos grandes bloques políticos. De este modo, quedó pervertida y manipulada la propia noción de desarrollo de los países: porque la finalidad ética primordial de los procesos de desarrollo —que, en principio, es la superación de la miseria y la promoción de una vida digna para todos los habitantes— fue sustituida por la meta propagandística de “salir del subdesarrollo” alineándose con el bando correcto. Así, en los años cincuenta y sesenta se llevaron a cabo en ambos bandos múltiples iniciativas encaminadas a promover una rápida industrialización y “modernización” de muchos países pobres recién descolonizados, siempre bajo el lema de alcanzar rápidamente “el desarrollo” y superar “el subdesarrollo”. Como ha señalado el autor keniano Firoze Mangi:

      los nuevos controladores de la maquinaria estatal asumieron el rol de “desarrolladores únicos” y de “unificadores únicos” de la sociedad. El Estado adoptó un papel intervencionista en el proceso de “modernización” y un rol centralizador y controlador en el ámbito político. A pesar de haber nacido de la lucha a favor del pluralismo legítimo y en contra de la hegemonía del Estado colonial, el pluralismo social empezó a estar mal visto. Las asociaciones populares que habían impulsado el liderazgo nacionalista al poder gradualmente empezaron a considerarse obstáculos del nuevo dios del “desarrollo”. Se mantenía que ya no era necesaria la participación popular en las decisiones para determinar el futuro. Los nuevos gobiernos se encargarían de llevar el desarrollo a los individuos. (Mangi, 2000: 15)

      Ante semejante manipulación del concepto de “desarrollo” por parte de diversos gobiernos y de grupos que defendían sus particulares intereses políticos y económicos —en el contexto de la Guerra Fría—, aparecieron voces críticas que denunciaban estos abusos como una trampa mortal para los países a los que supuestamente se trataba de “ayudar a salir del subdesarrollo”. En efecto, el economista y dominico francés Louis-Joseph Lebret (1961), el ya mencionado Denis Goulet (1965) y el papa Pablo VI con la Carta encíclica Populorum progressio (1967) llevaron a cabo aportaciones pioneras en la línea de una Ética del desarrollo empeñada en señalar que esta nueva rama de la Ética

      tendrá como principal tarea pedagógica enseñar un mayor realismo en las relaciones entre naciones, entre clases y entre regiones. En materia de solidaridad, los humanos se encuentran todavía en su primera fase, inmovilizados por su incapacidad para superar sus egoísmos individuales y colectivos en cuanto a alcanzar una solidaridad no restringida, que conceda al principio de fraternidad humana sus plenas dimensiones, tanto en la acción como en el ser, por no hablar de las tomas de posición oficiales. Si los hombres y las naciones persisten en su rechazo de la solidaridad vivida, se preparan ellos mismos unas condiciones en que la solidaridad se manifestará como una común perdición. (Goulet, 1965: 100)

      Desde aquellos momentos iniciales, un gran número de estudiosos de diversas ramas del saber (antropólogos, sociólogos, economistas, ingenieros, politólogos, filósofos, etc.) han hecho aportaciones interesantes en este campo, que cuenta con una Asociación Internacional4 que celebra encuentros y simposios con regularidad. Un creciente número de especialistas en Ética del desarrollo han ido elaborando un conjunto de argumentos que pueden ser útiles a cualquier persona que pretenda reflexionar con rigor sobre los supuestos e implicaciones éticas de los modelos alternativos de desarrollo de los países. En lo que sigue, daremos cuenta de algunos de los ejes principales que articulan este ámbito del saber ético y las más relevantes cuestiones de debate e investigación en este campo. Como saber ético, funciona como una brújula. Por sí mismo no tiene poder para cambiar el mundo, pero, si no dispusiéramos de esta Ética, estaríamos mucho más desorientados en relación con lo que conviene hacer para cambiarlo.

      La Ética del desarrollo (ED) es un saber que orienta la acción de las personas e instituciones involucradas en las tareas de impulso al desarrollo humano en armonía con el medio ambiente. Como saber académico, tiene dos componentes principales: 1) los aportes de diversas ciencias sociales (sociología, ciencia política, economía, etc.) y 2) la reflexión normativa o valorativa que ofrece la filosofía moral o ética filosófica. Los precedentes más remotos de la ED los podemos encontrar en los debates y documentos que dieron lugar a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y en la propia Declaración como tal. En ella encontramos los elementos clave de lo que, todavía hoy, entendemos por auténtico desarrollo, frente a falsificaciones interesadas. Podemos definir el desarrollo como aquella situación social en la que toda persona encuentra garantizados sus derechos básicos y dispone realmente de posibilidades para ejercer sus obligaciones y para llevar adelante proyectos de vida buena en armonía con su comunidad y con el medio ambiente. Desde este punto de vista, la meta del desarrollo de los países puede ser definida como la situación de la que goza una comunidad política en la que pueda afirmarse que todos los derechos humanos, y sus correspondientes obligaciones, son respetados por todos los miembros de la comunidad, hasta el punto de que todos tienen capacidad real de promover proyectos de vida permisibles y ecológicamente sostenibles, sin que nadie tenga motivos razonablemente justificados para sentirse excluido o excluida. Esta meta puede parecer utópica a primera vista, pero téngase en cuenta que: 1) en las décadas recientes hay algunas zonas del mundo que han logrado alcanzarla; y 2) en los lugares donde este escenario es todavía un sueño, hay razones éticas para provocar los cambios que sean necesarios y que se llegue a la deseable situación del auténtico desarrollo, que es equivalente, en esencia, a una situación de pleno cumplimiento de los Derechos Humanos.

      En efecto, la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU aparece en el mismo contexto histórico en el que surge la noción misma de “desarrollo de los países” en que se divide el mundo. En la propia Carta Fundacional de la ONU, de 1945, se declara solemnemente que uno de los cuatro propósitos de las Naciones Unidas es

      realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a los