Este cambio, de dramáticas consecuencias en el ámbito de la responsabilidad ecológica, no parece posible que sea desandado sin que, al mismo tiempo, sean alterados los subsistemas funcionales de la actual sociedad humana. No cabe desandar el camino de la modernidad sin retrotraer, a la vez, las conquistas propias de la autonomía y la autodeterminación, conseguidas desde el siglo XVII. Adela Cortina argumenta este punto:
Se dice que en las edades Antigua y Media existió una gran identificación entre cada individuo y su comunidad, porque entendían que la buena marcha de su comunidad coincidía con su propio bien. En ese caso no parecía muy necesario justificar la obligación de obedecer a unas leyes que beneficiaban a la comunidad y también a cada uno de los miembros. Pero en el mundo moderno se introduce la sospecha de que los intereses de un individuo puedan no coincidir con los de su comunidad y, en tal caso, ¿por qué obedecer a las normas? Las versiones modernas del individualismo serán un intento de respuesta a esta pregunta, que hoy continúa abierta, porque no se ha realizado el sueño de los “comunitaristas” de formar comunidades en torno a una idea de bien común. En nuestras sociedades, por contra, entran en conflictos intereses individuales y grupales, y parece difícil ir más allá. (Cortina, 1998: 63-64)
La formulación de propuestas de ética ecológica, en el contexto de sociedades irreversiblemente pluralistas, deben enfrentar al menos tres tareas ineludibles, según detalla Adela Cortina (2003: 1). En primer lugar, contribuir a clarificar lo que se debe entender por ética, en términos generales. Luego, proponer una fundamentación que permita dar cuenta razonada de su propuesta moral específica, argumentando su justificación y su alcance. Y, en tercer lugar, buscar formas de aplicación concreta, en vistas a incidir en la vida cívica.
Estos tres criterios básicos, imprescindibles para toda ética pública, constituyen un lente que permite evaluar los diferentes enfoques en ética ecológica actual. Por medio de ellos se analizarán algunos de los principales paradigmas con un afán descriptivo, pero también en clave crítica, poniendo de relieve las aporías fundamentales que atraviesan estos debates.
La crítica a los enfoques que se detallarán en los siguientes apartados no implica descalificar sus aportes, sin duda relevantes al objetivo que proponen. Es una crítica que presupone, con Walter Benjamin, que “está obligada a conocer sumergiéndose” (Benjamin, 2007: 246). Para eso trata de mostrar sus límites internos en orden a ensanchar sus fronteras actuales, permitiendo el despliegue urgente y necesario de unas éticas ecológicas que resultan imprescindibles.
4. El antropocentrismo débil de Bryan G. Norton
Una primera propuesta a considerar es la de B. G. Norton (1984), basada en su distinción entre antropocentrismo fuerte y débil. Su análisis trata de dar fundamento a un enfoque pragmático, orientado a resolver los problemas ambientales, buscando una ética ecológica que sea compatible con los sistemas éticos de matriz anglosajona, marcados por racionalidades individualistas.
Su distinción inicial radica en separar entre éticas antropocéntricas y no-antropocéntricas. Norton asume que solo la condición humana tiene un valor intrínseco y que los humanos son los únicos organismos capaces de otorgar valor. Además, piensa que existen argumentos para cuestionar los compromisos ontológicos que asumen los enfoques no antropocéntricos, al atribuir valor intrínseco a la naturaleza. En su perspectiva, la ética ambiental no debería asumir en principio la exigencia de adherir al paradigma no-antropocéntrico, por lo cual difiere del planeamiento ya expuesto de Aldo Leopold, que buscó justificar la atribución de valor intrínseco de las entidades naturales no humanas.
Para argumentar este punto, Norton considera que pueden existir dos formas de antropocentrismo, uno débil y uno fuerte. Por antropocentrismo fuerte entiende aquel donde prevalecen las “preferencias sentidas” (felt preferences), que responden a cualquier deseo o necesidad de un individuo humano que pueden ser saciadas, al menos temporalmente, por alguna experiencia específica. En cambio, el antropocentrismo débil prioriza las “preferencias consideradas” (considered preferences), entendidas como las necesidades expresadas tras una deliberación, por lo que pueden ser compatibles con el interés global y tener carácter hipotético. Se trata deseos humanos, pero expresados después de una deliberación cuidadosa donde se enjuicia la consistencia de esos deseos o necesidades frente a una cosmovisión racionalmente adoptada. A la vez, distingue entre “decisiones habituales”, que afectan la equidad individual, y decisiones no habituales, a las que llama “decisiones de asignación”, las cuales competen a la utilización de los recursos durante un tiempo prolongado. Estas últimas serían las decisiones específicas de la ética ambiental.
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