Desde el punto de vista de la ED, podemos contemplar las aportaciones de Singer (2000), de Pogge (2002), de Schweickart (2002) y de García Delgado y Molina (2006) en torno a las responsabilidades éticas que corresponden a los países ricos y a las personas ricas respecto a la situación de pobreza extrema de millones de personas, como valiosos elementos de crítica al concepto de desarrollo realmente imperante. Estos autores han puesto mucho énfasis en la necesidad urgente de que cesen la hipocresía y las malas prácticas de gobiernos y organizaciones mundiales —especialmente, la OMC— en sus relaciones con los países empobrecidos. Ejemplos de este tipo de malas prácticas serían: a) reconocer a gobiernos golpistas y corruptos como legitimados para vender los recursos naturales del país que controlan militarmente y endeudarlo con préstamos que generalmente no benefician a la población en absoluto; b) amparar a dichos gobernantes en sus pretensiones de disponer de cuentas bancarias en “paraísos fiscales” que son escandalosamente tolerados por la comunidad internacional; c) tolerar e incluso fomentar que se mantengan en muchos países pobres unas amplias posibilidades de explotación laboral, de contaminación ambiental y de múltiples violaciones de los Derechos Humanos en nombre de “la libertad de mercado”, mientras que al mismo tiempo se mantienen políticas proteccionistas ante los productos procedentes de otros tantos países pobres; d) no donar a los países pobres una mínima parte de nuestra riqueza que podría ser suficiente para acabar con la pobreza extrema (Pogge, 2002: 21).
Por su parte, García Delgado y Molina (2006) argumentan certeramente que: 1) es urgente modificar las asimetrías en las transacciones existentes entre países desarrollados y en desarrollo, tanto en lo financiero como en lo comercial, ambiental y tecnológico; 2) es preciso abandonar el paradigma neoliberal del “Estado mínimo”, cuyas consecuencias en términos de desarrollo humano sustentable han sido desastrosas, y sustituirlo por un nuevo paradigma de “Estado responsable” que vele por la redistribución del ingreso, la preservación de los bienes públicos, la promoción de la competitividad con cohesión social y la generación de empleo digno para todos.
Con respecto a la otra polémica apuntada, referente a las prioridades que deberían adoptar las políticas económicas con vistas al desarrollo de los pueblos, en los años setenta aparecen las aportaciones de Galtung (1978), Max-Neef (1993), Streeten (1981) y otros muchos, que señalan con acierto la imperiosa necesidad de poner en primer lugar la satisfacción de las necesidades humanas básicas como el objetivo principal que debería orientar las políticas de desarrollo y de ayuda al desarrollo. Este tipo de aportaciones fueron despejando el camino para un nuevo concepto del desarrollo que aparece a comienzos de los noventa: el desarrollo humano. Pero antes de entrar en detalles sobre esta noción, hemos de dar cuenta de la novedad introducida en las cuestiones del desarrollo a partir de finales de los ochenta: el desarrollo sostenible o desarrollo sustentable.
En efecto, a partir de la publicación en 1987 del informe elaborado por la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo, presidida por la doctora Brundtland, la polémica ética más importante estuvo centrada en las posibilidades e imperativos que plantea la preocupante situación ecológica que afecta a todo el planeta. El informe mostró claramente que el modelo de desarrollo imperante hasta ese momento es insostenible. El desarrollo sostenible quedó definido como aquel tipo de desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. En el final del documento, la Comisión afirma que
las cuestiones que hemos planteado en el presente informe tienen inevitablemente una importancia de gran alcance para la calidad de vida en la Tierra —en realidad, para la vida misma—. Hemos procurado demostrar cómo la supervivencia y el bienestar humanos pueden depender del éxito del empeño por hacer que el desarrollo sostenible pase a ser una ética mundial. (Comisión, 1987: 363)
Desde el punto de vista de la ED, las cuestiones relacionadas con el cuidado del medio ambiente pasaron al primer plano de estudio y debate, con aportaciones de un gran número de teóricos que han insistido en la posibilidad de hacer compatible la sostenibilidad medioambiental —en su doble faceta de preservación y de recuperación de daños al medio ambiente— con el desarrollo humano sin exclusiones (Goulet, 1995a; Riechmann, 1995; Martínez Navarro, 2000). El argumento central es que ni siquiera será posible el uno sin el otro. Esto se comprenderá más fácilmente al examinar a continuación las implicaciones éticas de la noción de desarrollo humano.
El concepto de desarrollo de los países como desarrollo humano ha sido definido como el proceso que conduce a la ampliación de las opciones y capacidades de las personas, que se concreta en una mejora de la esperanza de vida (cuyos principales componentes son la salud y la seguridad frente a la violencia), la educación (medida en términos de alfabetización y escolarización) y el acceso a los recursos necesarios para un nivel de vida digno (medido en renta per cápita en paridad de poder adquisitivo). Este enfoque del desarrollo ha tenido un impulso muy importante por parte de los autores del Informe sobre el Desarrollo Humano que anualmente publica el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) desde 1990. Parece que hay un consenso bastante generalizado en cuanto a la importancia del aporte del economista indio Amartya Sen en el cambio de paradigma que supone la aparición del concepto de desarrollo humano (Griffin, 2001), que ha llamado a su propuesta desarrollo como libertad después de haber trabajado durante muchos años en la cuestión de las relaciones entre ética y economía.
La idea principal de Sen es que el desarrollo no es tanto una cuestión de aumento de la renta o la riqueza cuanto una progresiva ampliación de las capacidades humanas que permita a las personas gozar de libertad suficiente para llevar a cabo aquellos proyectos de vida que valoran (Sen, 1999)6. Veamos resumidamente algunas de las tesis de Sen que han sentado las bases teóricas del concepto de desarrollo humano:
• En líneas generales son positivas las conquistas de los últimos dos siglos en cuanto al desarrollo económico y la extensión de la democracia liberal, así como el discurso en torno a los derechos humanos y el logro de una mayor esperanza de vida al nacer; al mismo tiempo, es lamentable e indignante la situación de miseria, la opresión y el deterioro medioambiental que se manifiestan en los países empobrecidos.
• Para superar esas lacras se precisa, entre otras cosas, una nueva concepción del desarrollo que se proponga, como meta prioritaria, la expansión de las libertades reales de todas las personas.
• Es preciso contar con la participación activa —con la agencia— de todas y cada una de las personas que aspiran al desarrollo.
• El desarrollo es fruto de un proceso integrado en el que intervienen actividades económicas, sociales y políticas en una profunda interconexión.
• Porque la expansión de las libertades depende de una multitud de factores, como la educación, la sanidad, los derechos políticos y el acceso a los debates públicos, y todo ello es relativamente independiente de las tasas de crecimiento económico.
• El desarrollo se opone frontalmente a: las hambrunas, la desnutrición actual de millones de personas, la falta de acceso a la asistencia sanitaria, agua potable y saneamiento, la falta de una educación básica, la falta de empleo o de alguna seguridad económica, la falta de un trato igualitario a las mujeres7 que permita a estas disfrutar de las libertades de que gozan los varones, la falta de condiciones sociales y económicas para alcanzar cierta longevidad que hoy es viable, y la falta de libertades democráticas.
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