Ética aplicada desde la medicina hasta el humor. Adela Cortina. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Adela Cortina
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789561425026
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Un espacio académico interdisciplinar, pluralista y comprometido con la causa de la humanidad

      El asunto del desarrollo de los países es enormemente complejo (Morin, 2002: 143) y atañe a muy diversos colectivos implicados, empezando por las propias personas que supuestamente se han de beneficiar de los logros del desarrollo. En consecuencia, la teorización ética acerca de los procesos de desarrollo no debería prescindir de lo que pueden aportar sus protagonistas: la población beneficiaria, los planificadores de políticas de desarrollo, las instituciones donantes de ayuda, los especialistas de distintas disciplinas académicas, etc. Si se prescinde por completo del punto de vista de alguno de los colectivos afectados, el desarrollo no será éticamente adecuado, sino que se dará lugar a algún tipo de “maldesarrollo” que antes o después se mostrará perjudicial para las personas, ya sean las de la generación presente, o bien las de generaciones futuras.

      En este sentido es interesante el caso de Denis Goulet, que en su pionera monografía sobre Ética del desarrollo (1965) incluye la experiencia del compromiso vital con las víctimas del “desarrollo” (al que considera como un proceso a menudo sacrificador de personas, instituciones y pueblos enteros) y del “subdesarrollo” (percibido como sinónimo de una situación de precariedad que surge del empobrecimiento y acaba con la muerte prematura de las personas). Desde ese punto de vista, afirma que la meta del desarrollo es que las personas puedan gozar de una vida digna:

      existe un cierto acuerdo sobre los bienes primordiales que necesita la humanidad subdesarrollada. Estos comprenden, en primer lugar, los valores de supervivencia —el mínimo vital de alimentación, una morada adecuada para protegerse contra la intemperie, la ayuda indispensable para la salud, etc. Además, en los diversos medios del desarrollo se discierne igualmente cierta convergencia respecto a las necesidades de dignidad, aquellas que debe disfrutar el hombre para llevar una vida digna. (Goulet, 1965: 19)

      En efecto, desde sus primeros pasos, la ED ha señalado algunos fines éticos que apenas requieren justificación, como los que contiene la cita de Goulet. Sin embargo, también ha proporcionado una pluralidad de puntos de vista en torno a los medios que pueden ser útilizados para el logro de tales fines. ¿Significa este pluralismo de opiniones sobre los medios que la ED no consigue orientar éticamente la acción? No necesariamente. Hemos de comprender y asumir plenamente que la interdisciplinariedad y el pluralismo cosmovisional son elementos válidos y necesarios en el contexto de la complejidad que atañe a todo lo humano. Porque ambos son compatibles con la honesta búsqueda de una verdad común que aparece como horizonte de una “comunidad analógica de pensamiento” (Goulet, 1965: 19) que une a las personas en la lucha compartida por alcanzar las metas del desarrollo de las sociedades. Es este compromiso compartido en torno a una causa humanitaria lo que permite ir más allá de los intereses grupales partidistas y sectarios.

      Desde mi punto de vista, es inevitable y, al mismo tiempo, deseable la convergencia de la ED con otras éticas aplicadas, al menos en algunos temas. Porque el análisis de los problemas que afectan al subdesarrollo de los países conduce a cuestiones de Economía Ética (Chaves, 1999; Conill, 2004; Chang y Grabel, 2004), de Ética Global (Dower, 1998; Martínez Navarro, 2003), de Ética Ecológica (Sosa, 1990; García Gómez-Heras, 1997), de Ética del Consumo (Cortina, 2002), de Ética de la Empresa (Cortina, 1994; Enderle, 2002; García Marzá, 2004), de Bioética —en el sentido de “Bioética Global” (Alleyne, 2002; Puyol y Rodríguez, 2007)— y de Teoría Jurídica (Gómez Isa, 1998; Angulo, 2005). En este sentido, lo que finalmente cuenta es que sean abordados y resueltos de la mejor manera posible los problemas éticos que impiden que todos los países del mundo alcancen un verdadero desarrollo, y la dispersión de los saberes éticos no tiene por qué impedir este objetivo, al menos si no se convierten en compartimentos estancos, sino que se mantienen abiertos a la realidad y responden creativamente a los desafíos que esta plantea. Para ello, tal vez las nociones de ciudadanía y de desarrollo humano sostenible sean la clave de bóveda que permite la articulación de los saberes éticos que hemos mencionado (Cortina, 1997; Martínez Navarro, 2007). En este sentido, Amartya Sen ha señalado que

      la ciudadanía tiene relevancia por varias razones diferentes. Puede ayudar a los individuos a comportarse de forma más responsable. Puede proveer razones para un comportamiento respetuoso del medioambiente y, generalmente, más ético. Pero, yendo mucho más lejos, la idea de ciudadanía saca a la luz la necesidad de considerar a las personas como agentes racionales, no meramente como seres cuyas necesidades tienen que ser satisfechas o cuyos niveles de vida deben ser preservados. Además, identifica la importancia de la participación pública, no simplemente por su efectividad social, sino también por el valor de ese proceso en sí mismo. (Sen, 2005: 40)

      También desde los inicios, la ED ha estado centrada en un concepto de desarrollo que no lo confunde con el mero crecimiento económico y la “modernización” de una sociedad (Mealla, 2006). En este sentido, David Crocker, señala que entre las fuentes de esta Ética hay que contar con las reflexiones de “Gandhi en India, Raúl Prébish en América Latina y Franz Fanon en África, que criticaron el desarrollo económico colonial y/o ortodoxo” (Crocker, 2003: 76). Las aportaciones de economistas como Gunnar Myrdal y Benjamin Higgins también contribuyeron a poner de manifiesto que el concepto de desarrollo que se manejaba en aquellos años era manifiestamente unilateral, insuficiente y erróneo, al confundirse con la obsesión por un crecimiento económico rápido, desequitativo y a cualquier coste humano y cultural. Frente a ese concepto de supuesto desarrollo, la Ética del Desarrollo de Goulet mantuvo que

      el desarrollo es un concepto total que apunta al progreso hacia una economía humana caracterizada por la progresión de todos los hombres en todas sus dimensiones. Se adhiere a la noción de desarrollo elaborada por los expertos del grupo “Economie et Humanisme” y se define de la siguiente forma: el desarrollo es la disciplina (del conocimiento y de la acción a un tiempo) del paso, para una determinada población y para las subpoblaciones que la constituyen, de una fase menos humana a una fase más humana, al ritmo más rápido posible, teniendo en cuenta la solidaridad de las sub-poblaciones con las poblaciones. (Goulet, 1965: 13)

      El Centro Economie et Humanisme fue fundado en Francia en 1941 por Louis Joseph Lebret y, desde el inicio de sus múltiples actividades académicas y culturales, se afianzó como una referencia internacional en iniciativas destinadas a recomponer una adecuada relación entre ética y economía, incluyendo las cuestiones de ética del desarrollo. Muchos de los trabajos llevados a cabo por este grupo de intelectuales católicos influyeron decisivamente en los contenidos de la encíclica de Pablo VI (1967) conocida como Populorum progressio, cuyo título completo es Sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos. Este documento ya apuntaba en gran medida lo que posteriormente se ha llamado técnicamente desarrollo humano. Los ejes fundamentales del mismo se expresan allí del siguiente modo:

      Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más; tal es la aspiración de los hombres de hoy. Y, sin embargo, gran número de ellos se ve condenado a vivir en condiciones que hacen ilusorio este legítimo deseo. Por otra parte, los pueblos llegados recientemente a la independencia nacional sienten la necesidad de añadir a esta libertad política un crecimiento autónomo y digno, social no menos que económico, a fin de asegurar a sus ciudadanos su pleno desarrollo humano y ocupar el puesto que les corresponde en el concierto de las naciones. (Pablo VI, 1967: § 6)

      El siguiente paso en la profundización ética del concepto de desarrollo vino de la mano de dos polémicas surgidas en los años setenta: una, en torno a las responsabilidades del Primer Mundo sobre el hambre y la miseria que padecen millones de personas en el mundo subdesarrollado, y la otra en torno a las prioridades que deberían adoptar las políticas económicas para ayudar eficazmente a esas personas a superar la miseria.

      En el contexto de la primera polémica destacó la aportación de Peter Singer, que en su Practical Ethics (1979) criticaba agriamente la cínica pretensión de cierta corriente de pensamiento, encabezada