El Don de la Diosa. Arantxa Comes. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arantxa Comes
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494923937
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cinco años, no creo que dejarla atrás veinte minutos conlleve su pérdida.

      Asiento a Piloto y, sin más, echo a correr calle arriba, sintiendo que me apremia el tiempo . Avanzar es mucho más complicado de lo que pienso. La gente sale de sus casas, histérica. Niños en brazos, maletas, gente arrastrando cuerpos inmóviles bañados en hollín y sangre. Intento no observar mi entorno para no vomitar o echarme a llorar. Yo ya sabía que el fin de la humanidad iba a llegar, pero contemplar sus consecuencias es devastador. Mi Clan y yo lo habíamos estado esperando, aunque no con simpatía —al menos, no todos—, pese a ser obra de la Diosa. Para mí supuso un antes y un después en mi condición como renegado. No comparto su decisión de destruirnos, por mucha razón que tenga en enfadarse, ya que hemos sobreexplotado sus milagros, fuentes naturales intocables.

      Miro el reloj del panel. Faltan dos minutos para que Piloto compruebe mis pulsaciones y deje o no a Amaranta inconsciente en medio de este caos. Ojalá que, si llega a abandonarla, ella despierte a tiempo para huir. Pienso en detenerme y calmarme para que Piloto no note ninguna alteración, porque ese ha sido el trato exactamente: si transcurrido el tiempo pactado detecta alguna anomalía, vendrá a por mí, si no, se quedará con Amaranta. Pero un presentimiento me susurra que Piloto acudirá a mí de todas maneras.

      Me concentro en esquivar, tomar atajos y dar esquinazo a las patrullas de guardias que obligan a los ciudadanos de Cumbre, por las buenas o por las malas, a huir. Algunos se refugian en casa y otros, neutrales sin vínculo, renegados y expirantes, suplican que les rescaten y les dejen entrar en los búnkeres destinados para ígneos y neutrales con vínculo.

      Como respuesta reciben negativas en el caso más pacífico, porque también presencio tundas y alguna muerte. ¿Cómo se puede tener tanta sangre fría y ser tan perverso en una situación que necesita de la máxima ayuda posible? ¿De la humildad y la colaboración? Los pregoneros extienden la palabra del Dios de la Corona Ardiente, describiendo a su divinidad como un ser bondadoso y protector que no les dejará morir en manos de la Diosa.

      Mentirosos.

      —¡Es hora de rezar más que nunca a nuestro Señor, hermanos ígneos! Él derrotará a la Diosa y sus seguidores. En nuestra fe, el Dios de la Corona Ardiente encontrará cobijo y fuerzas para acabar con aquellos que no creen en la única verdad. ¡La nuestra!

      El panel de control pita en mi brazo, destacando el ritmo de mis alteradas pulsaciones. Piloto está en camino. A partir de este momento, Amaranta se queda sola. Se me ocurre intentar contactar con Shioban o Caleb para comunicarles que me marcho y que ya nos reuniremos fuera de Cumbre, pero se me ha olvidado el móvil en casa. Por suerte, solo quedan unas calles y cruzar la Plaza de Ganz para llegar hasta la guarida de mi Clan. Alegrarme porque no me haya sucedido nada durante el trayecto debe ser el detonante de mi propio conflicto.

      Una bola de fuego impacta de lleno contra una casa cerca de mi posición y el suelo tiembla tanto que me doy de bruces contra él. Una lluvia de pequeñas rocas y lenguas de fuego cae sobre mí y trato de ocultarme bajo mi chaqueta ignífuga. La tela puede protegerme del fuego, pero no de los pedruscos. Genio. Uno roza el brazo que tengo levantado y rasga tanto la manga como mi piel. Siento un profundo escozor, pero consigo incorporarme y dar media vuelta. Tengo que escoger otro camino.

      No sé si todas las caídas y golpes sufridos han insensibilizado mi cuerpo o qué, pero he olvidado el granizo. Ha dejado de caer con fiereza en cuanto he encontrado a Amaranta, pero soy consciente de nuevo y noto los pequeños trozos de hielo contra mi piel como pellizcos traicioneros.

      Esquivo a duras penas a una familia de renegados que, sin duda, huye fuera de Cumbre. Pero son cinco y van muy cargados. Siento un pinchazo en el pecho: lo más probable es que no salgan vivos de la ciudad. Trastabillo por culpa del despiste, sin darme cuenta de que, sobre mí, se precipita inminente un bloque de metal que antes ha pertenecido a la base de una terraza.

      Paralizado, me cubro con los brazos. Ni siquiera pienso en lo inútil del gesto otra vez. Si no me aparto, el cascote me aplastará y, conmigo, la esperanza del resto del país de Erain y de la Tierra. Sin embargo, no me muevo. Las piernas no me responden.

      Espero el impacto, pero el bloque de metal nunca llega hasta mí. En cambio, se oye una estruendosa explosión y el escombro se desintegra en mil esquirlas de metal punzantes. Inevitablemente, varias de ellas se clavan en mi carne. Dos en el brazo y tres en la pierna. No es peor que estar muerto, pero doler, duele. Y mucho.

      Me arrodillo en el suelo entre gruñidos, aunque alzo la mirada para descubrir qué me ha salvado. Pienso que mi salvador será Piloto, apuntando con alguna de sus armas integradas, pero me equivoco. En lo alto de un edificio, el cielo en llamas recorta la figura de una poderosa sombra. Su capa ondea con violencia. Oculta su rostro tras una máscara de metal inspirada en las que llevaban los médicos de la peste. Aún mantiene el arco en alto con una flecha cuya punta parpadea en rojo: una flecha detonadora. Ya había visto una de esas en acción alguna vez, y pueden destruir objetos incluso más grandes que ese pedazo de metal que casi me ha asesinado. Solo una persona lleva tal indumentaria y utiliza este tipo de armas sin ser confundida con otra: Belladona, líder del Escuadrón Espino, la persona más buscada en todo el país.

      Otra sombra se desliza a mi lado y me giro rápido, asustado. Me duele mucho la pierna y el brazo, pero voy a dedicar toda mi energía en procurar sobrevivir. Tropiezo de nuevo hacia atrás, tratando de alejarme, porque delante de mí se yergue otro integrante del Escuadrón. Marfil, el segundo al mando. Oculta su rostro bajo una máscara con forma de calavera pintada de múltiples colores chillones y decorada con pequeños motivos geométricos. Su presencia me revela la verdad que he intentado acallar hasta ahora: no conseguiré llegar hasta mi Clan y tampoco avisarles. Debo salir ya de Cumbre.

      —¡Marfil! —La voz distorsionada de Belladona se extiende en eco hasta nosotros, como si hubiese seguido el cauce de un río—. Ayúdale y marchémonos.

      Marfil asiente y reacciona en cuanto Belladona desaparece por detrás del edificio desde el que, con sus potentes flechas, me ha salvado.

      —¿A dónde vas? —me pregunta Marfil, sacando un machete de su funda.

      —Huyo de Cumbre. —Más me vale no mentir.

      —¿Por qué? —Pero un cabeceo me hace suponer que se ha fijado en mi brazalete amarillo—. Eres un renegado… ¿Por eso huyes? ¿Porque no tienes sitio en el que esconderte?

      Me resulta irónico que este extraño me hable como si estuviésemos tomando un té tranquilamente y no en medio de la destrucción de nuestra ciudad. Más allá de sus tranquilas palabras, las casas arden y la gente chilla horrorizada ante la destrucción y la muerte de sus seres queridos.

      Cojo aire y me envalentono a mí mismo para terminar cuanto antes la conversación. Tengo una misión a la que no puedo hacer esperar. El Clan cree en mí. La humanidad aún no, pero pronto.

      —Exacto. Espero que en otros lugares de Erain me ayuden con mi misión.

      Parece que se escapa una risa desde dentro de la máscara de Marfil, pero el ruido externo la ahoga. O a lo mejor me lo he imaginado, aunque no me gusta. Yo apenas conozco cómo es el mundo fuera de Cumbre. La educación en el instituto se basó en aprender más sobre el pasado que sobre el presente, a base de datos falsos y manipulados en favor de la monarquía. Al convertirme en un renegado, dejando atrás mi vida como ígneo, mis derechos quedaron completamente limitados. No puedo informarme sobre el exterior. Nunca he podido salir de Cumbre. Sé de Erain lo poco que me ha contado mi Clan. ¿Es ingenuidad pensar que el mundo lejos de los muros de Cumbre puede no resultar tan voraz?

      —Te acompañaré un trecho. Tienes que curarte esas heridas, toma. —Me tiende una pequeña caja roja, que acepto—. Es un botiquín que estamos repartiendo a la gente. No lo pierdas.

      Tal vez el miedo me ha hecho olvidar que el Escuadrón Espino está formado por una especie de salvadores de las causas perdidas. Justicieros y condenadores de las malas artes. No se aferran a ninguna fe, pero luchan por un fin: no dejar que el poder consuma a los humanos. Proteger a los débiles y repudiados. Por eso los ígneos les odian tanto y piden sus cabezas.

      Comienzo