El Don de la Diosa. Arantxa Comes. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Arantxa Comes
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494923937
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me irrita.

      —Amaranta. —Y ahí mi padre. Autoritario—. Esto es tierra sagrada. Tierra que nuestro Señor de la Corona Ardiente creó por y para nosotros. Para protegernos del mal y serle fieles. Para continuar con lo que la Diosa ya ha destruido con cinco guerras mundiales: el proceso, la cima, el final del escalafón en la cadena humana. Todos los que no tienen una conciencia ideológica férrea, debilitan nuestra sociedad, destruyen nuestros ideales y contaminan la paz. Los desertores que se hagan a un lado aquí donde el Dios nos dio nombre y nos acogió en su remanso. Ellos no quisieron su abrazo y, por eso —se arremanga hasta el codo—, ellos no están sellados con su dicha.

      Y se señala el tatuaje que marca su piel. Es una simple llama. Varios trazos serpenteantes de color rojo fuego que definen su persona. Bueno, la suya y la de todos los adeptos al Dios de la Corona Ardiente, los ígneos. Solo ellos pueden llevar el brazalete rojo y tatuarse la llama.

      Aunque decir que “pueden” es concederles demasiado crédito, porque es obligatorio.

      Me miro el dorso de la mano izquierda, donde la misma llama que porta mi padre con tanto honor mancha mi piel. Porque para mí arde como verdadero fuego, como si la llama supiese todas mis verdades y todas las mentiras que me callo y que ni siquiera le cuento a mi gente de confianza. Estoy marcada, como ha dicho mi padre. Y me repugna.

      —Amaranta. —Le gusta mucho llamarme por mi nombre completo, como si así pudiese imponerse más sobre mi persona. Como si fuese una clave que abriese y cerrase mi metafórica sepultura a su lado. Me coge por los hombros y me mece un poco para sacarme de mis pensamientos—. Eres una ígnea. Ni una neutral ni una renegada ni una expirante. Perteneces a una de las familias más importantes en esta comunidad ígnea y tu herma… —parece atragantarse con el apelativo—, él —rectifica—, no debe determinar tu presente, porque él es tu pasado y tu presente es Quildo. —Y mi padre señala con orgullo a mi prometido.

      Mi madre se seca una lágrima tan sincera por la que casi vomito aquí en medio. Me siento muy mareada y no sé por qué la aparición de mi hermano me ha desestabilizado tanto. No pude defenderle en su momento, ya que aquello habría truncado mis posibilidades, pero eso va a cambiar.

      —Ami. —¿Por qué no se callan? Me desespero—. Vayamos a la ceremonia de la Iglesia y luego descansemos. Si Edgar me deja, hoy puedes venir a mi apartamento a pasar la noche. —Sonríe Quildo.

      —Por supuesto —accede mi padre. Soy como un animal doméstico para ellos—. Siempre y cuando la respetes. —Le da una palmada en la espalda que enrojece más si cabe el rostro de Quildo, pero que a mí me repugna hasta tal extremo que no puedo contener una arcada.

      —¿Estás bien, cielo? —Mi madre me pone una mano protectora en el hombro—. Oh, mi Dios, protégela de todo mal. En su corazón arde tu dicha, te venera...

      —No. No me encuentro bien —la interrumpo, cada vez más agobiada.

      —Querido, Amaranta no debería venir a la ceremonia de hoy. Mírala. —Debo estar bastante pálida, porque mi padre nunca ha cedido ante una petición semejante.

      —Pero hoy le tocaba a ella leer la cuarta enseñanza de nuestro Señor. No sé…

      Cuarta enseñanza: solo existe un único Dios y tu misión es seguir su camino.

      —Edgar, yo la llevo en mi aerocoche a casa, regreso para la ceremonia y si luego se encuentra mejor, que venga conmigo. Le rezaremos al Dios para que perdone su pecado. Vuestra elevada posición dentro la comunidad ígnea os permite alguna falta que otra. —A veces, el peloteo de Quildo sirve para algo.

      Mi padre parece rumiar la idea de mi prometido como si fuese un chicle demasiado duro que masticar. Y no sé si es la desmedida confianza en Quildo, los ojos de cordero degollado de mi madre o mi fantástica actuación, pero alguna de ellas da resultado, porque mi padre termina aceptando la propuesta.

      —Perfecto. Vamos, Ami, que te llevo a casa. —Me coge de la mano y me dan ganas de arrancarle los dedos.

      Mi madre no afloja su agarre y Quildo se percata. Se gira hacia ella con un gesto muy tranquilizador y dice:

      —Marga, no te preocupes, de verdad. Debe ser un simple mareo. En estos días ha habido muchos cambios de temperatura y eso debe haberle afectado. ¡Que siempre viste manga corta, incluso en invierno! —Cómo odio cuando habla como si yo no estuviese presente.

      De nuevo sus palabras parecen conjuros que atraen y otorgan seguridad a las personas que los escuchan, porque mi madre relaja el rostro y su mano pasa de apoyarme a empujarme hacia el chico. Lo cierto es que no puedo pedir más, pero si Quildo intenta sobrepasarse porque estamos solos, no respondo de mis actos.

      —Tranquila, mamá. Estoy con Quildo. —Me acerco más a él, retomando mi papel—. Y sé dónde están las pastillas, así que relájate. Disculpad mi ausencia ante el alcalde Ganz y disfrutad de la lectura de la enseñanza.

      Tras varias despedidas y consejos, ambos deshacemos nuestros pasos para alcanzar el aerocoche de Quildo. Él se mantiene a pocos centímetros de mí, pero yo no soy tonta y noto cómo provoca roces, tropiezos y encuentros de miradas. Tengo que sacar lo mejor de mí para no echar a correr.

      Pasamos por donde hemos dejado a Tristán arrodillado en el suelo. Mi pañuelo amarillo no está y ojalá sea porque mi hermano lo ha aceptado. Tristán, cómo te echo de menos.

      Y Quildo parece leerme el pensamiento, porque aprieta el paso y su actitud se torna fría y distante. Se lo agradecería si no lo conociese demasiado bien y supiese que en breve soltará una retahíla de moralinas e insultos contra mi hermano.

      —Cómo se le ocurrió a Tristán. La Diosa… Un renegado. Que no te asombre que en la siguiente Criba lo hallemos muerto en medio de la plaza. —Esta afirmación me golpea muy fuerte, pero me mantengo firme.

      —Él escogió su camino…

      —Y menos mal que tú te quedaste en el nuestro, Ami.

      —Es que yo no creo en la Diosa. —Ni en el Dios. Ni en nada. Esto me está superando.

      —Gracias a esto podemos estar juntos y forjar un futuro. Tengo muchas ganas de que llegue el día de nuestra boda y podamos vivir juntos. —Suena muy sincero y me cuesta horrores simular la misma honestidad.

      —Espero que mis padres acepten las hoyas como flores para el ramo. —Río .

      Toda mi pantomima surte efecto siempre, y eso que a veces pienso que el sobreesfuerzo me delata. El empeño es superior a mi desagrado y sacar el tema de la boda envalentona a Quildo para hablar de ella durante todo el trayecto. Está emocionado. Normalmente le dejo este asunto a mi madre, y supongo que verme pidiendo ciertas flores para el ramo nupcial ha alterado sus ganas y sentimientos. Tal vez demasiado.

      Por fin llegamos a la puerta de mi casa. Pongo los ojos en blanco cuando mis dedos se quedan a milímetros del asidero de la puerta, ya que Quildo siempre está decidido a abrirme el camino. Ahora resulta que tampoco sé salir de un coche sin la ayuda de su galante caballerosidad. Desciendo con otra de mis sonrisas, y con una cabezada le agradezco el gesto. Tanta falsedad acabará enquistándome el corazón, pero ¿qué le voy a decir a Quildo? ¿No me abras la puerta que tengo manos? Se me escapa una risa entre dientes por el chiste. Una risa de las verdaderas, de las que hinchan el pecho y satisface la memoria incluso cuando se ha pasado el efecto embriagador de la felicidad.

      Quildo me acaricia la espalda, y la dulce sensación de diversión que casi me emborracha desaparece de golpe. Y no solo se esfuma por el contacto, sino porque sé qué va a suceder tras ello. Es complicado mantener a raya los roces físicos con Quildo, porque él siempre desea más.

      Se acerca lentamente y yo cierro los ojos. Me encomiendo a la oscuridad, mientras imagino que soy libre. Que puedo disfrutar de la vida sin imposiciones ni ataduras. Que el mundo no se está muriendo y que la vileza de las personas no ha sido suficiente para corromper una sociedad entera. Imagino que él y el resto no se diluyeron en su propia sangre, que siguen vivos junto a mí.

      Sus