Me siento en una silla junto a mis amigos, rendida, como si hubiese corrido una maratón, e Iggy apoya los codos sobre la mesa y deja descansar la barbilla sobre sus manos. Enarca una ceja.
—¿Qué? —le incito, porque ese gesto tan travieso no entraña nada bueno.
—Debes haber revolucionado hoy el panorama, Ami.
—¿Cómo? —Me giro hacia Agatha, a sabiendas de que ella atajará y me contará a qué se refiere Iggy.
—Quildo ha venido por aquí —dice tan seria como siempre.
—¡Agatha! No le estropees la sorpresa. —Iggy está siendo demasiado irónico.
—Iggy, no estoy para bromas. Hoy no he tenido un buen día. —Me masajeo las sienes y sé que el silencio de ambos se debe a que esperan una respuesta más específica—. Creo que Quildo está sospechando de mí. Se me ha ido la lengua con alguna que otra cosa…
—No sería con un beso, ¿no? —continúa Iggy con el cachondeo, aunque se me escapa una risita.
—No, desde luego que no ha sido con un beso.
Agatha pone los ojos en blanco y le acaricio el largo pelo con una sonrisa divertida. Iggy le saca la lengua, tratando de recuperarla, pero la chica, todavía molesta por tanta tontería, le lanza una cucharilla que Iggy esquiva por los pelos. Suerte que no ha alcanzado el cuchillo, porque si no, la mejilla de Iggy ahora estaría adornada por una fina, aunque sangrante herida.
—Ya vale de juegos… —La cavernosa voz de Gorio nos paraliza a los tres—. O saco a Jacinta.
Nos volvemos con amplias sonrisas, como si nunca hubiésemos roto un plato, y Gorio, ronroneando como un enorme felino satisfecho, deja caer mi jarra de cerveza sobre la inestable mesa de madera. La cojo por el asa y me la llevo a los labios para darle un largo trago que me sabe a gloria.
—Para que os hagáis una idea, Quildo ha nombrado hoy a Nil, así que… —Suspiro.
—Sí que has debido estar rara. Nil es un tema prohibidísimo. —Se cruza de brazos Iggy.
—Pero, ¿ha descubierto algo sobre él? —pregunta Agatha, temerosa.
—No, no, sigue sabiendo lo justo. Que es un amigo que no era ígneo y poco más...
Agatha crispa el rostro y pone una mano sobre mi hombro:
—Pues ha venido por aquí y parecía estar buscándote. No te asustes, pero puede que estés en lo cierto y sospeche.
—¿Pero no es una casualidad muy grande que justo me busque aquí?
—¿Te ha seguido algún día? Puede que te esté espiando…
Las preguntas me incomodan y me siento culpable al no haberle dado más importancia al presentimiento que me ha atenazado durante el trayecto hacia El Tugurio. ¿Y si se trataba de Quildo persiguiéndome? ¿Y si se lo cuenta a mis padres? Todos mis planes quedarán reducidos a cenizas por un desliz y fallar no es una opción. No puedo fallarle a Tristán. Ni a mí.
Me quedo absorta en las burbujas que flotan en la espuma de la cerveza. De pronto me siento perdida y llena de dudas, como una niña pequeña que desconoce el rumbo en un bosque angosto y no halla la salida. ¿Y si no encuentro mi salida? ¿Y si a la salida me espera algo peor? Hace dos años que los ígneos dejaron de ser tan confiados y benevolentes. Aunque lo cierto es que nunca lo han sido.
Y mi corazón de nuevo se encoge y me deja sin respiración. ¿Estará volviendo su debilidad? ¿Moriré antes de que…?
—Ami… —me susurra Agatha, sacándome de mis cavilaciones.
Su mirada es una señal de alarma puesta en mis espaldas. Me vuelvo hacia Iggy, pero este me detiene dándome un débil golpe con el pie por debajo de la mesa. No debo girarme y creo intuir el porqué.
Mi amigo hace una sutil señal más allá de mí. Una señal que reconozco demasiado bien: advertencia. Iggy le está indicando a Gorio que el recién llegado no debe reparar en nosotros. Pueden ser mis padres, algún guardia o algún ígneo cercano, o el mismísimo Quildo. A qué mala hora enumero a mis enemigos.
—Acaba de entrar Quildo —anuncia Iggy entre dientes.
—En cuanto diga tres, ponte la capucha —me dice Agatha—. Una… dos… —El tres tarda una eternidad en llegar—, tres.
Con un movimiento rápido me echo la capucha y agacho la cabeza hasta que el cuello me da un tirón en una punzada muy dolorosa. Contengo el aliento, por si Quildo es capaz de reconocer el ritmo de mi respiración incluso estando a varios metros de mí. Iggy me pone una mano sobre el brazo, tapando el brazalete rojo, mientras finge tener una conversación con Agatha.
No debe descubrirme, no cuando estamos tan cerca de conseguir nuestro propósito. Creo oír la voz de Quildo acercándose a nosotros, pero una sensación mucho más lejana al mundanal ruido que nos rodea me atrapa. Es como un ligero temblor, como si miles y miles de hormigas corretearan en marabunta bajo nosotros, en el subsuelo. Hormigas que, además, desprenden un calor inaguantable.
La mesa vibra sutilmente y capta mi atención. Ninguno de mis dos amigos ha hecho ningún movimiento brusco y, que yo sepa, hasta el momento no existe la magia, así que, o la mesa se ha movido sola o la locura está abrazándome fuertemente.
Sin embargo, nuestros vasos también comienzan a bailar al son de la mesa. Los líquidos burbujean como si estuviesen hirviendo. Y qué calor. De pronto, las campanadas de la Iglesia Coronaria tañen descontroladamente. Solo significa una cosa: un desastre climatológico está a punto de ocurrir.
Entre chillidos desquiciados, la gente salta disparada de sus asientos, apelotonándose en la entrada, dispuesta a pasar por encima de quien sea y como sea para sobrevivir. Por encima del griterío, se escuchan las órdenes de Gorio. Iggy no quita la mano de mi brazo y yo antes muerta que descubrirme ante Quildo cuando todo puede resultar una falsa alarma de este extraño fin del mundo.
Gorio descuelga a Jacinta y el gesto calma la conmoción de los clientes, aunque los murmullos no cesan. Pero, en un abrir y cerrar de ojos, alguien entra por la puerta principal gritando que huyamos. Que huyamos porque el cielo está en llamas.
Y entonces, ya no importa que Gorio haya echado mano de Jacinta, porque el miedo resurge imparable. Los clientes vuelven a agolparse, pegarse y pisotearse entre ellos con tal de ser los primeros en salir del local. Iggy me coge de la mano y tira de mí para levantarme. Intento agarrar a Agatha, pero no la encuentro. La busco con la mirada entre la multitud.
Por suerte, solo está a unos pocos metros frente a nosotros. Su pequeño cuerpo está siendo aplastado brutalmente por el de dos mercenarios. Gracias a su habilidad, está consiguiendo mantenerse en pie, pero la firmeza de los dos cuerpos que la aprisionan la elevan del suelo con cada sacudida. Si siguen así, la tirarán y la matarán.
Me desasgo de la mano de Iggy y su grito por poco me detiene, pero ya me da igual quién me vea, incluso si es Quildo. Tengo que proteger a Agatha, no importa lo que cueste. Me escabullo entre los cuerpos como si fuese una danza frenética y alcanzo a mi amiga que, al verme, extiende su pequeña mano hacia mí.
Sin embargo, antes de que pueda rozar siquiera sus dedos, alguien me coge y me aparta de Agatha y mi rumbo en un solo movimiento. Me encuentro cara a cara con Quildo. Nunca sus ingenuos ojos oscuros han parecido pozos sin fondo. Y qué miedo me da buscar en ellos.
—¡Iggy! —Solo hace falta llamarle con un tono tan alarmante para que él sepa qué tiene que hacer.
Quildo me va a retener, pero no voy a abandonar a Agatha.
—¡Sabía que me ocultabas algo! —me grita mi prometido.
—Salgamos de aquí, por favor, y te lo contaré todo.
—¿Por qué nos mientes? ¿Por qué te mezclas con los neutrales, los renegados y los expirantes? Es aquí donde trabaja tu hermano, ¿verdad? ¿Desde