Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788416848133
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mar espumeante pasar bajo los pies. Se construyó en el siglo XIX bajo Napoleón. El del Norte es una escollera de piedra y un muro. Ambos estaban abarrotados de pescadores que lanzaban sus plomos hacia la mitad del paso, añadiendo estrés a la maniobra de entrada, ya de por sí delicada. El año anterior las olas de los temporales de invierno habían rebasado la escollera del Norte e inundado y causado desperfectos en las urbanizaciones de la orilla. En mitad del malecón del Norte hay una estatua en piedra de una Virgen, que parece estar allí para desearte suerte en la curva que te espera. En efecto, ya dije que hay que entrar a toda velocidad para que no te adelanten las olas y te atraviesen. Pero al final de los espigones está la boca del puerto a la derecha, y al llegar a ella hay que girar de golpe 90 grados a estribor, lo que podría compararse a tomar con la moto una curva tapizada de pieles de plátano. Por si fuera poco, enseguida dentro del puerto está la prohibición de navegar a más de tres nudos, y como los barcos no tienen frenos es una tarea casi imposible que puede dar lugar a maniobras desesperadas.

      Capbreton es una ciudad turística, volcada en los balnearios, el surf y el golf. Se originó en la desembocadura del río Adour, que posteriormente fue desviado a Bayona en el siglo XVI. Este desvío provocó, por la falta de arrastre, la colmatación de arena del puerto de Albret, al Norte de Capbreton, que era el principal puerto comercial de la zona y ahora no es más que una lagunita inaccesible. En aquella época de Capbreton partían hacia Terranova e Islandia los balleneros, y se dice que fueron los primeros en descubrir América, antes que Colón. La Isla de Capbreton, en el Norte de Nueva Escocia, podría ser un testimonio de esta hipótesis, con numerosos pueblos con nombres franceses. Posteriormente todo el puerto fue remodelado y urbanizado, y en los años 80 y 90 se construyeron las tres dársenas actuales y los complejos turísticos y balnearios.

      Nos situaron en el atraque B30 y además de darnos distintos folletos turísticos, la bolsa de bienvenida incluía una botella de vino y un libro en francés (“Histoires de l’ami Pierrot”, de Pierre Grocq) con anécdotas de la infancia de un autor local, todas ellas relacionadas con la vida en Las Landas y concretamente en los alrededores de Capbreton. Para nosotros nada interesante, la verdad, pero nos vino muy bien para los intercambiadores de libros que hay en algunas marinas. Son lugares donde los navegantes de paso dejan un libro a cambio de otro, sin ningún otro requisito. En los barcos se tiene mucho tiempo para leer pero poco espacio para guardar libros, por lo que es un servicio muy útil en los viajes. El que nos dieron en Capbreton lo cambié más adelante por una completa guía náutica de Francia más actualizada que la que llevaba desde España.

      Nada más llegar al puesto de atraque empezaron a merodear por el barco las familias de patitos que viven en el puerto. Algunos han anidado en sitios inverosímiles, como por ejemplo en un velero abandonado en nuestro mismo pantalán que tenía tanto musgo que los patos no habían tenido ni que hacer el nido, ya se lo encontraron hecho. Nosotros dedicamos la tarde a secar todo el equipo y recorrer el pueblo en las bicis y Alicia corriendo a nuestro lado, y especialmente el lago Hossegor, que desemboca en el puerto por un canal. Es un lago artificial de seis kilómetros de perímetro, alargado, cuya agua está retenida por una presa que termina abocando al canal de entrada del puerto. Tiene una pista ciclable todo alrededor, que ese día estaba llena de barro. Pese a su reducido tamaño allí se practican todos los deportes náuticos incluyendo la vela ligera, y tiene una playa artificial muy concurrida, mucho más que las de la ciudad que están abiertas al Atlántico, siempre lamidas por la espuma del oleaje. La calle que une el lago con el pueblo, y que yo recordaba llena de chiringuitos y tenderetes de artesanía, ese día de tiempo invernal estaba desierta, como el propio lago y sus alrededores.

      Al anochecer fuimos a concretar los planes para el día siguiente en la capitanía y aquí vino todo lo malo, lo que hace que a veces los navegantes nos replanteemos nuestra afición. Queríamos que ellos llamaran de nuestra parte a Cap Ferret, el faro de la entrada de Arcachon, para que nos informasen de las condiciones del paso los días siguientes y de los ejercicios de tiro. Es preferible que hagan las gestiones ellos, en primer lugar por el idioma (luego nos lo explican con detalle a nosotros) y en segundo lugar porque para nosotros sería una llamada internacional y para ellos local. Curiosamente el primer empleado con el que hablé no tenía ni idea de la existencia del campo de tiro. Supongo que sería nuevo o suplente. Era como si le hablase de extraterrestres. Luego nos atendió una chica más veterana, que por cierto hablaba español, y después de muchas gestiones el panorama que se presentaba era el siguiente:

       El área de tiro había que respetarla incluso los días en que no se realizasen ejercicios, a menos que la autoridad militar dijera lo contrario. El día siguiente, que era martes, no habría ejercicios, pero el miércoles sí. La zona de seguridad pasaba a ser al Oeste del meridiano 1º 20’ W por la mañana y de 1º 23’ W por la tarde, y entre las latitudes 44º 21’ N y 44º 28’ N. Esto fue una sorpresa para nosotros, pues en toda la documentación que habíamos consultado indicaban que la zona segura era pegado a la costa, y ahora era al revés, se iba a disparar entre esa longitud y la costa y la zona segura era mar adentro de la línea.

       No habría problemas para entrar en Arcachon si llegásemos el día siguiente, martes, entre las 16 y las 20 horas. La pleamar sería a las 18:06 h, pero aunque hubiese luz y pudiéramos atravesar el paso, si llegásemos cerca de las 20 horas tendríamos luego la marea vaciante de cara hasta el puerto de Arcachon, que son dos horas y media o tres más de navegación, con lo que llegaríamos de noche y con la corriente de marea (hasta 5 nudos) en contra. Si no consiguiéramos llegar en hora tendríamos que seguir navegando de noche hacia el Norte, metiéndonos en el miércoles con ejercicios de tiro y con pronóstico de viento de cara.

       Posteriormente el pronóstico para toda la semana era de vientos del Norte de fuerza 4 y 5, lluvia, y ejercicios de tiro todos los días. Todo reiterativo como los acordes del bolero de Ravel.

      El resumen nos sentó como un bofetón. Desde Capbreton a Arcachon teníamos 60 millas a rumbo directo (más dando bordos) por lo que era casi imposible que las recorriéramos en las 12 horas entre dos pleamares (teníamos que salir de Capbreton en pleamar y llegar a Arcachon también en pleamar) con el viento de cara. Si no llegásemos nos obligaría a pasar la noche en el mar, sin garantía de poder llegar al siguiente puerto, Royan, ya en la desembocadura del Garona, porque son 80 millas más a rumbo directo. O bien a abandonar a mitad de camino y volver grupas, retrocediendo con el viento portante a Capbreton haciendo 60 millas para nada. Nuestra decisión fue madrugar al máximo el martes, incluso saliendo antes de la pleamar en Capbreton, para intentar llegar a Arcachon en esa franja horaria. Nos acostamos pronto para estar descansados el día siguiente. Al preparar la cena tuve la mala suerte de que rindiera su alma el taburete plegable en el que cocinaba, que me permitía hacerlo con la espalda recta en lugar de encorvado, lo que suponía una incomodidad nueva a bordo. A pesar de su simpleza, suponía un inconveniente porque tardé varias semanas en conseguirme otro.

      El martes nos levantamos a las cuatro y media para ir a ver el panorama desde el puerto, ya que la pleamar era a las cinco. Y lo que vimos fueron nubes negras como murciélagos de las que caían cuerdas de agua, el paso con rompientes y un rumor parecido al susurro de las hojas muertas, un viento de morro de fuerza 5, y un maretón lleno de borreguitos. Para enfriarte la sangre. Y aunque allí el viento venía del Oeste en Arcachon vendría del Norte, una auténtica pared de viento que nos haría casi imposible llegar en la pleamar. Nos sentimos pequeñitos y no nos pareció prudente salir así, arriesgándonos a un zozobre en el paso, y volvimos a bordo con el pulgar hacia abajo. Nos pasamos la mañana durmiendo, descansando bajo el diluvio. Por la tarde avisamos a Cap Ferret de que no habíamos salido para no generar alarmas innecesarias al ver que no llegábamos (nos habían pedido hora estimada de llegada, tipo de barco y su nombre, número de personas a bordo, etc.) y nos preocupaba que nos estuvieran esperando y al no llegar se temieran lo peor. Nos alegramos de hacerlo así porque realmente llevan un control exhaustivo de los barcos de paso, como comprobaríamos unos días más tarde. Luego fuimos a cargar gasolina, a conocer el pueblo en los intervalos en que escampaba, y hasta la estación de autobuses porque nos temíamos tener que estar allí encerrados hasta cuando las gallinas tuvieran dientes, y queríamos valorar la posibilidad de ir a conocer Bayona o Burdeos en autobús. En el pueblo nos sorprendieron algunas