Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788416848133
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la televisión vasca, con muchos curiosos. Después la senda abandonaba el pueblo y seguía transformada en una senda verde por los pueblos de los alrededores. Y al terminar la tarde continuamos por otra senda costera que recorría las dos playas de Ondarroa, esta vez en dirección al Este. La noche fue desapacible pues volvió la lluvia, hizo un frío helador, y además nos despertó la sirena de la lonja, como en Santoña.

      Por la mañana salimos a primera hora con dirección a Pasajes. La previsión era de día nublado y posiblemente lluvioso, con viento suave del Nordeste, o sea, de morro. Por desgracia el pronóstico no se equivocó y fue una navegación nefasta. El viento venía en efecto justo de morros, y casi todo el camino estuvo lloviendo. O sea que hicimos toda la travesía a motor. Cuando intentábamos ir a vela el rumbo se abría demasiado y no hacíamos más de 1,8 nudos. Además el timón automático hacía dar muchas guiñadas al barco, lo que nos dificultaba refugiarnos en la camareta durante los chubascos, y tuve que volver a ajustarle la “ganancia”, que es el margen de tolerancia a las desviaciones del rumbo. En resumen, uno de esos días en que como dice el refrán “a veces la vela es solo un poco más divertida que el trabajo”. Por si fuera poco, al sacar un bidón de gasolina para rellenar el depósito principal se trabó con alguna pieza puntiaguda de la bici y se pinchó, empezando a salir un chorrito de gasolina al pañol y amenazando con una faena de las gordas (achicar 10 litros de gasolina de un sitio cerrado, sin tener dónde escurrirlo porque no se puede tirar al mar). Por suerte el otro depósito estaba lleno solo hasta la mitad y pudimos trasvasarlo, si no nos habríamos enfrentado a un problema bastante correoso. La verdad es que los dos depósitos suplementarios para este viaje (20 litros) los compré pensando principalmente en que tuvieran un tamaño adecuado para el transportín de la bici, y menos en la calidad de los materiales. Desde el principio me pareció un plástico muy fino y pagué las consecuencias de ese criterio equivocado. Esta reserva suplementaria era imprescindible para afrontar la larguísima travesía de Las Landas, como comentaré más adelante, por si nos quedábamos sin viento. Más adelante en el viaje sustituí los dos bidones por otros de mejor calidad.

      Al mediodía pasamos por enfrente de San Sebastián, viendo su famosa Isla de Santa Clara en mitad de la bahía, flanqueada por los montes Igueldo al Oeste y Urgull al Este. Se debe entrar entre el Urgull y la isla, aunque nosotros no íbamos a hacerlo pues no tienen plazas de visitantes en el puerto y se debe fondear o tomar boya en la bahía, bastante incómodo para bajar a tierra con nuestros medios. Con niebla es fácil confundir el monte Urgull (más alto) con la Isla de Santa Clara e intentar dejarle por estribor para entrar a San Sebastián, error garrafal pues te hace entrar en el río Urumea, que no es navegable, y te lleva a varar en la misma ciudad. Nosotros íbamos a seguir hasta Pasajes o Pasaia (43º 20,2’ N; 1º 55,7’ W) solo tres millas náuticas más hacia el Este. Están tan cerca que en los barrios periféricos de Pasajes hay algunas calles en las que una acera pertenece a San Sebastián y la otra a Pasajes. En ese pequeño recorrido por mar hay un bajo muy peligroso, el de Pekachilla (43º 20,9’ N; 1º 58,3’ W) que aunque está bien cartografiado sigue produciendo accidentes pues son unas rocas que velan a solo 20 cm por debajo del agua. Pasajes es un puerto comercial con una entrada preciosa e impresionante, una falla entre dos acantilados como los fiordos de los países nórdicos, una estrecha franja de mar entre montañas altísimas. En realidad es la desembocadura del río Oyarzun invadida por el mar y constituyendo una angosta bahía en forma de “T”. La entrada es tan estrecha que para que entren y salgan los mercantes han tenido que poner un semáforo náutico, que es como los de la circulación pero situado en lo alto de una montaña con indicaciones para los barcos, especialmente los mercantes, diciéndoles si pueden entrar o salir, porque no pueden cruzarse dos en el paso. A los veleritos no nos afecta, porque circulamos por fuera de su canal, pero impresiona cruzarse con uno de ellos. Luego viene un estrecho corredor de casi dos kilómetros, rodeado de casitas típicas de Euskadi que hunden sus cimientos en el mar, como las de Venecia. La guía Imray advierte (en rojo):

      “Mar desordenado con vientos del Norte en la entrada estrecha; entrar en el último cuarto de la marea creciente”.

      Además, precisamente por la estrechez del paso, la corriente de marea puede ser de hasta dos nudos en la vaciante. La aproximación desde el Oeste, como veníamos nosotros, es sorprendente porque ves las boyas roja y verde de babor y estribor muy desplazadas hacia la izquierda del paso, y lo que te pide el cuerpo es seguir recto hacia la entrada. Pero si lo haces así te vas directo a las rocas. Hay que respetar esa “puerta” aunque te parezca absurda. Ambas orillas del canal de entrada tienen caseríos preciosos, casitas de uno o dos pisos con la fachada blanca y el tejado de tejas, algunas de las cuales con el balcón cerca del mar al que han puesto una escalera para poderse bañar desde él. Una vez dentro la bahía se divide en dos ramales, el derecho o del Oeste es Pasajes de San Pedro y el izquierdo o del Este Pasajes de San Juan. Allí dentro el paisaje es más industrial, con mercantes amarrados, grúas y todos los tinglados portuarios. Unos pequeños transbordadores preciosos unen ambas orillas de la ría para pasar de San Pedro a San Juan y viceversa sin tener que rodear toda la bahía.

      Hasta hace pocos años dentro de la bahía se fondeaba o se tomaba una boya, pero recientemente se han construido pantalanes con algunas plazas para transeúntes. Por desgracia para los navegantes de paso, el paisaje idílico no está acompañado por los servicios que prestan en la marina ni por su precio. En 2014 recalamos en Pasajes de San Juan de forma gratuita, como en otros puertos pesqueros que hemos comentado. Pero en 2015 nos cobraron en el Club Náutico Izkiro, en Pasajes de San Juan, 15 euros por una noche para un barco de 6 metros, cuando no tienen ningún tipo de servicio, ni siquiera aseos, y no digamos wifi, tiendas, los servicios de un club náutico, etcétera. En pocas palabras, solo por amarrar y darte la llave del pantalán para ir a tierra. Teniendo en cuenta que en Getxo pagamos 17 euros en una marina con todo lo que he comentado, además de centros comerciales, multicines, restaurantes y cafeterías, etc., y en Hondarribia 10 euros con todo lo anterior más lavadora y secadora de ropa gratuitas, parece claro que en Pasajes quieren explotar a la gallina de los huevos de oro hasta que se les muera, o bien que quien dispuso la tarifa se había golpeado en la cabeza. En conclusión, recomendamos a los navegantes que pasen por esta zona que si quieren ver la entrada de la ría lo hagan en un tránsito de ida y vuelta, y vayan a dormir a otra de las marinas cercanas.

      Por la tarde dejó de llover y en algunos momentos incluso salió el sol. Lo aprovechamos para recorrer con las bicicletas las calles del pueblo y una senda que circula paralela a la ría con vistas al mar y a la orilla de enfrente. El final de la senda del lado Este se bloqueó por un argayo hace años y no se ha rehabilitado, estando obstruida por el derrumbe. No obstante los escaladores siguen pasando pues en la punta del acantilado hay una zona de escalada en roca que cuando hace buen tiempo está muy concurrida. Todas las calles del pueblo tienen vistas a la ría y es un paisaje sorprendente, pues cuando entra un gran barco parece que va a chocarse con las casas o a meterse por las calles.

      Para esa madrugada se habían anunciado vientos del Sur de fuerza 5 con rachas de 6 y nosotros estábamos al lado Sur del pantalán. Nos acostamos pronto preparados para lo peor: unas olas cortas y picudas como las que se forman en la bahía de Santander cuando sopla el Sur, empujándonos y chocándonos contra el pantalán. Habíamos reforzado las amarras y colocado todas las defensas disponibles en el lado del pantalán, y nos habíamos mentalizado para una noche de las de no pegar ojo. Pero al final solo hubo una ola cortita pero mansa que retumbaba en el espejo de popa, y un poco de movimiento a eso de las cinco de la madrugada, que lo único que hizo fue hacernos abrir un ojo ante el meneito, para salir a revisarlo todo y seguir durmiendo. No fue para tanto.

      El día siguiente nos esperaba una etapa cortita hasta Hondarribia. Teníamos que recalar allí para un cambio de tripulación y para presentar de nuevo el libro “Carpe Diem. Vela solidaria en Santander” invitados por el Club Náutico. El pronóstico era de vientos del Sur, quizás un poco más fuertes de lo que nos gustaría (hasta fuerza 6) pero que nos permitirían una navegación rápida y a rumbo directo hasta el cabo Higuer, a la vuelta del cual se encuentra Hondarribia y detrás el río Bidasoa, frontera con Francia. Salimos de Pasajes a las nueve y empezamos la ruta con llovizna y viento fuerte del Sur que nos vino fenomenal. Como las montañas desventan la superficie del