Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788416848133
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de las calas es de acceso tan difícil y resbaladizo que tiene una soga con nudos para ayudarse en el descenso. Desde la altura del faro vimos la desembocadura del Bidasoa y a la patrullera francesa en el lado “español” que comenté antes. También por la mañana estuvimos recorriendo un mercadillo de antigüedades y cosas de viejo que se sitúa sobre el muelle, de esos en que te comprarías todo si tuvieras sitio en casa donde ponerlo. Un regalo para la vista y para la nostalgia. Y por fin el domingo llegó la hora de las despedidas, porque Ana se volvía a Santander y no nos veríamos hasta tres o cuatro semanas después en Bretaña. Eso si conseguíamos llegar, lo que entonces no estaba nada claro porque el lunes empezaría nuestro necesario Purgatorio, la subida de Las Landas, que contaré en el siguiente capítulo.

      Capítulo 4

       El purgatorio de la costa

       de Las Landas

      El lunes empezábamos las etapas más duras de esta navegación. Nos esperaba la costa Oeste de Francia, conocida como Las Landas, con etapas de unas 80 millas náuticas cada una (en línea recta, ya que con los inevitables bordos sería mucho más) hasta Arcachon y Royan, en la desembocadura del Garona, por donde salimos de la vuelta a España, respectivamente. Es una costa lineal, baja y arenosa, de más de ciento cincuenta millas y sin puertos intermedios, expuesta a los vientos del Oeste y sobre todo a las grandes olas del Océano Atlántico que entran hasta el fondo del golfo de Vizcaya sin ser frenadas por nada. En el interior de la costa hay numerosos estanques o lagos, algunos de los cuales estuvieron comunicados con el mar pero cuya entrada se fue cegando por los aportes de arena y ya no son accesibles para los veleros. La plataforma continental sube abruptamente y el océano pasa de más de 4.000 metros de fondo a 80 metros a pocas millas de la orilla, y allí las olas rompen y se desordenan creando uno de los mares más peligrosos del mundo cuando sopla duro del Oeste. Por otra parte, en los meses de verano es el Noroeste el viento que predomina. Por si fuera poco, el mar es una zona de entrenamiento de tiro del ejército francés, desde la desembocadura del Garona hasta Capbreton, y hasta 35 millas mar adentro. Solo es seguro navegar por una zona de tres millas paralela a la orilla, donde no se dispara, o en las zonas específicamente señaladas por la autoridad militar cuando hay ejercicios. Por eso hay que preguntarlo expresamente y a veces te encuentras sorpresas, como nos pasó a nosotros y comentaré más adelante. Además los puertos que teníamos previstos (Arcachon y Capbreton) a veces no son accesibles porque hay que entrar en unas horas determinadas de marea, sin oleaje y de día.

      Salimos de Hondarribia a las 9:25 con intención de llegar al puerto de Capbreton, una primera etapa corta (24 millas náuticas) para que la nueva tripulación se fuera amarinando y no darse la paliza en su primer día de embarque. Solo se puede entrar en pleamar y con olas de menos de un metro, circunstancias que se darían ese día antes de las cuatro y media de la tarde y que tendríamos que conseguir a toda costa, pues si no, tendríamos que continuar hasta Arcachon, 70 millas náuticas más al Norte, pasando la noche en altamar. Para los días sucesivos el pronóstico no era muy favorable porque daban vientos del Norte para toda la semana, lo que nos obligaría a interminables etapas de ceñida y tal vez nos impediría seguir adelante. Al salir de Hondarribia nos encontramos con viento del Norte pero como la ruta hasta Capbreton era sensiblemente nordeste (42º) tuvimos el viento por el través lo que nos permitió llevar izada toda la vela y hacer 5 nudos con facilidad. Incluso durante una hora nos permitimos izar el espí, pero cuando íbamos así tan contentos vimos que el horizonte se ponía negro como la tinta y que por babor se formaban dos trombas de agua, un fenómeno excepcional que yo no había visto al natural en toda mi vida de navegante. Y más excepcional es ver dos a la vez. Son como un tornado encima del mar que absorbe en su remolino el agua salada hacia arriba. Su peligrosidad radica en los fuertes vientos que las acompañan, pero sobre todo en la cantidad de agua que hay en el aire (es agua salada, no dulce como en los chubascos) como una cortina o una cascada que cae sobre el barco y a veces los imbornales no son capaces de evacuar. Estéticamente son muy bonitas, como un embudo oscuro que cuelga de las nubes y a veces como una trompa de elefante que llega a la superficie del mar, donde tiene un remate blanco (por la agitación del agua) que destaca sobre todo el entorno gris del cielo y del mar. Nada más verlas nos cruzamos unas miradas capaces de hacernos trasluchar y nos preparamos para lo peor, arriamos el espí a la desesperada y nos quedamos con el velamen mínimo hasta ver qué pasaba. Poco más se puede hacer, porque las trombas se desplazan mucho más rápido que el velero y su trayecto es errático e impredecible, y que te alcancen o no es una cuestión de pura suerte. En los veleros antiguos cuando una tromba se acercaba mucho se le disparaba con el cañón, con la vana esperanza de que la bala cambiase la dinámica del chorro de succión y se interrumpiese, pero no he leído nada científico sobre esta drástica solución. Por otra parte ya os imagináis que nosotros no llevamos ese recurso a bordo. Las trombas de agua finalmente no nos alcanzaron, por suerte, pero sí el chubasco acompañante que nos tiró encima agua de la dulce pero con furia. Además yo pude comprobar que mi traje de aguas, ya veterano, había exhalado su último suspiro y había dejado de ser impermeable, con lo que quedé hecho un

       eccehomo. Luego salió el sol y con la mayor y el génova navegábamos a cinco nudos. El resto del día fueron alternando los chubascos con los claros y pudimos hacer todo el recorrido a vela. A las 13 horas pasamos frente a Bayona, poco después de las 14 horas avistamos los espigones de Capbreton y a eso de las 15 horas estábamos en el canal de entrada.

      El puerto de Capbreton (43º 39,3’ N; 1º 26,9’ W) tiene una entrada peligrosa entre dos espigones que salen perpendiculares a la playa, en los que rompen las olas, con un calado de solo 1,5 metros, una corriente de marea impresionante y la salida del agua de dos ríos y un lago, el Hossegor, que desagua en el puerto a través de un canal. La profundidad mínima ya digo que es de 1,5 metros, pero eso con el mar en calma. Hay que tener en cuenta que la altura de las olas se mide entre el valle (por debajo de la línea del mar) y la cresta (por encima) lo quiere decir que si hay olas de dos metros, un metro corresponde al valle y otro a la cresta, y por lo tanto en el valle de la ola el calado es solo de medio metro. El Corto Maltés cala 1,4 con la orza bajada, y 0,7 con la orza subida, pero al subirla tenemos los problemas de maniobrabilidad (el barco deriva mucho) por lo que no nos gusta entrar en los puertos con ella subida. La guía Imray decía de Capbreton:

      “Se forman mares desordenados y olas rompientes con mal tiempo, especialmente junto a los bordes (esto escrito en rojo)... Puede intentarse la entrada en cualquier momento con buenas condiciones, cuando el calado lo permita (profundidad mínima 1,5 metros) pero con olas o mar de fondo, sólo entre pleamar menos 2 horas y pleamar más 1 hora. No se debe entrar si las olas rompen directamente de través... El dique Sur presenta un alargamiento de 30 metros bajo el agua, que queda a flor de agua en la mitad de la marea... Hay que prepararse para encontrar corrientes cruzadas hacia dentro o hacia fuera del Canal de Hossegor, al entrar en la marina”.

      Por su parte la revista Voiles et Voiliers advierte de los mismos peligros y recomienda pegarse al dique del Norte para entrar. A pesar de esas descripciones alarmistas, que son reales, hay que decir que en los alrededores de Capbreton es aún peor. En efecto, el relieve submarino frente a Capbreton tiene un fiordo de más de 2.100 metros de profundidad y 150 kilómetros de largo. La gran profundidad muy cerca de la costa hace que aquí las olas rompan menos que en cualquier lugar de los alrededores.

      Llegamos a Capbreton en las condiciones idóneas (pleamar y con olas de menos de 1 metro) pero a pesar de ello una parte del paso tenía olas rompientes. Comunicamos por radio con el puerto para solicitar amarre e información de las condiciones de la entrada, asegurándonos que podíamos entrar sin problemas, y pasamos entre sus famosos espigones a primera hora de la tarde, sin comer. La entrada hay que hacerla a toda velocidad para que no te adelanten las olas, que cuando vienen del Oeste se encajonan en el corredor entre los dos espigones de 700 metros de largo, que se abre precisamente hacia el Oeste. Si una ola alcanza y adelanta a un velero por la popa hay muchas probabilidades de que lo atraviese sin remedio, y en esa posición atravesada la siguiente ola lo vuelque. El espigón del Sur (conocido como “La Estacada”) está constituido