Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788416848133
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orgulloso primero convaleció y luego desapareció del todo, debiendo hacer unas millas a motor. Y finalmente reapareció de la dirección diametralmente opuesta, del Norte, lo que nos permitió llegar al Cabo Higuer, el anterior a Hondarribia y a la frontera francesa, ciñendo a toda vela. La etapa era cortita y entramos en el puerto de Hondarribia (43º 22,5’ N; 1º 47,5’ W) antes de comer.

      Este puerto, el último de España, se encuentra en la desembocadura del río Bidasoa, cuya barra tiene solo un metro de calado en las bajamares escoradas, tras pasar la playa del lado español (estribor). Es un puerto que se excavó para dar entrada al agua del mar, en lugar de un golfo o bahía que se cierra con espigones para protegerlo, como es lo habitual. En su momento la obra fue muy contestada. Al Este de la gran bahía que separa España de Francia se encuentra un bajo peligroso, Les Briquets (43º 23,6’ N; 1º 45,0’ W) bien cartografiado, y que curiosamente es más peligroso con mar en calma (que pasa desapercibido) que con grandes olas (pues las olas rompen espumeantes y se ven desde lejos). Pero viniendo del Oeste, como veníamos nosotros, quedaba muy lejos y no nos preocupaba. Sería peor a la vuelta, volviendo de Francia, que llegaríamos del Norte y además de noche. La entrada del Bidasoa tiene una curiosa peculiaridad. Antes de hacerse los espigones de encauzamiento el río tenía una salida a la bahía que la dividía en dos mitades, la del Este francesa y la del Oeste española. Al hacerse los espigones de común acuerdo entre los dos países, se les dio un recorrido que corrigiera un poco la salida de las aguas a la bahía y el espigón del Oeste, que sale de tierras españolas, se construyó recurvado hacia el Este, invadiendo el mar territorial francés. Luego en la base del espigón se formó una playa cuya base es española y cuya punta es francesa, pese a estar aparentemente en el lado español, el de estribor al embocar el río. Para que quede claro, la marina francesa suele fondear una de sus patrulleras frente a su trozo de playa, que aparentemente está en la costa española, y hace muy raro verla allí. Además los navegantes de Hondarribia suelen llevar el pabellón de cortesía francés porque, aunque no entren en Hendaya, simplemente por utilizar la boca del Bidasoa para entrar y salir del puerto navegan por aguas francesas. El pabellón de cortesía es la bandera del país por el que se navega cuando no es el tuyo, y se sitúa en el obenque de estribor cerca de la cruceta.

      El puerto deportivo de Hondarribia es magnífico, tiene agua y luz en los pantalanes, un edificio de aseos específico y otro en la misma capitanía, justo en la salida a tierra de los pantalanes, lavadora y secadora gratuitas para la ropa, wifi gratuito que llega a los atraques, tiendas y talleres de náutica, etc., y está a dos pasos de la ciudad y con línea de autobuses por si llueve. Todo eso por solo 10 euros al día nuestro barquito de 6 metros, una comparación escandalosa con el sitio de donde veníamos cuya tarifa, en relación a sus servicios, parecía dispuesta por alguien cerrado de mollera. Pero es que además aquí, por venir a presentar el libro, nos consideraron sus invitados y todo fueron atenciones: nos situaron en el atraque B2, justo bajo la capitanía, para tener más cerca los servicios y mejor señal de wifi, no nos cobraron la estancia del barco y nos dieron libre acceso a las instalaciones del Club Náutico, donde hay cocina, frigorífico (donde tuvimos congelando todos nuestros frigolines) mesas, salón de TV, aseos y duchas, wifi, etc. Además habían publicitado la presentación del libro en sus instalaciones y hecho un mailing a todos sus contactos. Más de lo que creíamos merecer y un trato al que no estamos acostumbrados en nuestro deambular por la costa española. Se nos quedaron los ojos como el dos de oros.

      Esa tarde y el día siguiente (jueves y viernes) los aprovechamos para distintas gestiones técnicas y de intendencia inevitables. Vino Ana desde Santander para acompañarme en el largo fin de semana y en la presentación de “Carpe Diem”, que al fin y al cabo es el fruto de la labor de nosotros dos, y muchos otros médicos y capitanes, durante 13 años. Una de las principales gestiones era la revisión del fueraborda. Habíamos quedado ya desde Santander con el taller Náutica Hiruarri, del puerto, para su revisión y engrase de cara a llevarlo fuera de toda sospecha para las etapas larguísimas de Las Landas, donde si nos quedáramos sin viento tendríamos que hacer 140 millas a motor (en el mejor de los casos, porque con la deriva y los bordos la distancia se multiplica). Por cierto, la marina de Hondarribia tiene a disposición de los usuarios unos carritos comodísimos para cualquier gestión con material de peso. El taller estaba a unos 500 metros del atraque y si no llega a ser por el carrito hubiéramos tenido que llevar el motor a pulso. Además compramos un bidón de repuesto para sustituir al que se pinchó el día anterior, y el pabellón de cortesía de Francia para toda la navegación por sus costas. Hicimos el lleno de todos los depósitos para la larga etapa de las Landas, y la compra de víveres para las tres personas que seguíamos navegando hacia Bretaña (en Hondarribia desembarcó Luis y se incorporaron mi amigo Mario Soler y mi sobrina Alicia Santos). En efecto, en las etapas de las Landas encontraríamos pocos puertos y además tendríamos que estar pendientes de los horarios de mareas para entrar y salir de algunos de ellos, lo que a lo mejor nos obligaba a llegar tarde y salir de madrugada, con las tiendas cerradas. En esas condiciones más valía llevar la despensa llena y no modificar un plan de ruta por tener que hacer la compra. También aprovechamos para poner la lavadora. Algunas marinas como esta de Hondarribia tienen a disposición de los amarristas lavadoras con secadora, que nos simplifican mucho la vida. Nos evita andar haciendo pequeñas coladas día a día y también poner toda la ropa a secar en el barco. El problema es que nunca se sabe en qué marinas va a haberla y en cuáles no, pues esa información no la dan las guías. Afortunadamente en Hondarribia había, y además, como ya dije, gratuita. Lo que no pude resolver, por falta de tiempo, fue el arreglo de las gafas que se me habían roto navegando, tuvo que llevárselas Ana para repararlas en Santander y me las devolvería cuando nos reencontrásemos en el golfo de Morbihan. Por suerte siempre llevo de repuesto y nunca se insistirá suficientemente en la necesidad de llevar otras para el caso de rotura o caída al mar, algo muy habitual. Conocí indirectamente el caso de un navegante que tuvo que lanzar un “mayday” y no pudo dar su posición, porque había perdido las gafas de cerca y no conseguía ver los números de su posición en la pantalla del GPS (¡!).

      Y finalmente al anochecer presentamos el libro en las instalaciones del Club Náutico. Igual que en Bilbao, al finalizar algunos navegantes se acercaron a ver el barquito que había sido capaz de dar la vuelta a España midiendo menos de siete metros, y a nosotros nos llenó de orgullo. El remanente de libros me hicieron el favor de guardármelos en el Club Náutico hasta la vuelta, tres meses después, lo que me evitó ir cargando con el paquete a bordo todo el verano.

      El sábado y el domingo nos quedamos también en Hondarribia pues Alicia se incorporaba a la tripulación el domingo. Aprovechamos el sábado para visitar el mercado medieval que estaba instalado en la parte antigua del pueblo. Era muy parecido, por no decir el mismo, al que se instala en Santander, aunque el emplazamiento mucho más bonito puesto que era en pleno casco viejo. Había muchos puestos de comida y de artesanía, y como más curioso la simulación en vivo de profesiones medievales, como herreros, torneadores de madera, trabajadores del cuero, cetrería, etc. Por la tarde, y ya bajo una lluvia torrencial, estuvimos curioseando el ambiente del Campeonato de España de Pesca que se celebraba en el puerto. Al parecer los participantes se embarcan en motoras puestas a disposición por voluntarios locales, se dirigen todos a la misma zona, y luego se pesan y catalogan las capturas. Tras este proceso, todos los peces pescados se regalan a quien quiera llevárselos. Pedro Sánchez, un navegante de Hondarribia al que conocimos en la presentación del libro, estaba esos días trabajando en la reparación del eje de la hélice de su motor dañado en una varada, y nos sorprendió por su generosa hospitalidad. Había recogido algunos de los peces del campeonato y nos preparó un menú sorpresa que disfrutamos en el comedor del Club Náutico de maravilla. El domingo por el contrario amaneció un día espectacular de sol, y nuestro amigo Fernando Andua nos acompañó a una excursión por el Cabo Higuer. Fernando es otro navegante de Hondarribia que con su velerito, el “Siracusa”, de cinco metros y pico, se desplaza habitualmente por la costa vasca y vascofrancesa habiendo llegado hasta Bayona, ¡y con las bicis a bordo! Otro ejemplo de que el que no navega es porque no quiere y pone la excusa de la eslora. Fernando estaba viviendo una desgracia familiar muy cercana y pese a ello nos dedicó una parte de su tiempo, y sospechamos que parte de la responsabilidad de la buena acogida que nos dieron en el Club Náutico fue por intervención suya, aunque no nos lo dijera.