Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788416848133
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esta escala para mejor ocasión y por eso teníamos tantas ganas de aprobar esta asignatura pendiente, lo que motivó nuestra navegación de 2014.

      Nuestra llegada a las bocas de Arcachon en 2014 fue después de una noche horrible, procedentes de Anglet, el puerto de Bayona (43º 31,5’ N; 1º 30,4’ W). Habíamos salido al atardecer con pronóstico de galerna para esa tarde-noche, con vientos de fuerza 7-8 en la costa española del Cantábrico. Con ese pronóstico habitualmente no se nos ocurre salir, pero a la costa de Las Landas solo le iba a afectar con vientos del Sur de hasta 26 nudos (fuerza 6) que como nos impulsarían por la popa iban a ser muy favorables y de los que ya tenía experiencia con el Corto Maltés en la costa de Portugal durante la vuelta a España. Además en los vientos de popa la velocidad del barco (en la misma dirección que el viento) disminuye el viento aparente. Como con ese viento pensábamos hacer 5-6 nudos, el viento que “sentiríamos” sería solo de 20 nudos (fuerza 5) que es muy llevadero. Salimos de Anglet con vientos del Este, que no era lo anunciado y ya nos hizo sospechar. Pasamos por Capbreton dos horas y media después y la falta de concordancia con el pronóstico nos hizo dudar si entrar allí a esperar a ver qué pasaba, pero decidimos seguir. A media tarde el viento cambió con una única racha del Sureste que levantaba espuma del mar, y que nos hizo quitar la mayor y seguir solo con el génova enrollado al 50 %. Pensamos que ya estaban allí los anunciados del Sur y que llegaríamos hasta Arcachon solo con el génova en empopada. Incluso el GPS nos daba hora de llegada a las 4 de la madrugada, y como no podríamos pasar las bocas de Arcachon hasta las 11 (con la pleamar) dudábamos qué hacer, si reducir aún más vela para navegar más despacio o seguir así y luego en Arcachon aguantar 7 horas a la capa.

      Pero esa racha fue la única vez que sopló del Sur, pues enseguida se paró el viento y nos quedamos encalmados. Y al principio de la noche fue la hecatombe, porque salieron vientos del Norte (justo de cara) que no estaban anunciados, fuertes y racheados, acompañados de tormentas con aparato eléctrico, y lloviendo cuerdas de agua, que no pararon hasta las 7 de la mañana. A motor era imposible avanzar, y a vela derivábamos tanto que en el peor momento de las tormentas, dando bordos, no avanzábamos hacia el Norte más que 0,6 millas a la hora. Estuvimos pensando muy seriamente dar media vuelta y con el viento de popa volver a Bayona para intentarlo otro día. Finalmente no nos rendimos y, apenas sin dormir, alcanzamos la boya de recalada de Arcachon por la mañana. No habíamos errado el tiro pues llegamos media hora antes de lo previsto, lo que no estuvo nada mal para las circunstancias.

      Contactamos con el Faro de Cap Ferret y nos dijeron que teníamos paso libre, la ola era solo de medio metro, y que siguiéramos el balizamiento, que acababan de cambiarlo. Era impresionante comprobar en el plotter la diferencia entre el rumbo que llevábamos siguiendo las boyas en el agua (nuestro trak actual) y las boyas que había cuando compré la cartografía dos años antes para la vuelta a España: el canal se había desplazado un kilómetro hacia el Sur y aparentemente estábamos navegando sobre la tierra emergida del Banc d’Arguin, al pie de la Duna de Pilatos. Si hubiéramos seguido la canal que marcaba la cartografía por no haber visto las boyas habríamos caído en las rompientes. Además nos encontramos con una nueva isla que no estaba en la cartografía. El antiguo Banco de Toulinguet (44º 36,2’ N; 1º 14,9’ W) al Sur de Cap Ferret, que antes era una zona de bajos fondos, había emergido hacía dos o tres años por los aportes de arena y ahora era una isla arenosa, como El Puntal de Santander, donde la gente desembarcaba para pasar el día. De hecho en mi siguiente entrada, en 2015, esa tierra emergida ya empezaba a tener vegetación dunar y era una isla plenamente consolidada, lo que asusta por el pronóstico nefasto que supone respecto al posible cierre de la entrada a la bahía en un futuro.

      La bahía es tan grande que después de pasar por las bocas de Arcachon tardamos casi tres horas en alcanzar el puerto, y eso que está nada más entrar a la derecha. El fueraborda del Corto Maltés es de 8 CV, y con el mar en calma lo más que da es cuatro o cinco nudos. Un problema recurrente en Arcachon es que si alcanzas la entrada justo en pleamar puedes pasar, sí, pero después de hacerlo te quedan 10 kilómetros dentro de la bahía que tienes que hacer contra la marea vaciante, que si es fuerte puede suponer cuatro o cinco nudos de cara, con lo que el barco apenas avanza. Por lo tanto con barcos pequeños hay que llegar una hora y media antes de la pleamar en las bocas, o dos horas y media antes de la pleamar de las tablas de mareas, para acompañar a la marea entrante hasta el puerto de Arcachon. También engaña a la vista la lejanía del horizonte, porque la tierra de la orilla de enfrente queda detrás del horizonte y parece que estás pasando entre dos islas hacia altamar (a la izquierda la península de Cap Ferret, a la derecha la Duna de Pilatos, y al fondo ves un horizonte de agua libre). Solo al introducirte en la bahía va apareciendo la tierra enfrente y comprendes que te metes en un golfo cerrado.

      Llegamos a la vista del puerto de Arcachon (44º 39,7’ N; 1º 9,0’ W) alrededor de las 13 h, en un día de pleno verano y bajo un sol vertical abrasador, algo sorprendente después de la noche que habíamos vivido. Un poco antes de la entrada, a estribor, vimos algo sorprendente: una cola de ballena de tamaño natural entre los barcos amarrados a las boyas, pero de color blanco y que no se movía. Luego nos contaron que es una escultura flotante que se colocó hace unos años, sin un motivo especial, pero ha hecho tanta gracia que han decidido mantenerla indefinidamente y pintarla de un color esotérico y distinto cada año. Ya había sido rosa, verde, azul y blanca, y en 2015 sería roja. Domina el paisaje que se ve desde la fachada de la ciudad y es muy fotografiada. Tiene incluso un cartel pequeñito, que solo se ve de cerca, prohibiendo a los bañistas que se suban a ella. Tras pasarla sorprendidos, porque la explicación nos la dieron más tarde, al contactar por radio con la marina para pedir atraque y oír que era un barco español me preguntaron que si venía “del Océano”. Creí no haber entendido la pregunta y pedí que me la repitieran, pero sí, era eso, que si veníamos del Océano. Para ellos su bahía es como una piscinita, y lo que hay fuera, aunque no sea más que el Golfo de Vizcaya, para ellos es “el Océano”. La inmensa mayoría de los que piden plaza en Arcachon vienen de otro puerto de dentro de la bahía, para comer en un restaurante o pasar una noche, y la pregunta tenía su lógica y nos favorecía mucho. Porque viniendo del Océano tienes una noche gratis, y preferencia sobre los locales si hay escasez de plazas libres. Algo muy a tener en cuenta en verano, y haríamos buen uso de nuestra preferencia. El primer día en puerto lo dedicamos a dormir, ordenar el zafarrancho del barco y preparar las vacaciones que merecidamente nos aguardaban: dos semanas de vagabundear por esa preciosa bahía que pensábamos explorar a fondo.

      Ya sabéis que los marinos tenemos querencia por las islas. Nuestra primera excursión fue a la Isla de los Pájaros (44º 41,

       9’ N; 1º 10,5’ W). Es la única isla que tiene la bahía, pero ¡vaya isla! La otra “isla”, la de Malprat, no es más que un terreno en el delta del río Eyre, al Sureste, donde algunos de los numerosos brazos del río independizan un trozo de tierra que solo puede circunvalarse en piragua. La Isla de los Pájaros se llama así por la cantidad de aves que allí anidan. El primer día de navegación lo dedicamos a contornearla para irnos familiarizando con la multitud de canales que discurren por esta bahía, entre los parques de cultivo de ostras. Estos parques ocupan la casi totalidad de la bahía y se les distingue porque en toda su superficie clavan estacas que sobresalen del agua, y cuya única función es hacer ver que allí hay un parque de ostras, que en realidad se cultivan en el fondo. Al acabar el día comprobamos que el circuito había sido de 17 millas (¡!) más de lo que hay entre Santander y Santoña, por ejemplo, que para nosotros en el barco ya es un viaje. En esta bahía todo está sobredimensionado.

      Los canales que discurren por sus aguas actualmente están bien balizados con boyas cardinales o numeradas, aunque también sin iluminar porque tampoco se permite navegar de noche dentro de la bahía (solo están iluminadas las boyas de entrada a los puertos). Pero hasta hace poco eran meras estacas clavadas en el fondo, entre las que era fácil perderse. Y perderse significa o quedar varado, o meterse en un parque de ostras, que casi es peor, porque sus conchas están afiladas como cuchillos y son duras como la piedra, y lo más probable es que hagan un agujero en el casco. Además las corrientes de marea son impresionantes y te sacan de rumbo con facilidad. Y si las llevas a favor el barco alcanza tanta velocidad que es fácil pasarse de una boya y salirse de la canal, por lo que hay que ir reconociéndolas